Nunca imaginé que la volvería a ver.
Y menos así, no aquí.
La cafetería de siempre. Nuestro antiguo lugar de siempre. La pequeña mesa en la esquina, bajo el mismo letrero de luces de siempre.
Él hablaba, yo reía, jugaba con mi taza… hasta que la campana de la puerta sonó.
Ella entró. La vi. Y mi mundo se vació.
Lucía.
Lucía, con aquella manera de caminar. Lucía, con otro corte de pelo, otro estilo, otro hombre al lado.
Pero era ella. Con esos ojos miel que un día me miraron como si fuera todo lo que necesitaba.
Esa sonrisa que brillaba.
Fue un segundo. Solo uno.
Ella me vio.
Su rostro cambió. No hubo sorpresa. Ni drama. Solo una pausa.
Una sonrisa a medias, una que devolví por reflejo.
Bajé la vista hacia mi taza, como si pudiera esconder todo lo que estaba por venir.
Después de tantos años, descubrí que hay heridas que no cierran.
Solo aprenden a doler en silencio.