El río Sena se veía maravilloso durante la noche, las luces parecían darle un toque mágico al lugar, esas luces amarillentas creaba un ambiente cálido y, a la vez, nostálgico, o eso era lo que sentía Ara; de pie, en la orilla del sitio, observaba cómo la vida seguía, las personas iban y venían, las familias reían, algunos niños posaban para que sus padres les tomaran fotografías y la brisa acentuaba la frescura bajo el manto celestial negro.
Estaba en medio de todo y de nada a la vez, no podía dejar de intentar recuperar sus memorias, saber quién es, de dónde viene o a dónde iba el día en que murió, ¿Por qué tampoco podía recordar cómo fue que perdió la vida? ¿Qué pasaba si el doctor tenía razón? ¿y si estaba muerta? ¿Qué seguía ahora? ¿Cómo saberlo? ¿restaba solo una dura eternidad en la nada misma mientras ve a los demás ser? Lo peor de todo era que sus preguntas no se quedaban allí, por el contrario, iban en aumento con cada teoría que podía formar con la nula información que tenía sobre sí misma.
Se acercó aún más a la orilla del río, se asomó a ver su reflejo pero no vio nada, solo el agua que se movía lento y el reflejo de la ciudad de París que no hacía más que divertirse, ¿Cómo era ella ahora mismo? No podía ver su reflejo, quizás no tenía uno y los fantasmas no deberían necesitarlo, ¿verdad? No sabe qué pensar en realidad.
― ¿Qué se supone que sigue ahora? ―se dijo a sí misma para luego vagar de regreso, de hito en hito en diferentes lugares hasta que regresó al departamento de Adrien.
Ara no sabía bien cómo funcionaba eso de aparecerse por todos lados, solo entendía que dónde quisiera ir pues allí aparecería o lo más cerca posible en tanto ya hubiera estado allí, era algo poco práctico, a veces se perdía, otras no lograba llegar a dónde deseaba y así era como conocía la ciudad, entre tropezones y atajos. Caminó lento por la sala de estar del apartamento, se acercó a la habitación donde Dubois ya dormía pues había tenido un día largo; le dio una mirada rápida a la botella de cerveza que reposaba en la mesita de noche y suspiró para tomar asiento en un borde del lecho, con la mano intentó hacerle una caricia a Adrien no pudiendo tocarlo del todo pero supo que causó algo cuando lo vio tiritar de frío, tal vez se estremeció, no estaba segura.
― ¿Por qué estás tan triste, doctor? ¿Qué no ves que sigues vivo? ―susurró viéndolo, no lograba comprender su actuar, no entendía mucho de ese hombre pero tampoco era quien para juzgar pues no lo conocía en lo absoluto―. Te voy a ayudar.
Desapareció del cuarto pero llegó a la sala donde observó a su alrededor, se acercó a los muebles husmeando interesado todo hasta ver algunas fotografías de Adrien con su familia, con una mujer que sonreía feliz, con niños, en fiestas, y una en particular, que destacada de otras por el bonito marco que le habían colocado, porque lucía bien cuidada, limpia de polvo, apreciada. Ara se la quedó viendo un buen rato, no podía tocarla y tampoco quería terminar tirándola al suelo como solía hacer con todas las cosas que terminan estando a su lado o cerca suyo.
―Son iguales ―murmuró apreciando la foto pero no le dio mucha importancia y se recluyó a un rincón con poca luz donde prefirió no ser visible y se dispuso a descansar, puede que no tuviera un cuerpo físico pero su alma estaba cansada de vagar.
Cuando la mañana llegó, el sol iluminaba toda la sala y gran parte de la cocina haciendo que Adrien tuviera que entrecerrar los ojos por el resplandor. Con el cabello revuelto, descalzo, medio dormido y algo babeado, llegó a la nevera en busca de su café helado que encontró derramado en el suelo; sus galletas de avena que no debían faltar estaban hechas trizas sobre la mesa y para colmo, lo peor de todo, no habían quedado frutas para su clásico jugo mañanero, ¿Qué carajos había hecho ese fantasma? No podía creerlo, era sábado, su día de descanso, el momento en que tenía que dormir y no salir de su hogar, quedarse sin hacer nada… y ahora ni desayuno tenía.
― ¿Se puede saber qué carajos hiciste anoche? ―habló alto, no sabía dónde estaba Ara pero quería que lo escuchara.
―Descansar.
Solo fue esa respuesta, no se hizo presente.
―Ajá, ¿y descansaste derramando mi café y rompiendo mis galletas? ―espetó incrédulo.
―Siempre bebes y comes lo mismo, te va a hacer daño, además, habiendo tanta comida rica, ¿Por qué te conformes con algo tan soso? ―Ara apareció sobre la mesa, sentada como indiecita―. No te entiendo.
―Estás muerta, ¿Qué puedes saber de comida rica? ―la observó con un tic en el ojo.
―En esa revista salen muchos platillos ―señaló―. Y creo que deberías probarlos.
―Pues crees mal ―negó.
La puerta fue tocada con fuerza, Adrien guardó silencio no queriendo atender, quien fuera que estuviera esperando tendría que irse porque no iba a ser recibido, o por lo menos, esos eran los planes; claro que Ara no los respetó ni de chiste porque corrió hasta la puerta para tocarla apenas y abrirla como si nunca hubiera estado bajo llave.
―No abras ―susurró Adrien.
― ¡Abierto!
―Buenos días… ¿Adrien? ―Alec se quedó perplejo al ver que la puerta se había abierto sola pero de todas formas ingresó con una sonrisa―. Adrien, con los muchachos del hospital vamos a reunirnos para desayunar, ¿vienes? Estarán todos nuestros colegas, algunos tienen el día libre y otros se reportaran a su turno luego.