Era pagarte, no Amarte

13

Judith

Crucé la línea... la acabo de cruzar.
Coloqué mis manos sobre el rostro y rompí en llanto, un llanto amargo, desgarrador. Acabo de arruinarlo todo. Toda esta atracción que sentía por Mel, este deseo que me carcomía por dentro terminó por desbordarse. Y estuve a un solo paso de estar con ella.
Pero su mirada... esa mirada me detuvo. Esa súplica me hizo entrar en razón cuando escuche el: "Por favor... pídeme que me detenga...Dime que pare, Judith... Porque yo ya no puedo." En ese instante entendí que, si continuábamos, la rompería.

—¿Qué hiciste, Judith Preston? —murmuré con la voz ahogada, temblando.

No pude evitar recordar el documento que el abuelo de Mel me entregó con tada la información de ella. Había una pregunta escrita entre líneas, casi como una profecía disfrazada de casualidad:

"¿Te gustan las rubias de ojos verdes, físicamente atractivas, que te harán sentir protegida, segura y amada?"

En ese momento no entendí porque había puesto esa pregunta ahí. Pero ahora... ahora la entiendo completamente.
La primera vez que leí esa pregunta no pude evitar mirar a Mel, aunque fuera por milésimas de segundos, recorriendo con descaro su rostro, su cuello, su figura perfecta. Sentí que me quemaba la piel solo de pensar en ella. Sí, era hermosa. Tan hermosa que cualquiera perdería la razón. Pero no era solo su cuerpo lo que me atraía... era lo que me hacía sentir. Mel, me hacía sentir segura, protegida, querida, incluso cuando ella no lo notaba. Sus actos hablaban por ella, con una dulzura y una fuerza que no podía negar.

¿Y ahora qué haré?
¿Cómo detendré este deseo que crece sin control dentro de mí?
¿Cómo dejaré de buscarla con la mirada cada vez que entra en la habitación?
¿Cómo fingiré que nada pasó, que sus labios no rozaron los míos, que mi cuerpo no la desea con cada fibra?

—Dime, Mel —susurré al vacío, con el alma hecha pedazos—, ¿cómo haré para frenarme a mí misma?

Lo único que se me ocurre por ahora es fingir que nada pasó... fingir que lo he olvidado y culpar al alcohol. Tal vez sea lo más sensato. Pero no solo eso: debo continuar aparentando, como lo hemos estado haciendo desde el principio. Qué ironía, ¿verdad? Yo, que te enseñé a fingir, ahora debo hacerlo también. Fingir que esto no significa nada, que es solo un simple apego producto de la convivencia, y no el inicio de algo más profundo. Del hecho que me gustas.
Ahora, al igual que tú, tendré que medir mis gestos, mis palabras, mis miradas. Tendré que aprender a no dejar que se me escape lo que siento, no solo frente a los demás... sino también frente a ti, Mel.

Mel no volvió esa noche. Por mi cabeza no dejaba de rondar la idea de que debía sentirse confundida por lo que había pasado. Y cómo no, si su "esposa de mentira" la había besado estando ebria. Debía sentirse fatal, culpable incluso, pensando que me había faltado el respeto a mí y a mi relación con Amber. Pero, si alguien debía sentirse terrible por todo esto, era yo.
Porque no solo confundí a Mel, haciéndola cargar con una culpa que no merecía, sino que también traicioné a Amber... La engañé.

Nada de lo que hago es justo, ni para Mel ni para Amber.

Al día siguiente, con un dolor de cabeza leve producto de la resaca, tomé mi auto y conduje hacia el departamento donde vivía Amber. Aquel que habíamos compartido y que ahora solo le pertenecía a ella.
Durante el trayecto, no dejaba de repetirme que no había excusa, que no existía justificación alguna para lo que hice. Engañé a la persona que amaba, y eso era algo que jamás podría deshacer. Lo único que me quedaba era enfrentar la verdad, decirle lo que pasó, aun sabiendo que con ello podría perderla para siempre.

El corazón me pesaba tanto que sentía que apenas podía respirar. Cuando abrí la puerta del departamento, el aroma familiar del lugar me golpeó con fuerza. Vi a Amber pintando, concentrada, con el cabello recogido en un moño desordenado. Hubo un destello cuando la observé, vi una figura que parecía no pertenecer a Amber, pero desapareció antes de poder reconocerla.

—Amor —dijo, sonriendo con dulzura antes de acercarse.
Me besó, pero yo... no respondí. No pude.

Amber se apartó apenas unos centímetros y me miró, notando de inmediato la tensión.
Yo bajé la mirada, incapaz de sostenerle los ojos. Con las lágrimas acumulándose en mis pestañas, solté lo inevitable:

—Besé a Mel... —confesé, y mi voz se quebró mientras las lágrimas caían sin control.

Amber se quedó en silencio unos segundos, confundida, intentando asimilar mis palabras. Luego su expresión cambió: tristeza, decepción, furia. Todo se mezcló en su rostro de manera devastadora.

—Me aseguraste que jamás iba a pasar nada entre tú y ella... y ahora me dices que... —no terminó la frase, tragándose el llanto con un esfuerzo visible.

—Lo lamento, Amber... yo no quise engañarte —sollocé, apenas pudiendo hablar.

Las palabras quedaron suspendidas en el aire como un eco doloroso. El silencio posterior fue más cruel que cualquier grito.

—¿Te acostaste con ella? —preguntó Amber apretando los puños con tanta fuerza que sus nudillos se tornaron blancos.

—No... yo no lo hice —le aseguré con la voz temblorosa.

—Pero quisiste hacerlo —replicó, y su tono se quebró con una decepción tan profunda que me atravesó el pecho.

Me quedé callada. Y ese silencio... fue suficiente para que Amber entendiera la verdad.
Sus ojos se llenaron de lágrimas, y pude ver cómo luchaba por no dejar que cayeran.

—Amber, perdóname... yo te amo —confesé, dando un paso hacia ella.

—¡No, Judith! Ni siquiera digas eso —gritó, la voz rota por el dolor—. Porque una persona que ama no piensa en acostarse con otra, ¡jamás!

—Amber, perdóname —le rogué, tomando su mano, pero ella la retiró bruscamente.
—Amber, lo lamento. Me equivoqué, estuve confundida, pero lo arreglaré...




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.