Érase una vez en París

08

Alec conducía con calma, llevaba en los asientos traseros varias cajas que debía llevar la departamento de Adrien como un favor que le debía. Sabía que su mejor amigo estaría muy agradecido con ello ya que estaba más que atareado con juntas en el hospital, ansiaba poder hacer algo que ayudara a Dubois y aligerar lo más posible la vida del empresario.

Alec estaba más que al tanto de lo que sufría Adrien por la muere de su hermano gemelo, Raphael. Él también extrañaba a ese muchacho, los tres habían sido amigos desde mucho antes de graduarse de la universidad, habían compartido casi todo, eran quienes se visitaban cuando estaban enfermos, se daban una mano amiga en caso de necesitarlo y, para él, perder al chico de personalidad abierta y divertida fue un golpe duro para todos; sin embargo, Adrien, como su gemelo, no ha podido sobre llevar la pérdida, le duele demasiado, le falta en más de un aspecto y, lo peor de todo que lo tiene tan mal, es la forma en que murió. Su hermano no pudo hacer nada.

Aún puede recordar ese fatídico día, cuando recibió la llamada del accidente, cuando le dijeron que ambos hermanos habían estado metidos en él y, de paso, que venían muchas víctimas al hospital oriundas de esa carretera, sintió que se le helaba la sangre, tuvo que ser ayudado por las enfermeras pues perdió la estabilidad; ni hablar de cuando comenzaron a llegar las víctimas, entre ellos, los gemelos Dubois. Fue un día que estuvo presente en la mente de todos durante mucho tiempo, aún hoy perdura, varios colegas saben cuándo se conmemora el fallecimiento de Raphael y acuden a dejar flores u obsequios en su tumba, o le dan condolencias a Adrien. Sigue siendo duro.

Chasqueó la lengua, no faltaba mucho para ese día. Mejor no pensar más en el tema.

Observó al frente, estaba llegando al complejo de departamentos, aunque todavía no estaba seguro de lo que había dentro de las cajas pero le echaría un vistazo cuando llegara. Aparcó en el estacionamiento, bajó tarareando una canción, abrió la puerta trasera para sacar el par de cajas que podía apilar y llevar en sus manos para luego caminar hacia la entrada; el día estaba bastante bonito, luego de seguro iría por un café o algo de comer, una mujer le abrió amable la puerta y le sonrió, Alec se lo agradeció y continuó su andar hasta que sintió algo extraño entre los pies, se hizo a un lado asustado para encontrarse con un gato negro que le pedía mimos y maullaba con ahínco.

―Oh, qué lindo, pero no puedo quedarme contigo, lo siento ―rió bajo para subir al ascensor sin notar que el gato también lo hacía y esperaba a su lado.

En cuanto el ascensor llegó al piso correspondiente salió con rapidez, sonriente y sin preocupaciones, llegó al departamento e ingresó tras maniobrar con algo de desespero las cajas. Una vez en la sala, dejó todo sobre la mesita para correr al baño y encerrarse allí, muchas horas de pie y luego conduciendo sin descanso, uno tiene necesidades.

Por su parte, Ara veía todo asomada desde la cocina, su curiosidad había despertado en cuanto vio que no era Adrien quine ingresaba al departamento y mucho menos cuando las cajas fueron dejadas sobre la mesa, ¡ah, pero la mejor parte era ese gato negro que había llegado de la nada y que estaba acostado sobre el sofá! Con rapidez llegó hasta el gato para picarle los bigotes causándole cosquillas, uno o dos manotazos y de pronto el gato maullaba, corría detrás del fantasma y peleaba con la cortina donde ella se ocultaba y reía; si había algo que Ara adorara eran los gatos, no sabía por qué, pero los amaba.

―Corre, corre ―la chica se subió sobre el sofá mientras que el gato se restregaba contra el mueble―. Oh, ya sé, ya sé qué puede gustarte. Mira, mira…

Ara tomó los extremos de la cortina para moverla de formas diversas, ondeándolas con fuerza y luego a los lados, el minino saltaba para atraparlas, también golpeaba algunas macetitas que estaban bien puestas al sol y terminaban caídas en el suelo.

Alec veía todo boquiabierto tras terminar sus tareas en el baño, si bien no podía ver al muchacho sí notaba que las cortinas se movían de manera poco usual, en especial porque ninguna ventana había sido abierta. Tampoco le pasaba desapercibido el hecho de que el gato intruso jugaba con algo que no estaba allí, miraba fijo o esperaba algo de alguien, pero, ¿de quién? Tragó duro, estaba alucinando o muy cansado, sí, era eso, tanto estrés y trabajo ahora estaba haciendo estragos en su mente logrando que viera cosas que en otro momento creería que era mero cuento.

―Ven, gatito, gatito ―Alec se acuclilló, tenía que sacar a ese minino antes de irse o a su mejor amigo iba a darle un colapso.

―No, no te lo lleves… ―Ara intentó tocar la espalda de Alec pero no pudo y el muchacho le pasó por al lado.

―Eso, ven ―François caminó hacia la puerta de entrada con el minino en los brazos, estiró el brazo para tomar el picaporte y antes de lograrlo una media se estrelló contra su rostro asustándolo.

―No te lo puedes llevar.

― ¿Qué es esto? ¿quién anda ahí? ―Alec observó a todos lados quintándose la prenda de la cara mientras dejaba al gato en el suelo, con ojo clínico observó la sala y sus alrededores, incluso regresó al baño, pero no encontró anda―. Te lo advierto, llamaré a la policía si no sales, este es un departamento privado.

― ¿Eso debe asustarme? ―Ara frunció el ceño, pensativa, observó a su alrededor viendo un almohadón y con una sonrisa lo tomó para aventárselo a la cara una vez más.




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