Erase una vez un cielo estrellado

La princesa insuficiente y las fuerzas de la naturaleza

Cada mañana, el mismo nudo en el estómago. La luz entra por la ventana, pero no toca mi alma, no puede. Como si el sol no tuviera permiso para iluminarme. Las imágenes de lo que perdí me atormentan una y otra vez, como una película que no puedo pausar, ni borrar. Su traición fue como un rayo que rasgó el cielo; me dejó aturdida, confundida y, lo peor de todo, devastada. No entiendo cómo llegamos a este punto, cómo una promesa de amor eterno se convirtió en un eco vacío.

Recuerdo el día en que lo descubrí. Todo parecía normal, como cualquier otro día. Pero había una sombra en su mirada, algo que no encajaba. Al principio, pensé que era solo mi imaginación, mi inseguridad. Sin embargo, la verdad llegó como un torrente, arrastrándolo todo a su paso. La conversación fue un estallido: palabras hirientes que se quedaron grabadas en mi mente.

—Lo siento, te amo, pero se lo debo a ella. No pude evitarlo, fue más fuerte que nosotros

Como si eso pudiera borrar el dolor que me causaba por segunda vez. Mi mundo se desmoronó y, aunque traté de ser fuerte, en ese momento sentí que todo se me escapaba de las manos.

La traición no fue la única pérdida que tuve que enfrentar. La muerte es impredecible y no se pone a pensar en que ya estás jodida, simplemente hace su trabajo sin mirar a su alrededor. La combinación de ambas pérdidas fue devastadora. La traición y el dolor se entrelazaron en una danza cruel, dejándome en mil pedazos.

En público, intento mantenerme en pie. Sonrío a mis hijos, les cuento historias y les ayudo con la tarea. Pero por dentro, todo es una tormenta. Cuando los miro, me esfuerzo por mostrarles una imagen de fortaleza, pero hay días en los que siento que estoy a punto de morir. La risa de ellos me recuerda lo que solía ser, lo que solía tener. Pero, en mi corazón, hay un eco de tristeza que no se apaga.

Las noches son las más difíciles. Me acuesto en la cama y miró al techo, sintiendo la soledad que me abraza. La falta de él. A veces, me pregunto si hay algún sentido en seguir adelante. Los recuerdos me inundan; las risas, los momentos compartidos, todo lo que una vez creí que era real. Y luego, todo me golpea de nuevo, como un recordatorio cruel de que lo que pensaba que era amor se desvaneció.

Intento ser valiente, especialmente por ellos. Quiero que sientan que su madre es capaz de enfrentar cualquier tormenta. Pero la verdad es que a menudo me siento como una impostora. Estoy desgastada, luchando contra un dolor que no parece tener fin. A veces, me hablo a mí misma en voz alta, como si al decirlo pudiera aliviar este dolor que me consume. Pero no hay respuestas. Solo un vacío interminable que me engulle cada vez más. “¿Cómo pude ser tan ciega?“, me pregunto. “¿Por qué no vi las señales?” Es un ciclo interminable de autocrítica que me consume.

En otras ocasiones, cuando estoy sola, lloro hasta que me duelen los ojos. Siento que he perdido una parte de mí misma en este caos. La vida sigue, pero yo me siento atrapada en el mismo lugar, como si el tiempo se hubiera detenido. A menudo me digo que debo avanzar y al mismo tiempo mi mente pregunta si alguna vez volveré a sentir alegría genuina.

La idea de reconstruir mi vida me resulta abrumadora. No sé por dónde empezar. Me gustaría que alguien me dijera que todo estará bien, que la felicidad regresará. Pero en este momento, todo lo que siento es un profundo vacío, una lucha constante por mantenerme a flote.

—Mamá por favor, dime que es mentira, dime que no lo hizo

La súplica en la voz de Tara me arranca el alma. No la había escuchado tan quebrada, tan perdida desde... desde aquella noche en que se rompió el mundo. Es curioso como alguien que no salió de ti puede adueñarse de tu alma y hacer que la sientas como propia, que quieras quitarle el dolor y tomarlo para ti solo por verla bien.

Tara irrumpió en mi vida como un tornado, arrasando con todo lo que pensaba que conocía. Pero en su caos, también encontré la calma que no sabía que necesitaba. En medio de ello ocultaba lo destrozada que ya se encontraba Y encontró en nuestra casa un hogar y un salvavidas. Tenía solo 17 años, pero el peso de su dolor la hacía parecer mayor. La puerta se abrió lentamente y allí estaba, con la mirada perdida y los ojos llenos de sombras. Me dio la impresión de que había estado en un lugar oscuro durante mucho tiempo. Venía de la mano de mi mejor amiga y desde ese momento, su vida se entrelazó con la mía de una forma que nunca imaginé.

Recuerdo cómo me sentí al verla. Era como mirar un espejo, pero uno cubierto de polvo. Reconocí en ella las marcas de una relación tóxica, las cicatrices de un amor que no solo la había herido, sino que la había hecho olvidar quién era. Las semanas que siguieron fueron un vaivén de emociones. Intenté ser su refugio, su guía, aunque a veces simplemente quería llorar a su lado. Me encontré deseando que pudiera soltar ese lastre que la mantenía atada.

Los primeros días, la veía sentarse en el rincón del sofá, con la cabeza baja y un silencio que parecía gritar. Le hable de mi madre y su corazón de oro, le hable de mi hermana y su luz perpetua y lo afortunada que era de tenerlas y que ahora ella las tenía también. Le dije que en nuestra familia el dolor se transformaba en fuerza, aprendíamos a levantarnos, a reconstruirnos. Al principio, dudó. No quería abrirse, no quería enfrentarse a sus propios fantasmas. Pero la chispa de esperanza que había en sus ojos, aunque apagada, era suficiente para empujarla hacia adelante.

Con el tiempo, comenzó a hablar. Cada palabra era un paso hacia la libertad. Compartía historias de su pasado, y yo escuchaba con el corazón encogido, reconociendo cada lágrima que caía como un eco de mi propia juventud. La ayudé a encontrar su voz, a recordar quién era antes de perderse en el caos. La vi florecer lentamente, como una planta que asoma entre las grietas del cemento.

Poco a poco su mundo se llenaba de color. La risas, el compañerismo, la vulnerabilidad compartida... todo eso la iba sanando. Recuerdo su primera sonrisa genuina, esa que iluminó su rostro y, por un instante, borró el dolor que había cargado. En esos momentos, supe que no solo era su apoyo; en cierto modo, ella también se estaba convirtiendo en mi hija.



#583 en Joven Adulto

En el texto hay: divorcio, drama, conflictointerno

Editado: 22.02.2025

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