Érase una vez en París

01

El ajetreado día comienza, como siempre, a las cinco de la madrugada. El despertador suena con un gran estruendo que no es nada agradable a quien lo escucha, la luz se enciende y el hombre se pone de pie con los ojos apenas abiertos pero al menos desperezarse puede ser un poco relajante; la rutina es la misma, lavarse los dientes, darse un baño tibio y tomar ropa limpia para luego ir a la cocina, comer algo simple, sea unos huevos revueltos o una manzana, lo que tenga ganas de hacer o preparar.

Suspira, chasquea la lengua para morder una manzana sin mucho interés, sin embargo, tiene que comer bien para poder atender a sus pacientes una vez llegue. Va colocándose su camisa con desgano, uno a uno prende los botones hasta estar frente a su espejo donde comienza a colocar la corbata con algo de dificultad pues no quiere soltar la fruta, menea la cabeza un poco conforme con su aspecto ya que no le importa mucho, que sea lo que deba ser; desde hace mucho tiempo que no le interesa cómo se ve o qué piensan los demás de él, tan solo se viste apropiado para poder ir a trabajar porque como profesional así debe ser.

Toma su móvil, tiene un mensaje de su mejor amigo, Alec.

“Adrien, no olvides que debemos llegar temprano porque hay revisión en los quirófanos. Ya estoy camino al hospital, te veo allá.”

Adrien Dubois, un neurocirujano de treinta y dos años que vive en el centro de París y muy cerca del río Sena, alejado por completo de su familia, con apenas algunos pocos amigos a los que ve de vez en cuando, a excepción de Alec. Es un hombre que apenas sale de su casa, solo asiste al hospital y de regreso y, desde hace unos meses, la botella de alcohol es su mejor amiga; cada noche, sin falta, una botella de vino o de whisky termina sobre la mesa hasta que queda vacía quedando él bastante ebrio sin recordar nada, durmiendo en el suelo o sofá cuando no puede llegar a la cama.

¿Deprimente? Sí, demasiado, pero así está bien o por lo menos eso es lo que siempre se repite para convencerse, para encontrar una razón para no salir de casa.

Nadie espera por él, a nadie le importa, nadie pregunta por él desde que cortó lazos con su familia por obligación ya que lo echaron de sus vidas como si no valiera nada, como si no representara un lugar en la mesa o en sus vidas, ¿Cómo podían? Y dolía, dolía como la mismísima mierda, pero nada podía hacer para remediarlo cuando sus padres y hermanos tenían una mente tan obtusa.

―Bueno, supongo que es hora de comenzar el día ―toma su portafolio para salir de su departamento, subir a su coche para ponerse en camino hacia el hospital.

Las calles de París son tranquilas a esa hora, apenas hay algunas personas circulando por lo que puede darse el lujo de tardar lo que sea necesario para llegar. No piensa en nada más, tiene la mente en blanco sin importarle, ve de reojo su bolso donde sabe que hay una pequeña botella de licor esperando por él o por su descanso, una de dos; regresa la mirada a la carretera, sabe que no es adecuado beber durante las horas de trabajo, su participación en la salud de las personas es demasiado importante como para poner todo en riesgo, sin embargo, la tentación siempre está ahí.

Aparca con rapidez, baja del coche para caminar a paso lento, no puede creer que ahora lo único que siente cuando llega a las instalaciones de salud sea cansancio y hastío cuando hasta hace un año era su razón de vivir. Desde que era un niño había soñado con ser médico y aunque no tenía en claro qué rama sería la suya estaba seguro de que lo haría bien, jamás dudó sobre lo que sería cuando fuera mayor, estaba más que claro y apenas tuvo la edad para ingresar a la universidad se encargó de hacérselo saber a todo mundo; sus padres y familiares estaban más que encantados y orgullosos con su elección de profesión, mucho más cuando los diplomas de honor, las becas, los talleres y las preparaciones extra que recibía Adrien por sus excelentes calificaciones.

Pero ni todas las condecoraciones y premios ganados por su esfuerzo, trabajo y aportes a la medicina fueron suficientes para que su familia lo viera con ojos de amor luego de aquel suceso. Ah, qué puta mierda, el peor día de su vida. El peor.

―Buenos días ―Alec le sonríe sosteniendo una taza de café que le entrega de inmediato sabiendo que no ha dormido bien como cada vez que se encuentran en ese sitio, es costumbre.

―Hola ―sonríe a medias.

―Mira esas ojeras, te dije que durmieras tempano pero no me escuchas ―chasqueó la lengua mientras comenzaron a caminar.

―No me desvelé, solo bebí un par de copas y me puse a ver videos ―se encogió de hombros pero tuvo que detenerse al ver el semblante preocupado de su mejor amigo―. No me veas así.

―Sabes que no es sano, en verdad creo que deberías ir a terapia, hablar con alguien te hará sentir mejor ―Alec suspiró inquieto―. Adrien, no quiero verte hacerte daño.

―No me hago daño, solo no quiero salir, ¿Qué tiene malo? ¿no puedo estar cómodo en mi propio hogar? ―preguntó subiendo las escaleras.

―No digo que no puedas sentirte así, pero no sales de tu apartamento a menos que sea para trabajar, no ves a tus amigos salvo a mí y porque trabajamos juntos. Ni siquiera has vuelto a salir con alguien desde… eso ―suspiró―. No estás bien y no quieres admitirlo.

―Tal vez estoy bien así, ¿no te parece? ―chasqueó la lengua molesto, siempre era la misma plática, se sentía regañado cuando lo único que deseaba era un poco de silencio.




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