Era pagarte, no Amarte

12

Toda la mañana antes de la fiesta sentí que había un muro invisible entre Judith y yo. Nuestra rutina siguió siendo la misma: el desayuno, los preparativos, los comentarios breves sobre la agenda del día... pero todo estaba cargado de una tensión que no se podía disimular. Era como si cualquier palabra pudiera ser la chispa que encendiera algo que ninguna quería enfrentar.

Cuando llegó la noche, decidí cambiarme en otra habitación mientras maquillaban a Judith en la nuestra. No quería incomodarla, ni arriesgarme a un nuevo silencio incómodo.

Siempre me había parecido aburrido el proceso del maquillaje, esa espera interminable frente al espejo, pero no tenía opción. Al terminar, bajé a esperarla en la puerta principal, intentando distraerme con cualquier pensamiento que no la incluyera a ella.

—Jefa, buenas noches —me saludó Sheldon con su sonrisa habitual.

—Buenas noches —respondí con un tono seco, sin mucha energía.

—Estamos de malas —murmuró, lo suficientemente bajo para que solo yo lo escuchara— ¿Se debe, tal vez, a que llevas un traje? Por cierto, ¿por qué llevas un traje? —preguntó con curiosidad.

—No me quedaba ningún vestido —contesté cansada, sin ganas de dar más explicaciones.

Sheldon me miró con una ceja levantada, visiblemente sorprendido.
—Siempre te ha quedado todo —dijo sin pensar.

No pude evitar sonreír ante su comentario.
—Lo sé —afirmé con un toque de orgullo fingido, solo para molestarlo un poco.

Al darse cuenta de lo que había dicho, Sheldon intentó corregirse:
—Aunque no niego que con ese traje no te ves tan mal como con los vestidos.

—No, ya me dijiste que todo me queda bien, así que nada de lo que digas ahora borrará lo que acabas de admitir —repliqué divertida.

Sheldon soltó una carcajada antes de bromear:
—Es que con algunos sí te ves terrible.

Rodé los ojos, a punto de responderle, cuando escuché pasos descendiendo la escalera. Me giré por instinto... y me quedé sin aire.

Judith estaba bajando.

Mis ojos se abrieron ligeramente por el impacto de verla. Estaba simplemente perfecta. Su vestido se ajustaba con elegancia, y cada movimiento suyo desprendía una naturalidad que la hacía brillar. Sus ojos tenían un resplandor especial, una luz que hacía que todo a su alrededor pareciera más tenue, más opaco. Era como si el mundo se hubiera detenido solo para dejarme mirarla.

A mi lado, Sheldon murmuró con una mezcla de admiración y picardía:
—Ahora veo por qué elegiste el traje... o más bien, por qué te lo eligieron.

Ni siquiera las palabras de Sheldon lograron sacarme de mi estado. Judith se había detenido unos segundos en lo alto de la escalera, observándome con esa mirada suya que parecía atravesarlo todo. Y por un momento, sentí que el tiempo se detenía entre nosotras. Luego, lentamente, comenzó a bajar, cada paso suyo acompañado por un leve sonido del tacón sobre los escalones, como si marcara el ritmo de mi respiración.

Yo seguía inmóvil, sin poder reaccionar, incluso cuando Judith ya estaba frente a mí y Sheldon la saludó con cortesía.
—Buenas noches, señora Judith —dijo él, con una leve inclinación.

—Buenas noches, Sheldon —respondió ella con una sonrisa elegante, de esas que podían desarmar a cualquiera.

—Nos vamos — pidió Sheldon, haciéndose a un lado para dejarnos pasar.

Pero yo seguía sin moverme. Sheldon, al notar mi distracción, tuvo que darme un pequeño toque en las costillas con sus dedos para que reaccionara. Di un ligero salto por la sorpresa y salí de mi trance.

—Gracias —murmuré entre dientes antes de extender mi mano hacia Judith.

Ella la aceptó sin dudar, su piel rozando la mía con una calidez que me estremeció más de lo que quise admitir. Así, juntas, salimos hacia el auto.

Durante el trayecto, el silencio se hizo cómodo, aunque no menos intenso. No podía evitar mirarla de reojo: la forma en que su cabello caía sobre un hombro, la sutileza del brillo en su maquillaje, la tranquilidad de su respiración. Pero al parecer, mi observación se volvió demasiado evidente.

—¿Sucede algo? —preguntó Judith, girando el rostro hacia mí y conectando nuestros ojos por un instante que se sintió eterno.

Me regañé mentalmente. Había estado viéndola sin ningún reparo, y ahora no sabía cómo justificarme. Negué rápidamente con la cabeza, intentando disimular.
—Solo estaba viendo si... tomaron bien tus tallas —dije sin pensar, y en el mismo segundo deseé poder desaparecer.

"¿En serio, Mel? ¿Eso fue lo mejor que se te ocurrió?", me recriminé internamente.

Judith arqueó una ceja, divertida.
—Sí, lo hicieron. Ahora todo me queda a la medida —respondió con un tono suave pero cargado de intención.

Solo sonreí, tratando de mantener la compostura, y giré la vista hacia la ventana del auto, esperando que el paisaje nocturno disimulara el leve rubor que me subía por las mejillas.

Al llegar a la fiesta, el bullicio nos envolvió de inmediato. Judith y yo comenzamos a saludar a decenas de personas, muchas de las cuales yo ni siquiera conocía, pero que parecían conocerla a ella muy bien. Entre felicitaciones, bromas y uno que otro reclamo por no haber sido invitados a la boda, nos encontramos en el centro de aquella multitud resplandeciente.

Había tanta gente que por momentos me preocupé de que Judith se sintiera abrumada. No había imaginado que asistirían tantos, ni que la mayoría se acercaría con tanta insistencia. Mientras yo intentaba mantener una conversación con un par de amigos de mis padres, alcancé a ver cómo el hermano de Judith y su esposa se acercaban a saludarla.

—Hola, cuñada —le saludo la cuñada de Judith con una sonrisa amplia.

No pude seguir observándola porque uno de los amigos de mi padre me interrumpió con una pregunta.
—¿Y cuándo regresan de viaje? —me preguntó amablemente.

—En un mes, o quizá un poco menos —respondí con educación.




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