Era pagarte, no Amarte

16

Judith

—Lo lamento, Judith... Sra. Preston —se corrigió de inmediato.

Vi su rostro asustado y desconcertado. Un momento... ¿por qué me llamó Sra. Preston? Aún soy Castle y se supone que nadie lo sabe, más que yo.

—¿Por qué me llamaste "Sra."? —pregunté, soltándola de inmediato.

—Lo lamento, creí que eras Preston... tal vez eres...

—Prima —interrumpió alguien al abrir la puerta de golpe—. Vaya, la Castle no se rendirá tan fácilmente. Realmente es buena, pero nosotras lo somos más. Yo diría que podremos darle más dolores de cabeza con este plan que tengo justo aquí.

Mi prima Ryle giró su laptop, de la cual no había dejado de mirar desde que entro. Al verme junto con Mel, se puso pálida.

—No sabía que estabas ocupada —dijo, un poco asustada—. Volveré más tarde —y se fue casi corriendo de la oficina.

Volteé a ver a Mel, cuya expresión estaba entre molesta y decepcionada.

—Así que es verdad... quieres hundirnos —su voz sonaba gruesa, conteniendo la rabia.

Espera... ¿qué esta pensando? ¿Cree que le quiero hacer daño?

—Mel, no sé qué estás pensando, pero sea lo que sea, es incorrecto —empecé a explicar.

—¿En serio? —me respondió con una sonrisa ladeada—. Entonces los números de mi empresa son erróneos, y no has estado compitiendo de manera agresiva solo para ganar... sino para hacernos quebrar —me miró, apretando los puños.

—No, Mel, estás malinterpretando todo —hablé rápidamente.

Ella no dijo nada y se dio vuelta, lista para irse. Recordé las palabras de Amber: aunque sea incómodo o duela, debes comunicarte.

—Espera, Mel —la tomé fuertemente por el brazo.

Me posee delante de ella, con firmeza.

—Recuerdas que te dije que yo no te elegí —comenzó, haciendo que el estómago se me revolviera—. Pues te lo vuelvo a repetir: no te elegí. Cumplí mi palabra: te di el divorcio, te devolví todo como te lo prometí, y ahora eres feliz con Amber. Cumplí con todo, y no entiendo por qué estás haciendo esto. Si es por lo que pasó en Alaska... lo lamento, Judith, pero debes saber que jamás diré nada. También debes saber que no te molestaré ni intentaré nada contigo, porque me casaré en un par de meses...

—¿De qué estás hablando? —la interrumpí, alzando la voz, molesta.

¿De qué mierda estaba hablando? ¿Cómo que te vas a casar?

—Sí, Judith, me casare en unos meses, por eso, no debes preocuparte por nada, de lo que pase de ahora, en adelante —intento calmarme—. Y si esto es algún tipo de venganza por lo que pasó, lo aceptaré, pero puede ser solo para mí. La empresa de mi familia no tiene nada que ver en todo esto. Judith, yo, al igual que tú, debo velar por las familias de mis empleados...

—¿Quieres callarte? —apreté nuevamente mis puños, alzando la voz—. ¿Cómo puedes pensar que hago todo esto por...?

En ese momento, el celular de Mel sonó sin parar. Colgaba una y otra vez, pero ya cansada solo suspiró y finalmente contestó:

—Abuelo, sí... entiendo, hoy sí estaré... no, realmente no sé de quién hablas... sí, revisaré su información cuando me llegue. Adiós, abuelo —colgó y volteó hacia mí.

—¿Te vas a ir a una cita? —apreté mis puños, furiosa.

Aun cuando intentaste susurrar lo que le respondías a tu abuelo, pude escuchar todo. Sé que es una maldita cita. ¿A dónde te diriges ahora mismo?

—Te dije que no tenías nada de qué preocuparte. Si quieres, te puedo prometer que jamás volverás a verme en tu... —empezó a decir.

—¡Ya cállate, Melissa! —bramé, mandándola a callar.

Me acerqué, con voz firme y furiosa:

—Tú te atreves a irte a esa cita y te prometo que conocerás mi furia —la amenacé.

Mel se quedó desconcertada por varios segundos, para después solo darme una sonrisa leve antes de añadir:

—¿Cómo crees que mi abuelo aceptó que nos divorciarnos? —me aviso, dejándome en shock.

Fruncí el ceño, incrédula.

—¿Estás diciendo que aceptó porque debes volverte a casar con otra? ¿Y tú aceptaste eso? —pregunté, sin poder creerlo.

—Así es —afirmó, sonriendo levemente—. Y te repito: no debes preocuparte, porque, como te dije antes, jamás le sería infiel a mi pareja. —me recordó.

Claro que recuerdo lo que me decías siempre y ahí tenia algo a mi favor.

—¿Eso quiere decir que jamás tendrás ninguna cita con alguien que no sea tu esposa? —pregunté, clavando la mirada en ella.

—No, jamás tendría nada con otra persona —afirmó con seguridad.

—Es bueno saberlo —sonreí, triunfante.

—Porque te voy a contar un secreto —me acerqué más, bajando la voz—: tú y yo aún seguimos casadas. —Se lo susurré.

Mel se quedó estática unos segundos.

—Eso es imposible —negó, incrédula—. Tú firmaste los papeles, ¿recuerdas?

—No era mi firma real —respondí, con frialdad—. Y me sorprende que no lo hayas notado, a menos que jamás hayas revisado los papeles. —Alcé una ceja y la vi palidecer.

No dijo nada. Salió literalmente corriendo de mi oficina dejándome con todo lo que debía decirle. La perseguí, pero era malditamente rápida; la perdí en la salida de la empresa.

—¡Melissa Castle! —grité, frustrada.

¿Era una broma? Más de seis meses buscando que volviera y ahora salía huyendo cuando le decía que seguíamos casadas. Si hubiese sabido que iba a escapar, jamás lo habría mencionado.

¿Acaso tampoco notó el anillo que Sheldon me dio en su lugar cuando nos casamos? Lo miré: el anillo brillaba en mi dedo como una prueba muda.

Toda la tarde estuve furiosa; la sangre me hervía al pensar que Mel estaría en esa cita, tal vez convencida de que le había mentido. Rompí el lápiz que tenía en la mano con un chasquido seco.

Todos en la sala de juntas me observaron, preocupados por mi reacción. Ryle, que percibió mi humor cortante, pidió que la reunión continuara sin más interrupciones.

Al terminar, ordené investigar: que buscaran cualquier reservación a nombre de Mel Castle en restaurantes y hoteles. Georgina y Rosaline intentaron calmarme, asegurando que ella jamás iría a una cita. Me tranquilicé apenas un rato, hasta que llegó el informe: había una reserva a nombre de Mel que era en la tarde en un hotel.




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