Érase una vez en París

11

Adrien estaba haciendo una especie de limpieza en su departamento esa mañana, llevaba ropa y cajas de un lado a otro sin parar mientras escuchaba el audio extenso y casi interminable de uno de sus colegas que le explicaba un caso del que no tenía conocimiento pero donde requerían su opinión de todas formas.

La noche anterior había tenido un sueño extraño donde podía ver su antigua casa, la de la familia Dubois, y donde todos lo recibían para Navidad junto a Raphael. Había sido hermoso, le ayudó a descansar tranquilo y feliz toda la noche, por lo que cuando despertó decidió aprovechar el día al máximo; mientras caminaba rebuscando cosas viejas que iba a donar intentaba no pisar al gato negro que ahora era su mascota y que, por pedido de Ara, había sido nombrado como Black.

También había tenido oportunidad de poner en orden su despensa y nevera, tiró a la basura comida vencida, bebidas que ya no iba a terminar, colocó fruta y verdura, algunos cereales a la mano y, para su propia sorpresa, lanzó por la bacha de la cocina dos botella completas de vino tinto; tenía la sensación rara de que no iba a necesitarlas de nuevo. Volteó en el lugar, entre las cajas estaba el gato que saltaba de una a otra o bien las mordisqueaba, y un poco más cerca de la sala estaba el fantasma curioseando las fotos, los cuadernos, cacharros viejos. Había ruido, Ara movía las cosas cuando las tocaban, a veces salían volando por doquier debido a su energía, también le hacía preguntas sobre su familia, y para Adrien era muy agradable tenerla de compañía, se sentía menos solo, no se imaginaba regresar a lo que era hasta hace poco tiempo atrás y parecía un sueño siquiera lo quisquilloso que había sido cuando la conoció.

― ¿Quién es esta chica? ―Ara señaló con el dedo una de las fotografías del álbum.

― ¿Umm? ―se acercó a observar y sonrió―. Ella fue mi primera novia, la que yo juraba que sería el amor de mi vida y me iba a casar con ella.

―Oh.

―Sí, estaba en una tonta etapa en que le bajaría una constelación completa si me lo pidiera ―rió bajo recordando―. Pasé dos o tres meses preparándole el almuerzo, sin falta, todos los días.

― ¿En serio?

―Sí, y eran almuerzos elaborados, bien decorados ―se carcajeó recordando―. Que niño que era.

― ¿Qué pasó con ella?

―Me dejó por otro ―se encogió de hombros.

―Desgraciada.

Adrien se carcajeó.

―Tranquila, no tienes que ser grosera, son cosas que pasan y que tienes que aprender a tomar como vienen. Allí aprendí que el trato que yo diera el mismo que debía recibir y si eso no era así, entonces, no me servía ―agregó tomando asiento.

―Ah, ya. Entonces, desgraciada no tan desgraciada ―Ara siguió mirando―. Ey, aquí estás con tu otro yo.

―Es mi hermano ―sonrió viéndola―. Solíamos ir a todos lados juntos, cada actividad, cada paseo, todo lo compartíamos. Incluso cuando no teníamos los mismos gustos. Él, era mi otra mitad, mi gemelo, la parte de mí que faltaba, mi hermano, mi mejor amigo en todo el mundo, no había nada que no hiciera por él.

―Lo querías mucho ―Ara lo observó con ternura.

―Lo adoraba, como todos en la familia ―sonrió tomando el portarretrato, sintió los ojos picar pero en lugar de tragarse ese llanto lo dejó salir en silencio―. Lo extraño tanto, parece que me quedé incompleto cuando él desapareció, fue tan rápido, en un instante todo lo que yo conocía se esfumó y me quedé en blanco; en el accidente, íbamos los dos, pero salí casi ileso porque mi cinturón fue bien colocado por mi hermano, él me protegió en el choque y voló por los aires atravesando el parabrisas.

Ara lo observó con seriedad.

―Lo llevamos la hospital, yo ya era médico, me dispuse a hacer hasta lo imposible por salvarlo pero no pude, a pesar de las operaciones, de las intervenciones, de que le dimos transfusiones de sangre, ya era muy tarde ―negó quitando las lágrimas―. Me he culpado tanto, porque no podía creer que habiendo salvado a tantos no pude hacerlo con él, y mis padres estaban devastados, tanto que se molestaron conmigo, dijeron que no hice lo suficiente y puede que tengan razón.

―Pero…

―Ellos estaban tan tristes la última vez que los vi, creo que debí haber sugerido otras opciones, no lo sé ―negó con un suspiro―. Me dijeron tantas cosas, nos gritamos mucho, pero a pesar de ello, a veces, los recuerdo. Tenían razón.

―No, no la tienen ―ella se puso de pie para sentarse a su lado, su cercanía provocó escalofríos en el médico―. Hiciste todo lo humanamente posible, pero el resto no dependía de ti y hay fuerzas superiores a todo lo que conocemos que se encargan de esto como también tu propio hermano; aunque no me creas, aunque no estés seguro, créeme que Raphael no sufre y es muy feliz, en otro sitio. Su misión aquí terminó, tal vez antes de lo pactado pero terminó.

―Lo haces sonar como algo muy mágico, pero no soy religioso ―negó.

―Yo tampoco lo soy, al menos no ahora, porque no tengo idea de lo que está pasando, a pesar de que estoy perdida, de que no sabemos de mí, tengo la certeza de que voy a estar bien ―sonrió―. Igual que tú, igual que él.

―Gracias, pocas veces hablo de esto.

―Deberías hablarlo más ―siguió observando las fotos―. Creo que tu familia es muy bonita, necesitan hablar y verse, tocar el tema aunque no les guste y aunque les duela, porque están vivos y tú eres su otro hijo, el que tienen cerca. A Raphael no volverán a verlo, jamás, y tienen que hacerse a la idea, puede que luego cuando sus vidas terminen pero ni yo sé sobre eso, entonces, aprovechen este tiempo vivos, salden deudas, perdonen y den perdón, amen mucho. Lo importante es vivir con intensidad, dar lo mejor de ti, y cuando te vayas, lo harás tranquilo porque hiciste lo que debías.




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