Adrien se encontraba en su sofá, veía todo a su alrededor con ojos clínico, estaba más que decidido a descubrir qué era lo que estaba sucediendo en su casa. Desde que Alec se había marchado de regreso a su hogar hacía ya unos tres o cuatro días él había experimentado extraños sucesos, algunas cosas se movían, terminaban en lugares que no les correspondía, cuando se iba a dormir tenía la sensación de que lo observaban o las pisadas en el corredor resonaban con fuerza, a veces, su ropa terminaba en el suelo cuando él la colocaba en el armario; todo estaba siendo demasiado raro a su ver y siendo la persona lógica que es le costaba demasiado aceptar que se trataba de una especie de fantasma o espíritu porque no existen, ¿verdad?
― ¿Sigues aquí? ―preguntó inclinándose hacia adelante en el sofá.
―Siempre estoy aquí.
― ¿Quién eres? ¿Por qué estás aquí y qué es lo que quieres? No creo que sea necesario que me sigas hasta mi hogar, no tengo nada para ti y no puedo ayudarte, tampoco quiero ―negó.
―No sé quién soy, no lo recuerdo, solo sé que mi nombre llevaba un “Ara” en él, puedes usarlo si gustas para referirte a mí. Estoy aquí porque eres el único que me ve y escucha, eso es raro.
― ¿Eso te parece raro? Por Dios ―se puso de pie viendo la sala―. ¿Puedes hacerte presente? Me molesta no poder verte.
―Sí ―la muchacha apareció frente a él como por arte de magia―. Cuando no ves es porque te niegas a hacerlo.
―No me digas, es una clase de poder que tengo ―blanqueó los ojos alejándose un poco, sentía la piel de gallina―. De seguro ya me he vuelto loco, es eso.
―No estás loco, yo sé que existo, no soy de mentira y no sé por qué las personas me ignoran todo el tiempo, solo quiero entender lo que pasa ―la chica merodeó entre los muebles, parecía moverse en cámara lenta, apareciendo y desapareciendo de forma sutil―. Estoy sola desde hace tiempo, no sé por qué no quieren hablar conmigo.
Adrien la observó unos minutos más, tragó duro mientras acortaba la distancia con ella, extendió su brazo con un ligero titubeo hacia la forma del cuerpo fantasmal y sus dedos “rozaron” la esencia, apenas pudo sentir algo de frío, la atravesó por completo pudiendo ver su mano a través del cuerpo que, de manera muy ligera, parecía desvanecerse; con un jadeo retrocedió asustado y asombrado, por su parte, aquella que dice llamarse Ara rió bajo ajena a los movimientos del médico cirujano.
―Sentí cosquillas ―Ara lo observó―. ¿Por qué me ves así? ¿Tienes miedo?
― ¿Acaso no te has dado cuenta? ―susurró algo perturbado, le parecía un poco escalofriante el que ella no pudiera notar lo que pasaba―. ¿De verdad no entiendes de qué se trata todo esto?
―No, no sé de qué hablas pero ya te he dicho que algo raro está pasando conmigo y el mundo ―negó confundida.
―Tú no existes ―negó.
― ¿Cómo qué no? Claro que sí, aquí estoy, ¿no?
―Sí, pero no ―rascó su nuca―. Tú lo has dicho, las personas no te ven, no te oyen, no te prestan atención sin importar lo que haces, ¿no te da una idea?
―No.
―Ara, si es que ese es tu nombre, tú estás muerta ―soltó sin más mientras la veía―. No estás viva, no eres una persona, por eso no te ven ni te oyen; no quiero ser tan agresivo pero es más que obvio y acabo de tratar de tocarte y te atravesé.
―No, no, eso es ridículo ―rió la joven retrocediendo―. Yo no estoy muerta, soy una persona, aquí estoy… yo…
Ara mantuvo el silencio mientras sopesaba a detalle lo que ese hombre le había dicho, cuando lo siguió esperando que lo ayudara no pensó que iba a decirle algo tan cruel. No podía creerle, pero tampoco tenía bases para preguntarle porque no recordaba nada, ni quién era, ni de dónde venía, qué le había pasado o qué había estado haciendo antes de esa situación tan rara; solo recuerda haber despertado en la calle, junto a varios coches estacionados, con gente a su alrededor que iba y venía apresuradas y luego solo se dedicó a caminar y vagar esperando que alguien pudiera responder su simple pregunta: “¿Qué me pasó?”.
―No, no puedo estar muerta ―negó retrocediendo algunos pasos sin dejar de ver al doctor―. ¿Cómo pasó? ¿Qué me sucedió? ¿Por qué no puedo recordar nada? Y si morí, ¿Por qué sigo aquí?
― ¿Tengo cara de ser gurú o algo similar? Chica, no lo sé, yo soy médico cirujano, no creo en nada de esto pero aquí estoy contigo teniendo casi un aneurisma por tratar de entender que hablo con un fantasma ―gesticuló―. Te equivocaste de persona, no puedo ayudarte, no sé cómo.
―No, no, no, ¡no! ¡yo no puedo estar muerta! ¡No!
El último grito se escuchó en todo el departamento causando que Adrien se sobresaltara en el lugar, Ara había desaparecido una vez más y él, aunque la buscó por todos lados e intentó llamarla, no la vio por el resto del día.
―Viene a pedirme ayuda a mí, qué ilusa, ni siquiera puedo ayudarme a mí mismo ―susurró mientras preparaba algo de pasta para pasar la cena.
El resto de la semana transcurrió con suma tranquilidad a ojos de Dubois, lo bueno que podía destacar era el hecho de que ya no había encontrado nada fuera de lugar en el departamento ni se oían ruidos extraños durante la noche pero debía admitir que le generaba demasiada curiosidad saber qué había sido de ese fantasma. Y por otro lado, ¿de verdad había pasado todo ello? ¿era posible que hablara con un fantasma? ¿Qué lo viera? Estaba seguro de que nunca había sido religioso en extremo, creía a su manera pero nunca se le dio bien ser devoto a una religión, sin embargo, ahora comenzaba a replantearse varias cosas que tenían que ver con el tema.