El océano es como un vasto espacio de oportunidades, lleno de misterios y peligros. Los peces nadan en aguas conocidas, rodeados de estructuras y corrientes que consideran seguras. Estas zonas representan nuestra zona de confort: relaciones familiares, trabajos estables, rutinas diarias.
Sin embargo, a medida que el océano cambia —por la llegada de depredadores, alteraciones en la temperatura o cambios en la disponibilidad de alimento— esos espacios seguros comienzan a volverse amenazantes. Los peces que se aferran a su hábitat familiar pueden sentirse seguros, pero con el tiempo, la falta de adaptación puede llevarlos a la extinción.
Entonces, algunos peces comienzan a explorar nuevas aguas. Dejan atrás lo que conocen: el arrecife donde siempre se refugiaron, las corrientes que solían seguir. Este acto de soltar lo familiar puede ser aterrador, ya que no saben qué les depara el futuro. Sin embargo, al aventurarse en lo desconocido, descubren nuevas fuentes de alimento, zonas de reproducción más seguras y nuevas amistades con otros peces de diferentes especies.
Este proceso refleja la experiencia humana de dejar atrás lo que creemos seguro. Al igual que los peces, las personas deben enfrentarse a sus temores y liberarse de las ataduras de lo conocido para explorar nuevas posibilidades. Es un acto de valentía y confianza en uno mismo. Aquellos que logran hacer esta transición a menudo descubren habilidades ocultas y se adaptan a nuevas circunstancias, encontrando incluso mayor satisfacción y bienestar en su nuevo entorno.
Así, el océano y los peces nos enseñan que, aunque dejar atrás lo seguro puede ser un salto al vacío, también es una puerta abierta a un mundo lleno de oportunidades, crecimiento y renovación. La verdadera vida se encuentra, a menudo, más allá de nuestras zonas de confort.
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—Hace un calor de mil demonios.
—Cuida tu boca delante de los niños, amor.
—Pero si los niños están en la sala.
—Hablo de mí, soy un ser de luz e inocencia.
Mi mejor amigo rueda los ojos antes de abrazar a mi hermana y dejar un beso en su cabeza.
—Eres un ser de luz, lo de inocente lo pongo en duda.
—¡Savannah!
—Me atengo a los hechos.
—No me parece. Me rehusó. Dejaré de respirar hasta que digas que soy inocente.
—Creo que vas a quedar viudo a tus 29 años.
—Seré un viudo muy guapo.
—Los odio.
Es imposible no sonreír ante las tonterías de Drake y Olivia. Ellos han sido mi roca. Me conocen mejor que nadie, y aunque a veces me saquen de quicio, sé que lo hacen porque les importo. Pero hoy, no tengo tiempo para bromas. La mudanza a Hamburgo, el esfuerzo por rehacer nuestras vidas, la sensación de que todo está un poco desordenado, me pesa más de lo que quiero admitir. Esta casa, nueva y vacía, está llena de promesas y recuerdos por hacer. Pero lo cierto es que, mientras intento adaptarme a todo lo nuevo, me siento... pérdida.
Salgo de la cocina en busca de los niños. Hace una semana llegamos aqui y la casa aún está algo vacía. Tal como le dije a Drake, no saqué nada de nuestro antiguo hogar, y eso me lleva a tener que ir de compras, aunque lo que quiero es acostarme y dormir tres días. Sugerí pedir todo por internet, pero Olivia se opuso. Algo referente al aire puro y probar cada mueble.
De alguna manera, la idea de “probar” la vida aquí, de acomodar cada rincón, me hace sentir más en control. A pesar de las tensiones internas, las preguntas sin respuestas, y la incertidumbre, necesito aferrarme a algo que me dé seguridad. Algo tangible. Como si, al llenar esta casa, pudiera llenar también los vacíos que siento en mi corazón.
Encuentro a Nathan al pie de las escaleras. Su mirada observadora se desliza por cada centímetro de la vivienda. Lleva haciendo eso desde que llegamos. De los tres, es a quien más difícil se le hará adaptarse, lo sé. Es un niño de costumbres, e Italia era su punto base. Siempre ha sido el más apegado a lo familiar, a los olores, los sabores, las voces que le eran conocidas. Para él, este cambio es como el agua fría en la piel, lo golpea de repente y lo hace sentir incómodo.
—Hola.
—Hola, mami.
—¿Te encuentras bien?
Niega con la cabeza, y me acerco más, permitiéndole que se apoye en mí. Quiero decirle algo que lo calme, pero las palabras se quedan atoradas en mi garganta. Todo lo que quiero es que entienda que esto, este cambio, también es difícil para mí. Pero él sigue siendo tan pequeño, tan vulnerable, que mi instinto de protegerlo se activa más que nunca.
Nos sentamos en el primer escalón, y dejo que se recueste en mí antes de que se atreva a hablar. Sabía que iba a preguntar por qué estamos aquí, por qué tuvo que dejar todo atrás. Y no sé si tengo una respuesta que lo tranquilice. Pero intentó hablarle con la honestidad que siempre me ha caracterizado.
—¿Era necesario mudarnos, mamá?
—En parte sí, pequeño.
—¿Por qué papá está ahora aquí?
—En gran medida, sí. Por otro lado, si te soy sincera, ya no me sentía cómoda en casa, ni en Sicilia.
Sicilia ya no se sentía como un hogar. Me sentía un poco asfixiada, perdida... Pero no puedo decirle eso a Nathan. Él no necesita saber lo difícil que fue para mí cerrar la puerta de nuestra casa y decir adiós a todo lo que conocíamos. Pero es lo que necesitamos. Todos necesitamos este cambio.
—Entiendo, mamá.
—No lo hagas, amor. Tienes derecho a enojarte, tienes derecho a no estar de acuerdo. Esta situación te ha alejado de tus amigos, tu colegio y tus pasiones. Lamento inmensamente haberte alejado de lo que conocías y, más aún, hacerlo sin preguntarte nada.
Siento que, en esos momentos, mis palabras no son suficientes. ¿Cómo se le dice a un niño que la vida cambia sin previo aviso y que, a veces, esos cambios te arrancan de todo lo que amas? ¿Cómo le explicas que es necesario, que aún cuando no lo entienda ahora, este sacrificio nos llevará a algo mejor?