Érase una vez en París

03

―Vamos, Adrien, entra ―Alec abre la puerta del departamento, se hace a un lado para que su amigo pueda pasar y luego observa que el lugar se ve más oscuro y desordenado de lo normal―. ¿Cada cuánto limpias este lugar? Dios, parece que hubiera pasado un huracán.

―Entenderás que, a veces, no se puede limpiar todo y tenerlo impecable cuando uno mismo es pura basura ―respondió desganado, dejando tirado sobre el sofá más cercano su abrigo y portafolio, se quitó los zapatos en el corredor y cuando llegó a su cuarto solo se dejó caer en la cama, abatido―. ¿Te molesta si duermo un rato? Puedes irte, no es necesario que te quedes.

―Claro, descansa ―Alec cerró apenas la puerta, regresó a la sala colocando las manos en sus caderas mientras veía todo a su alrededor, tenía que poner algo de orden, necesitaba ayudar a su mejor amigo con las cosas que le estaban haciendo difícil la vida―. Puede que no pueda aliviar tu dolor amigo mío, pero dejaré tu apartamento hermoso.

Alec François conocía a Adrien desde que eran unos jovencitos en la universidad, el primer día de clases fue que Dubois terminó perdido en los corredores y su salvador terminó siendo el chico bajito que lo sacó de los baños de damas antes de que terminara en un escándalo, ¡ah, aún recordaba aquellos tiempos cuando estudiaban noches enteras tratando de llegar a tiempo con los contenidos para los exámenes! ¡Se quemaron pestañas y cabelleras de tantas sesiones de estudio! Pero no lo cambiaría por nada, volvería a esas fechas con tal de tener a su amigo sonriendo de nuevo, mostrando su sonrisa, su contagiosa risa, su buen ánimo y estilo, ¿dónde quedó ese chico? ¿dónde está el hombre que llegaba al hospital cada mañana con cafés para todos sus colegas, que jugaba en los pasillos, que visitaba a los niños en oncología o que en la cafetería era el centro de atención por su excelente personalidad? No lo sabe, espera algún día poder tenerlo de regreso.

Arremanga su camisa, quita los anteojos que lleva puestos y se acomoda el cabello rubio hacia atrás mientras se dirige a la cocina en busca de todos los materiales y utensilios para una buena limpieza. Primero inicia allí mismo, levantar los trates, lavarlos en la bacha, secarlos y guardarlos, sacar la basura fuera, regresar para trapear los pisos, abrir las ventanas.

―Lleva días desde que no hace una limpieza ―blanquea los ojos, niega mientras husmea en la alacena―. ¿Qué carajos come? Puro café tiene, ¿y esto que es? Ay, no, descartado.

Suspiró, no podía creer que la forma de vivir del neurocirujano fuera tan mala, es decir, entendía que luego de aquella tragedia en su vida las cosas no iban a estar nada bien, que requeriría mucho tiempo para que volviera a ser el hombre que era, pero temía, temía que no pudiera salir del pozo, que las cosas empeoraran y, para ser sinceros, comienza a pensar que está en caída libre y que no falta nada para que se estrelle en el suelo.

Alec siguió haciendo los quehaceres de la casa, limpiando los muebles, los pisos, desempolvando los sofás y los almohadones, abriendo cortinas, acomodando adornos y corriendo los muebles a donde a él le parecía que irían mejor; todo iba bien, hasta que llegó a aquel aparador donde se encontraban fotos familiares de Adrien y tomó esa foto especial donde se encontraba acompañado, riendo y abrazando a otro joven, ¿Cómo fue que pasó? ¿hace cuánto que fue? Y puede dar fe de que se extrañan esos tiempos, demasiado.

De pronto, la puerta de la habitación, que estaba entreabierta apenitas, se abre por completo dejando oír un chirrido bastante llamativo. Alec se acerca a ver, pero Adrien sigue dormido, no hay nada ni nadie, ¿será el viento que entra por la ventana? Quién sabe, pero lo ignora y regresa a la sala a terminar las tareas para poder preparar algo de comer. Por otro lado, Adrien se acurruca en la cama, toma el primer edredón que tiene a la mano porque siente frío, parece que la temperatura ha bajado de un segundo a otro y lo peor de todo es que tiene una sensación rara, como si estuviera siendo observado; a pesar de todo esto se niega a despertar, está tan cansado, aguantando tantas horas de trabajo, que ahora su cuerpo no responde a las acciones que su cerebro le pide hacer. Gracias a esto es ajeno a lo que se mueve en aquellas paredes, un espíritu ha llegado a su departamento directo de su mano, no debió preguntarle su nombre ni darle conversación, es una de las formas más simples y rápidas en las que se te pegan como chicle; y ahora está ahí, merodea entre los cuartos, observa a Alec ir y venir, husmea en todo lo que puede y no planea irse, claro que no.

―Por favor… ―Adrien se remueve entre las mantas, aún dormido, preso de las pesadillas, con un par de lágrimas que caen por su mejilla.

―No llores, doctor, no llores… ―le susurran.

El hombre de oscuros cabellos que reposa en el colchón frunce el ceño, siente algo, como si una brisa fresca se posara sobre su mejilla, cuanto más permanece allí se vuelve más helada. Y es cuando abre los ojos sorprendido, incorporándose de inmediato observa a su alrededor tratando de saber qué ha pasado, qué es lo que ha sentido pero no le encuentra mucho sentido; se queda allí sentado, observando la nada misma, aún no termina de conectar y entender que está en su cuarto, el sueño sigue estando presente pero no puede regresar a conciliarlo cuando escucha ruidos en su sala. Sin esperar nada más, Adrien se encamina hacia el lugar del que vienen los sonidos, descalzo, con la ropa desalineada y el cabello como nido de aves.

― ¿Qué es lo que ha pasado en mi departamento? ―parpadea sorprendido al ver todo acomodado, diferente, limpio e iluminado.




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