Érase una vez en París

12

―Estuve buscando en los registros lo que me pediste ―Alec caminaba por su consultorio colocándose la bata blanca, yendo hacia el escritorio―. Encontré esto, te lo daré para que lo veas, pero creo que no es por aquí.

― ¿De qué hablas? ―Adrien se acercó interesado.

―Míralo tú ―entregó y señaló―. Había personas con parte de su nombre con “Ara” pero ninguno condice con lo que me has dicho del fantasma, no son jóvenes, dos de ellos son ancianos y uno es un hombre ―se encogió de hombros―. Sin embargo, me tomé la molestia y el atrevimiento de contactarme con una prima que tengo, ella trabaja en un hospital cercano al río Sena, es de menor categoría que el nuestro pero vaya que pudo conseguirnos información.

―Déjame ver ―Adrien desplegó los papeles sobre el escritorio mientras leía con rapidez.

― ¿Dice algo sobre mí? ―Ara se asomó desde atrás.

―No mucho. Estos son abuelos, hay una mujer, no eres tú ―negó hablando con rapidez.

― ¿El fantasma está aquí? ―Alec preguntó viendo a todos lados.

―Sí, pero no quiere que la vean por eso no vas a poder saber dónde está ―asintió.

Ara se acercó a ver los cuadros colgados en el lugar, todos detallaban los curiosos y aprendizajes que el doctor François había tenido, fotos con personalidades importantes que habían celebrado su intervención en tal o cual situación, parecía que estaba muy orgulloso de lo que había logrado en su vida. Entonces, por primera vez desde que está allí a conciencia, Ara se preguntó que habría hecho cuando estaba viva, o cuando caminaba junto a las demás personas, ¿estudió? ¿trabajó? ¿qué estudiaba? ¿Qué le gustaba? ¿era buena en lo que hacía? ¿tuvo algún mérito? ¿logró algo importante en su vida? No estaba segura de nada, tampoco podía intentar imaginarlo porque no recordaba nada en lo absoluto por lo que sus gustos, aficiones, amores, disgustos, todo estaba en blanco.

―Ara ―Adrien la llamó, cuando volteó a ver al médico lo encontró con la cara en blanco, incrédulo, estupefacto, hasta Alec se acercó para saber qué había encontrado―. Azahara, Azahara Lenka.

― ¿Cómo dices? ―susurró sintiendo, de pronto, un tirón en el pecho.

―Ese es tu nombre. Azahara Lenka, veintiún años cuando fue ingresada en el Hospital de la Pitié-Salpêtrière ―habló mientras leía los documentos―. Estuvo en un accidente automovilístico en cadena, contusiones severas en su cabeza. Permanece en estado de coma ―Adrien la observó tragando duro―. Desde hace cinco años.

― ¿Qué? ―susurró horrorizada para acercarse unos pasos―. ¿Cinco años? ¿Tanto tiempo? ¿Cómo puede ser? No creía que hubiera pasado tiempo, es decir, no lo siento… Dios, no, no puede ser…

―Tranquila ―Adrien dejó los papeles a un lado a excepción de uno que observó unos minutos y luego volteó para que ella lo viera―. Esa eres tú.

Azahara contuvo el aliento, boqueó unos instantes, sí era esa, no tenía dudas de que ese era su aspecto.

―Me llamo Azahara ―murmuró sorprendida y luego llevó la mano a la cabeza, tratando de recordar―. ¿Dónde queda ese hospital?

―El Hospital de la Pitié-Salpêtrière queda cerca del rio Sena, tiene un gran cartel rosa en su fachada, es el único, es imposible no saber cuál es y… ―Adrien volteó pero el fantasma ya no estaba―. ¿Azahara? ¿Ara?

― ¿Qué pasa? ―Alec interrumpió.

―Se fue.

―Debe haber sido muy sorpresivo y shockeante verse de pronto, saber su nombre y quién es. Puede que haya ido a ese hospital, sería lo más normal y sensato que haría una persona ―François suspiró―. No puedo imaginar lo que está sintiendo, es más, todavía no puedo terminar de procesar lo que estamos viviendo tú y yo con ese espíritu.

―Tengo que ir a verla, acompañarla en esto ―Adrien suspiró.

―No, no puedes. Ahora mismo estás en guardia, tienes que cumplir con tu trabajo y hay pacientes que esperan ―Alec negó―. Deja que haga lo que tenga que hacer sola, a veces, necesitamos tiempo para pensar. De todas formas, pase lo que pase, volverá.

―Eso espero ―susurró Adrien con preocupación.

Atravesar gran parte de la ciudad de Paris no fue un problema para Azahara pues, aunque no supiera bien cómo lo hacía, solo con pensar en dónde quería estar sucedía. Entonces, allí, de pie frente al rio Sena, podía observar todo a su alrededor, las personas que iban y venían, las calles concurridas, las aves volando, todo parecía tan cotidiano, tan normal, y ella allí sin ser parte del todo; tragó duro, ya sabía su nombre completo, tenía consciencia de cómo era su reflejo y su cuerpo, pero, aun así su memoria seguía en blanco, ¿Por qué? ¿Cuándo iba a poder entender qué fue lo que le pasó? sí, fue un accidente de tránsito, pero, ¿Qué más? ¿Cómo es que terminó así? ¿y si ella lo provocó? No podía estar más asustada, ¿iba sola en su coche? ¿llevaba familiares, amigos?

Cerró los ojos una vez más, para cuando los abrió fue que se encontró en la entrada del hospital en el que se suponía su cuerpo se encontraba. Ingresó con rapidez, evadiendo personas, acortando los caminos atravesando paredes, puertas, en ocasiones movía cosas haciendo que los presentes se sobresaltaran o se voltearan con curiosidad; no sabía cómo, pero estaba casi segura de que su cuerpo se encontraba en el quinto piso, pasillo azul, puerta blanca, número quinientos veinte.




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