Era pagarte, no Amarte

15

Mel

—Ese es el reporte de su esposa —me informó Sheldon con voz neutra.

—Al final la eligió a ella —murmuré con el corazón hecho trizas, sintiendo cómo cada palabra se me rompía en los labios.

Sheldon se quedó callado, y su silencio fue la confirmación que me faltaba.

—Siempre será ella, ¿verdad? —susurré con los ojos húmedos—. Si me hubieras elegido... si tan solo... — mordí mi labio — Hay tantas cosas que quería mostrarte, tantas que te faltó conocer de mí... y yo de ti. — aprete mis puños con impotencia —Pero en esta vida no será. Espero que, con suerte, sea en la próxima.

Tragué grueso y respiré profundo para no quebrarme.

—Solo quería saber que estuviera bien —continué en voz baja—. Jamás fue mi intención seguirla o espiarla. Mi única intención era asegurarme de que no le pasara nada, porque llevaba días sin salir. Y sin querer... me enteré de que la elegiste a ella.

Me quedé unos segundos en silencio mientras sentía como me dolía el pecho y aun con ese dolor sabía que debía de hacer una sola cosa.

—Ya es hora de hablar con mi abuelo. Sheldon, por favor, pide a Robert que le avise que hoy iré...

—Su abuelo ya se encuentra aquí —me interrumpió.

—¿Qué? Sheldon, ¿por qué lo llamaste sin mi consentimiento? —lo miré molesta, intentando mantener la compostura.

—Lo lamento, Mel —se disculpó saliendo de la habitación con paso rápido.

Mi abuelo llegó al poco rato, con su habitual energía, sonriendo de oreja a oreja.

—¡Mel! —me saludó con un beso en la mejilla—. Pero ¿qué haces aquí, cariño? Deberías estar con tu esposa, no en la oficina. Ya lo tengo todo controlado, así que vuelve con...

—Me divorciaré de Judith —lo interrumpí de golpe, sin pensarlo demasiado.

El gesto de su rostro cambió al instante; la confusión y el desconcierto se dibujaron en sus ojos.

—¿De qué estás hablando? ¿Por qué dices eso? —preguntó, alzando la voz—. ¿Acaso olvidaste que...?

—Sé lo que puedes hacer, abuelo —lo interrumpí con firmeza—. Pero esta vez tendrás que aceptar que me divorciaré porque...

—¿Por qué harías eso? —bramó, cortándome de nuevo.

—Porque me enamoré de mi esposa —dije al fin, con el alma desgarrada—. Pero ella ya tiene a alguien a quien ama. Y tú me pusiste en esta situación. No es lo mismo que tú y mi abuela —alcé la voz, casi rota.

Mi abuelo me miró en silencio, y poco a poco su expresión se suavizó.

—Si ese es el problema, no debes preocuparte por eso. Ella no se irá de tu lado —aseguró, intentando convencerme.

Negué con la cabeza, conteniendo las lágrimas.

—No, abuelo. No la obligarás. Yo jamás estaría con ella si es por obligación. Al menos podrías entender que eso sería aún más doloroso de lo que ya es ahora.

Mi abuelo bajó la mirada, afligido. Era la primera vez que lo veía así, reconociendo que había hecho algo mal. Apretó los puños, impotente.

—Mel... ¿estás segura de esto? —preguntó con un dejo de esperanza en la voz—. ¿Ya hablaste con ella?

—Ya lo hice —respondí casi en un susurro—. Y la eligió a ella. Siempre será ella, abuelo.

Sentí cómo mis palabras se quebraban, arrastrando consigo el poco aire que me quedaba en el pecho.

Mis lágrimas comenzaron a caer por mi rostro; ya no pude seguir deteniéndolas. Sentí que el pecho me ardía, como si cada sollozo desgarrara un pedazo de lo poco que quedaba de mí.

—Jamás te he pedido nada —dije limpiando mis lágrimas con el dorso de la mano—. Siempre he sido y hecho lo que me has pedido... y solo por esta vez, ¿podrías hacer que me divorcie de ella y le devuelvas la empresa a su familia? —le pedí con la voz entrecortada.

El silencio de mi abuelo no era una buena señal. Lo conocía demasiado bien; esa mirada fija, ese gesto tenso en su mandíbula... significaban que no aceptaría mi petición. Sentí un nudo en el estómago, pero aún tenía una última carta. Ya no tenía nada que perder. Tal vez, con suerte, podría ganar algo si lograba enamorarme más adelante de cualquier pareja que él eligiera para mí.

—Abuelo, si haces eso por mí, te prometo que aceptaré cualquier matrimonio que arregles más adelante. Pero solo asegúrate de que no tenga a nadie. No pondré obstáculos ni resistencia. Me casaré con esa persona y seguiré haciendo lo que me pidas —le ofrecí con frialdad, aunque por dentro me estaba desmoronando.

No esperé que mi abuelo me mirara con esa expresión de desconcierto. Tal vez creyó que estaba mintiendo, pero no era así. Yo ya había aceptado mi destino. Al menos sabía lo que era amar, pensé con una sonrisa ladeada, amarga pero real.

—Te doy mi palabra, abuelo, que así será —aseguré con una determinación inquebrantable.

Él suspiró largo, casi con resignación.

—Está bien, Mel Castle. Te divorciarás de Judith y les devolveré todo a los Preston —aceptó al fin.

—Gracias, abuelo —agradecí con una voz que mezclaba alivio y melancolía—. ¿Podría decirles yo misma mañana que les devolverás todo? —pregunté con cautela.

—No, Mel, no lo harás —respondió tajante—. Mañana les diré que la empresa vuelve a sus manos y entregaré los papeles de divorcio. También tendrás que irte a la sucursal de Hawái por un tiempo, hasta calmar a la junta por tu divorcio. Luego volverás para retomar la presidencia. Y después de unos meses, cuando tomes nuevamente el mando, tú... —se quedó callado unos segundos antes de concluir—. Anunciarás tu nuevo compromiso, el cual ya no podrás romper.

—Sí, abuelo —respondí resignada—. Si no te importa, me iré hoy mismo a Hawái. Avisaré a mis padres cuando esté allá. No quiero ahora mismo preguntas —dije agotada, casi sin aire.

—Está bien —aceptó con comprensión, aunque en sus ojos vi un dejo de tristeza.

Con todo dicho, se fue. Minutos después, yo también lo hice, directo al aeropuerto. El silencio del coche fue mi única compañía, mientras intentaba no pensar en ella... pero cada pensamiento me llevaba de nuevo a su sonrisa.




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