La calma es un estado de serenidad en medio del caos, una especie de refugio interno que nos permite ver con claridad. Es como encontrar un lago plácido en medio de un bosque en tempestad; su superficie refleja la luz del sol y los árboles alrededor, incluso mientras el viento sopla con fuerza. Esta quietud puede surgir de la conexión con uno mismo, pero a menudo emana de los otros, especialmente de aquellos que, sin proponérselo, llevan dentro de sí una energía tranquilizadora.
En esos momentos de tempestad interna, el caos puede revelar nuestras inseguridades, miedos y rencores, transformándonos en versiones distorsionadas de nosotros mismos. Sin embargo, en medio de esa tormenta emocional, aparece una figura inesperada, como un faro en la neblina. Esta persona, a quien tal vez subestimamos o a quien no esperábamos, se convierte en el ancla que calma las olas.
Su voz suave y sus palabras de consuelo son como los primeros rayos de sol que atraviesan las nubes, devolviéndonos la esperanza y la paz interior.
Así como la naturaleza encuentra su equilibrio tras el paso de una tormenta, nosotros también podemos encontrar serenidad en la compañía de alguien que nos comprende y nos sostiene. Esa calma que recibimos nos permite respirar profundamente, dejar de lado nuestros miedos y recordar que, después de la tormenta, siempre llega la calma.
Mi madre siempre ha dicho que mi lealtad hacia los que amo es admirable. Pero también ha señalado, más veces de las que puedo contar, que mi temperamento volátil convierte esa lealtad en un arma de doble filo. ”Eres como fuegos artificiales encerrados en una caja de cristal, Savannah. Brillante, pero caótica y peligrosa cuando te rompes."
Esta mañana, me levanté creyendo que sería un día tranquilo. Sin dramas. Sin sobresaltos. Es curioso cómo el universo parece tomar esos momentos como un desafío personal.
—Aria, cálmate. Cuéntame qué pasó —intento no dejar que mi propio enojo se encienda antes de tiempo.
—Lo volvieron a hacer. Matt y su grupo no piensan parar nunca.
Mi sangre comienza a hervir, pero dejo que continúe.
—¿Qué hizo esta vez?
—Estaba con Derek, el chico con el que salí ayer. Terminábamos la cita, y Matt apareció de la nada. Empezó a insultarme, a decir cosas horribles frente a Derek. Me llamó de todo, mil maneras hirientes, y luego tuvo el descaro de decirle que huyera de mí, que solo lo estaba utilizando, como según él hice con él.
Los puños se me cierran automáticamente.
—¿Eso es todo? —pregunto, aunque ya siento que la respuesta será peor.
—No. Sus amigos también hablaron, Savannah. Dijeron que mientras era pareja de Matt, estuve con todos ellos. Se rieron, como si fuera un chiste privado, pero... —la voz de Aria se quiebra, y mis uñas se clavan en las palmas de mis manos—. Derek no dijo nada mientras ellos hablaban. Pero cuando se callaron, les respondió algo que... bueno, los dejó sin palabras.
—¿Qué les dijo?
—“Qué horrible debe ser tener amigos que se metan con tu pareja y luego lo cuentan como si nada.” Y añadió que peor aún era quedarse con esos amigos.
Un destello de satisfacción cruza mi mente. Quizás Derek es el chico indicado para Aria.
—Después de eso, se fueron. Derek me dijo que no les creía, pero, Savvy, estoy cansada de esto. ¿Por qué no puede dejarme en paz?
—Ese hijo de... —cierro los ojos, respirando profundo—. Sigo sin entender cómo alguna vez estuviste con él.
Aria suelta una risita amarga.
—Hace tres años estaba estúpidamente enamorada, supongo. Y ahora, para colmo, terminó en la misma universidad que yo. ¿Por qué no puede ignorarme? es lo que yo hago.
—No lo sé, hermosa. Pero nos encargaremos de él. Eso te lo prometo. Ahora, suficiente de ese idiota. Cuéntame de Derek. ¿Qué tal estuvo la cita?
La sonrisa que surge en su rostro es un pequeño alivio para mí, pero el fuego en mi interior ya esta encendido. Podría dejarlo pasar. Podría ignorarlo, concentrarme en Derek y la felicidad de Aria. Pero no lo hago.
Entró en la cafetería y veo a Matt y su grupo riéndose. Siento que la sangre me hierva en las venas. Están señalando a Aria, murmurando algo que solo puede ser otro intento de humillarla.
No pienso. Ni siquiera recuerdo haberlo decidido. En un instante, mi bandeja de comida vuela por los aires, aterrizando con precisión en la cara de Matt. El puré de papas se esparce como una pequeña explosión, y el batido de fresa cubre su camisa impecable.
El tiempo parece detenerse por un segundo.
—¿¡Qué demonios te pasa!? —Matt se levanta indignado, limpiándose la cara.
—¡Lo que me pasa es que eres un imbécil y no puedo soportarlo más! —gritó, sin importarme quién escuche.
Antes de que pueda reaccionar, me lanzo hacia él, recordando los movimientos que Drake me ha enseñado. Mi puño encuentra su nariz, y el sonido del impacto resuena en el comedor.
—¡Savvy, basta! —Aria está junto a mí, tirando de mi brazo, intentando alejarme mientras Matt retrocede, con una mano en la cara y los ojos llenos de furia.
—¡Vuelves a molestarla y te las cobraré peor! ¡Ya supérala! ¡La perdiste por imbécil! —grito, con la respiración agitada
—¡Maldita loca! ¡Me las vas a pagar ahora mismo!
Las palabras de Matt son como un rugido que llena el aire, cargado de rabia y amenazas. Y entonces recuerdo por qué él no es como los otros hombres que conozco. Matt no duda. No se detiene. No tiene reparos en cruzar líneas que otros respetan. Lo sé porque su mano está en alto ahora mismo, sus dedos apretados en un puño que vibra con la promesa de un golpe.
Respiro hondo, cerrando los ojos por un instante. Me preparo para el impacto, para el dolor que sé que está por venir. Pero el golpe nunca llega.
—La llegas a tocar o alguno de tus amigos la toca, y será lo último que hagas en tu miserable vida.
La voz retumba, grave y afilada. Abro los ojos, y ahí está Dominic. Su figura es un muro entre Matt y yo, y su mano sostiene el brazo de Matt con una fuerza que lo hace retorcerse. A su lado, dos de sus amigos observan con ojos como cuchillos, inmóviles pero listos para actuar.