Imagina una maratón, donde cada "sí" que pronunciamos al iniciar una relación —ya sea de amistad, amor o familiar— es como el primer paso en la línea de salida. Al dar ese paso, estamos eligiendo un rumbo, un camino que se extenderá ante nosotros, lleno de desafíos y sorpresas. Cada "sí" representa una decisión valiente que nos impulsa a avanzar, a dejar atrás la comodidad de lo conocido y a abrirnos a nuevas experiencias.
A medida que corremos, cada kilómetro se convierte en un momento significativo: risas compartidas, lágrimas en los momentos difíciles, aprendizajes en cada obstáculo. Algunos tramos pueden ser agotadores, donde el viento sopla en contra, y la tentación de detenerse se siente abrumadora. Pero es precisamente en esos momentos que los "sí" iniciales cobran vida, recordándonos por qué comenzamos esta carrera juntos.
Al final, cada relación que cultivamos es una maratón única. Algunos llegan a la meta con una sensación de euforia y conexión, mientras que otros se desvían del camino, dejando lecciones valiosas. Sin embargo, todos esos primeros "sí" son los que marcan nuestro destino, guiándonos a través de un recorrido donde cada interacción, cada paso, se entrelaza para formar la rica y compleja red de nuestras vidas. Al igual que en una maratón, el viaje puede ser incierto, pero cada "sí" nos fortalece y nos prepara para lo que vendrá.
—Así que, ¿cuándo lo hacemos oficial?
—Basta, Julieta.
—Llevan como mil citas y más de un mes así.
—Solo han sido 7 citas y estuviste en 2 de ellas, junto con Aria.
—Por eso. Llévenme a esta, debo darles el empujón.
—Estás loca. Dominic dijo que no podía invitarlas, que no sería una ida al cine o a comer algo.
—Mi hermano siempre tan enigmático y aguafiestas.
—Eres una cotilla sin remedio. Algo me dice que sabes dónde será, pero te haces la que no.
—No sería capaz de algo así.
—¿Sabías que cuando mientes mueves los dedos de tu mano derecha?
—¿Qué?
—Eres una mentirosa terrible, amiga. Dime lo que sabes.
—Mierda. No sé nada. Me llama mi mamá. Te amo, cuídate.
—Julieta…
Y ahí va, como siempre, sale corriendo sin darme tiempo a replicar. Nota mental: Buscar amigos que estén cuerdos
La terraza estaba iluminada con luces tenues que se balanceaban suavemente, como si compartieran un secreto con la brisa de la noche. Había algo mágico en el aire, una mezcla de tranquilidad y una extraña sensación de anticipación. El horizonte, teñido de dorados y carmesí, parecía reflejar lo que sentía dentro, un fuego que se agitaba, pero que no sabía si debía abrazar o dejar que se apagara.
—Vaya, esto es... —dije, buscando las palabras adecuadas mientras mis ojos se posaban en la vista frente a mí. Las luces de la ciudad brillaban en la distancia, y por un momento sentí como si todo estuviera tan cerca, pero tan lejano al mismo tiempo.
—Hermoso, ¿cierto? —Dominic respondió, su voz suave, como si intentara no perturbar el momento.
Lo miré de reojo y vi una expresión en su rostro que no había notado antes. El hombre seguro, siempre encantador, siempre con su sonrisa perfecta, ahora parecía... un poco nervioso. Algo en mí lo reconoció, como si, en este instante, ambos estuviéramos dando pasos en una dirección desconocida, como si estuviéramos caminando sobre hielo fino, con la misma incertidumbre.
—¿Cómo conseguiste esto? —pregunté, alzando una ceja, intentando distraerme de esa sensación extraña que me invadía.
—Cobré un par de favores, pero valió la pena. —Me sonrió, esa sonrisa que siempre tenía la capacidad de desarmarme.
—Todo un negociante. —respondí, intentando mantener la ligereza, pero algo dentro de mí sabía que este era un momento que podría cambiar las cosas.
—El mejor de todos —dijo, su tono tan seguro como siempre.
—Y ahí está ese ego tuyo otra vez. —Rodé los ojos, pero no pude evitar sonreír. Su risa llenó el espacio, y sin quererlo, mi estómago se retorció. Era la misma risa que había escuchado muchas veces, pero esta vez era diferente, como si el sonido de su voz se hubiera convertido en algo más importante.
Sobre la mesa, el aroma de los raviolis recién hechos flotaba en el aire, envolviéndome en una cálida sensación de confort. Cada bocado que daba era como si estuviera saboreando no solo la comida, sino también la idea de estar aquí, con él, en este momento tan... único.
—Esto se ve increíble —comenté, más por cortesía, pero al probar un bocado, sentí como si realmente estuviera disfrutando de algo mucho más profundo. —¡Está delicioso!
—No me subestimes, Kaiser. — Su típico tono juguetón haciéndose presente.
Lo miré mientras hablaba, y sentí que había algo en sus ojos que nunca había notado. ¿Cómo no lo había visto antes? Quizás siempre había estado allí, pero ahora me sentía como si todo tuviera un significado distinto. Cada palabra que salía de su boca, cada mirada, parecía estar cargada de algo más, algo que no sabía cómo interpretar.
A medida que la noche avanzaba, el cielo cambió de color, pintándose de un azul profundo. Yo también me sentía así, cambiando, y no estaba segura de si eso me aterraba o me emocionaba. Mientras servía el tiramisú, una sensación de calma se apoderó de mí, y todo lo que no había entendido antes comenzó a tener sentido.
Cuando las últimas luces del día se apagaron, Dominic miró profundamente a mis ojos, su rostro más serio que nunca. El sonido de su respiración era lo único que podía escuchar, y mi propio corazón latía con fuerza, como si estuviera a punto de romper el silencio entre los dos.