EL SUEÑO DE ADRIEN.
Se encuentra en la sala de su antigua casa, aquella donde se crio toda la vida, donde su hermano y él compartieron más de un momento y dónde fue muy feliz con sus padres. Con el semblante fruncido es que no puede entender qué hace allí, sabe que no es real, pero también lo siente bastante correcto, ¿será que otra vez está necesitando ir a casa? Voltea viendo a su alrededor y es cuando se encuentra con Azahara caminando hacia él desde el corredor de los cuartos.
― ¿Qué haces aquí? ―Adrien se acerca sin entender nada.
―No lo sé, esto es raro ―ella sonríe―. Quería verte en un lugar que te guste, que te genere confianza y creo que conseguí esto.
― ¿A qué te refieres? Esto es un sueño, ¿no? ―frunció el ceño no muy convencido con lo que decía.
―Lo es y, a la vez, no lo es ―rió bajando la mirada para luego regresarla mientras tomaba las manos del hombre, por primera vez desde que se conocían podía tocarlo y sentirlo―. Esto es tan raro, poder sentirte parece irreal.
―Sí, estoy de acuerdo ―Adrien acarició sus manos con cariño y sonrió―. ¿Qué es esto, Ara?
―Fui al hospital, donde estoy internada y, sí, estoy en coma ―sonrió de lado con algo de tristeza―. Estuve en el mismo accidente que tu hermano y tú, ¿puedes creerlo? Fue allí donde conocí a Raphael, fue allí donde me dijo que tenía que ir a verte porque tú iba a poder ayudarme, creo que también sabía que ibas a necesitar compañía, pero estaba tan desorientada que tardé mucho tiempo en encontrarte. Lo siento.
―No, no te disculpes por eso, parece que el mundo en tu estado no funciona igual a este ―negó.
―Gracias a ti sé quién soy, Azahara Lenka, veintiún años al momento del accidente, tengo dos hermanos y mis padres, están en Estados Unidos y quieren llevarme de regreso o eso es lo que escuché ―habló con tristeza mientras apretaba las manos del médico―. Conducía, llevaba niños, creo que traté de ayudar a uno cuando comenzó todo, y luego salí volando por el parabrisas.
―Azahara ―Adrien acunó la mejilla de la muchacha.
―Estaba muy asustada, no sabía qué pasaba pero sé que no fue mi culpa, solo pasó ―asintió para suspirar hondo―. Creo que llegó el momento, Adrien.
― ¿Qué momento? ¿de qué hablas?
―Me tengo que ir ―susurró aguantando las lágrimas en sus ojos―. Ya sé quién soy, de dónde vengo y a dónde voy. Cumplí con mi misión.
― ¿Qué misión? ¿de qué hablas? ―negó un poco preocupado para acunar con ambas manos el rostro ajeno―. ¿Cuál era tu misión?
―Tú ―sonrió―. Tú eras mi misión, tenía que venir a ayudarte a salir de la oscuridad.
― ¿Por qué? ―no podía creerlo.
―Porque todavía tienes muchas vidas que salvar, Adrien, y porque tu hermano no quería que vivieras lleno de odio y dolor ―Azahara lo abrazó con fuerza―. Estoy asustada, pero sé que voy a estar bien.
―No, no te tienes que ir, Ara, quédate conmigo ―Dubois le devolvió el abrazo.
―No puedo quedarme ―murmuró―. No me dejan, ya no puedo seguir a tu lado.
―No, por favor.
―Cuida de Black, no la dejes sola, necesita un hogar ―cerró los ojos disfrutando del tacto ajeno, del calor que desprendía el cuerpo de Adrien―. Conocerte es lo mejor que me ha pasado, ¿sabes? Te quiero.
―También te quiero, aunque me hayas desesperado el primer tiempo ―sonrió sollozando, que ese momento llegara tan pronto era algo para lo que no estaba preparado―. Por Dios, no quiero que te vayas.
―Vas a estar bien, tienes a Alec, Noa y el señor Louis que es todo raro pero es bueno ―Ara se apartó para sonreírle, lo observó unos momentos, en serio iba a extrañarlo y no tenía idea de a dónde iría luego de eso, pero tenía que seguir su camino, al fin, seguir el rumbo.
Azahara dejó escapar el aliento, pero no dudó en su próximo paso, acortó la distancia entre ambos para tomar los labios del hombre que tenía en frente, cerró los ojos cuando su beso fue correspondido y aunque le habría encantado rodear su cuello con los brazos, estrecharlo para sí, profundizar el beso, no lo logró.
Se desvaneció en un instante.
Y Adrien abrió los ojos de golpe, incorporándose sobre la cama, agitado, con el corazón latiendo como un loco y con la gatita negra sentada a los pies de la cama viéndolo fijo.
―Ara ―quitó las mantas de su cuerpo, corrió a la sala―. ¡Ara! ¡Azahara, vuelve, aparece!
Pero nada sucedió.
Nada.