Adrien se encontraba llenando unos papeles en la alcoba de un paciente, Alec a su lado no dejaba de revisar los signos vitales del joven que reposaba sobre la cama conectado a diversos cables que lo ayudaban a realizar diferentes funciones corporales que, por su cuenta, no podría llevar a cabo.
― ¿Crees que tenga alguna posibilidad de despertar? ―Alec voltea a ver a su colega con semblante triste―. Lleva aquí unos cuatro años ya.
―Dudo mucho que pueda. Sabes que necesita de las máquinas para mantenerse con vida, el hecho de que sus padres no se resignen no quiere decir que haya una esperanza, su cerebro dejó de funcionar hace tiempo ―Adrien negó terminando de firmar―. Ni siquiera puedo decir que con la operación pueda serle más amena la vida, creo que es en vano.
―Lo sé, pero quería tener una esperanza ―susurró viendo al muchacho―. Es increíble que un simple juego de básquet terminara en esta situación, ¿no?
―La vida da giros que no esperamos, pero quienes más lo sufren son los seres queridos, la familia que se queda aquí cuando las personas ya no están para hacernos compañía ―Adrien dejó los papeles sin saber que su amigo lo veía con tristeza sabiendo que lo decía con el mismo sentimiento.
―Aun así, quiero pensar que puede haber un milagro ―François tomó los documentos―. Llevaré esto, tengo que dar un parte a la familia y luego vengo a verte.
―Claro, cuando regreses tráeme un café ―Dubois le sonrió.
―No creo que debas tomar eso ―el rubio negó dirigiéndose a la salida―. Pero eso lo decides tú, te traeré café.
El cuarto quedó en silencio, sin embargo, Adrien no se sentía solo. No era algo específico pero la sensación de estar acompañado, de estar siendo observado y sabía a la perfección que se trataba de Ara que revoloteaba a su alrededor; a veces, podía verla con claridad, otras eran como pequeños destellos que aparecían y desaparecían, en otras ocasiones incluso sentía como una leve brisa que pasaba cerca suyo o la oía como pequeñitos susurros que no hacían más que crisparlo, sorprenderlo o asustarlo. Y de esto llevaba ya una semana.
El sujeto observó a su alrededor con disimulo, ¿si podía ver a la chico quería decir que podía ver a más fantasmas? Esa era una pregunta que siempre tenía en mente pero no podía siquiera idear una forma de probar sus conjeturas, esperaba que la ocasión se presentara a futuro.
―Esta habitación está muy fría ―Ara habló desde uno de los rincones mientras caía un toallón al suelo.
―Deja de hacer desorden, las enfermeras no pueden estar levantando todas las cosas que tiras por diversión ―regañó levantando todo de a poco―. Por Dios, eres como un niño.
―Lo siento, es que no me acuerdo qué textura tienen las cosas. A veces, solo intento recordarlo ―se encogió de hombros.
―Mira, con tus intentos de tocar cosas todo lo dejas desordenado, tirado, y creas alborotos que luego se trasforman en chismes que asustan a los doctores y enfermeros ―explicó.
―Eso lo hacía para que alguien pudiera prestarme atención, pero ahora que no necesito hacerlo porque estás aquí solo toco las cosas de vez en cuando, aunque otras ni siquiera me acerco y se caen igual ―meneó la cabeza―. Creo que es por mi energía, no sé.
―Con todo lo que tú misma me estás diciendo, ¿no te parece que es más factible la idea de que ya no tienes vida? Los fantasmas son fantasmas por algo, porque están muertos, no hay vida ya en ellos. Al menos no una terrenal, y si te soy sincero, no sé si haya otra vida o plano o lo que sea ―gesticuló Adrien―. Piénsalo, creo que puede ser una opción.
―Pero, ¿Cómo puedo estar muerta sin que lo sepa? No recuerdo nada de nada ―negó caminando hasta llegar a estar frente al joven paciente―. ¿Qué me pasó?
―No tengo idea, pero ahora mismo voy a tratar de averiguar si hay algún paciente que tenga similitud con el nombre que me has dado ―Dubois suspiró―. Solo tienes que esperar, y también ser consciente de que es una verdad.
―Me duele lo que me dices ―Ara volteó a verlo.
―Pero es la realidad, aunque no te guste, como con este chico que no despierta desde hace años. Ni él ni tú tienen posibilidad de volver a estar vivos y lo mejor es aceptarlo, puede que así sea más fácil para ti encontrar n camino que te lleve a descansar o a lo que sea que se hace en tu estado ―chasqueó la lengua.
―Aquí tengo tú café, Adrien ―habló Alec entrando a paso sereno, despacito para no derramar nada de nada.
Ara observó las tazas de café y sin más colocó su pie en el camino del hombre que recién llegaba, a pesar de que no pudo tocarlo porque lo atravesó eso no impidió que trastabillara y las tazas cayeran al suelo esparciendo el café negro que tanto había cuidado durante el camino.
―No puede ser ―Alec blanqueó los ojos―. Estoy muy torpe estos días, ayer tiré la charola con jeringas nuevas, antes de ayer se me cayeron los lockers mientras me cambiaba y hoy el café. Que idiota estoy.
La risita de Ara hizo que Adrien volteara a verla con reprimenda.
―Son cosas que pasan ―se acercó a su amigo para secar con un paño el café―. Iré a buscar otro café yo, no te preocupes, Alec.
―No te dejaré tomar café mientras esté aquí.
―Cállate, Ara ―Dubois siseó.