Otro día de arduo trabajo donde Adrien no hace más que ver pacientes, va de un lado a otro en las distintas alas del hospital tomando casos o haciendo interconsultas con sus compañeros que piden su conocimiento y opinión. Es como cualquier otro día, no tiene interés más allá de su trabajo, tanto así que ha estado más de cuarenta y ocho horas haciendo guardias y tomando turnos extras gracias a que es conocido del director del hospital, ¿se está haciendo daño? Tal vez, pero la peor parte de todo llega cuando debe ingresar a su departamento, solo, oscuro, y no hace más que tener pensamientos desagradables que lo hunden otro poco. No, mejor hacer todo el trabajo que pueda antes de que termine loco hablando con las paredes.
Y hablando de terminar loco, los rumores sobre que hay un fantasma en el hospital que pone de cabeza todo, que saca documentos, revuelve expedientes, mueve sillas y camillas, está más que presente entre los enfermeros y doctores; cada día es una nueva anécdota sobre lo que sucede por las noches, ahora acompañadas de los videos proporcionados por la gente de seguridad, se ve con claridad cómo las sillas vuelan, las puertas se abren con rapidez y violencia, como si alguien estuviera desesperado por encontrar algo o a alguien.
Si bien él no puede creer en todo ello, sabe que algo está pasando, no puede ser coincidencia, ¿será que hay un grupo de colegas que se han puesto de acuerdo para hacerles esas bromas? Hoy en día hay mucho video trucado, muchas formas de hacer chistes de mal gusto y hasta no descarta la posibilidad de que los de seguridad estén metidos dentro de la broma, ¡seguro los de las guardias nocturnas disfrutan todo eso!
―Adrien, ¿Cómo estás? ¿Qué tal llevas el día? ―Alec se acerca con una leve sonrisa, parece que acaba de iniciar su turno y es más que obvio puesto que no tiene ni una sola ojera en el rostro.
―Hola ―susurra apenas―. Estoy bien, creo que voy a tomarme unos minutos para beber un café, tengo pacientes en dos horas.
― ¿Aún no has ido a casa? Por Dios, hombre, tienes que descansar ―se detiene para tomar su brazo―. Me preocupas demasiado, por favor, piensa en ti.
―Alec, no quiero ir a casa. Cada vez que entro y me encuentro solo no puedo dejar de pensar en él, en todo lo que no hice para salvarlo ―negó con profunda tristeza―. Será mejor que me dejes manejarlo de la manera en la que pueda.
―No descansar, sobre exigirte en el trabajo y beber todas las noches que tienes oportunidad no es saber manejarlo ―Alec espetó muy en desacuerdo―. Tienes que pedir consulta con psicología, tienes que tomarte un tiempo, alejarte de esto, aceptar lo que pasó.
―Tengo trabajo ―el doctor Dubois le dio la espalda alejándose sin más, no importándole nada el que estuviera dejándolo con la palabra en la boca.
Adrien estaba cansado de que las personas se tomaran el privilegio de decirle que debía sentir y hasta cuando solo porque no entendían su dolor, ¿Qué pretendían? ¿Qué hiciera de cuenta que no pasaba nada? ¿Qué no sintiera toda esa mierda que lo arrastraba hacia el pozo negro más hondo que había y que parecía querer retenerlo allí todas las noches? Era una locura, odiaba sentirse así pero tampoco podía luchar contra ello, o tal vez, ya no tenía una razón para hacerlo. Poco a poco se dejaba vencer, y no le importaba.
Ingresó a su consultorio, cerró detrás de sí para acercarse a la pequeña máquina de café que había pedido tener solo para él para evitar tener que ir hasta el comedor principal donde todos se encontraban, toqueteó los botones, quería un café negro intenso, solo deseaba poder espabilar un poco más; tamborileó los dedos sobre el artefacto dándole la espalda a su escritorio, perdido en su mente, con los ojos entrecerrados, algunas ojeras marcadas en su tez bronceada y una mirada triste que revelaba miles de dolores.
―Si sigues tomando esa porquería vas a terminar con el estómago hecho un desastre.
―Lo necesito para despertar, tengo algo de sueño pero no puedo abandonar la guardia hasta la tarde ―respondió tras un bostezo sin notar algo en particular.
―Entonces, ve a dormir, ¿o planeas quedarte esta noche también?
―Es que ahora yo… ―se abstuvo de contestar, abrió los ojos sorprendido para tragar duro, estaba solo en su consultorio hablando consigo mismo―. Debo estarme volviendo loco.
―No, pero con tanto café no me extrañaría que alucines.
― ¿Quién eres? ―preguntó frunciendo el ceño, no estaba seguro de que fuera su mente la que lo hacía tener una conversación consigo mismo.
―No me acuerdo.
―¿Cómo que no te acuerdas? ¿Cómo es que estás aquí en mi consultorio? ―frunció el ceño observando apenas hacia uno de los lados, la silla estaba vacía.
―Solo aparecí aquí, no sé de dónde vengo.
― ¿Dónde estás? ―susurró.
―En tu sofá, genio. Date vuelta.
Adrien sintió los vellos de su nuca erizarse, una corriente helada le recorrió los huesos mientras, con lentitud, daba vuelta sobre su eje con los ojos abiertos a más no poder esperando encontrarse a un espectro, un monstruo, lo que fuera, pero en su lugar, solo vio a una muchacha sentada; de ojos claros, cabello rubio, lo veía un poco curiosa.
― ¿Eres un paciente? No puedes estar aquí, debes esperar a que sea la hora para que te llame mi asistente ―Adrien parpadeó un par de veces, estaba considerando ver un fantasma, ¿en serio?