CAPÍTULO 1
-Ana-
Heme aquí otra vez…
A lo largo de mi existencia nunca tuve finales aceptables. Y eso, parece no estar permitido para alguien de mi condición. Por lo tanto, no suelo esperar mucho, solo me limito a soportar para no sufrir demasiado.
Una vez más mi dueño estaba por morir, entonces, mi existencia parecía saberlo, por lo tanto, me acercaba a quien tenía mi guarda y lo cuidaba con esmero muchos días antes.
—Tranquila, van a llevarme al hospital. Evita ir, volveré.
Arthur era un anciano, de ochenta y ocho años, con graves enfermedades que yo apaleaba con mis cuidados.
Me encontraba de pie cerca de su cama, mis manos se tocaban juntas, percibía mis dedos intentando aferrarse unos con otros mientras lo observaba en su cama, los médicos estaban preparando todo para trasladarlo. No me atreví a decir nada. Conocía muy bien lo que ocurriría. Fue entonces cuando el anciano me observó con un ápice de lucidez que iba y venía cada tanto, el respirador que llevaba apenas lo dejaba hablar sin extenuarse.
—Dímelo—me ordenó.
Bajé mi mirada por unos segundos, intentando evitar decir aquello que me resultaba un fastidio, después de todo Arthur había sido un buen dueño, no me había maltratado, y solo me pedía que cuidase de él como lo haría una enfermera, permitía que trabajase, aunque últimamente por la vulnerabilidad de su salud, había pedido licencia en mi trabajo.
—No volverá, señor Arthur—dije en un murmullo.
Él asintió con resignación.
Había llegado el día que tanto buscaba, mi fervoroso deseo, que él pida de mí lo que tanto anhelaba dar para de una buena vez por todas darme mi libertad.
—Bien, analizando el nuevo panorama, debes estar tranquila cuando llegue la noticia, puedes confiar que te he dejado por escrito en mi testamento a un nuevo dueño es un, particular vendedor de seguros cuidará bien de ti. —se detuvo jadeando de forma tormentosa intentando obtener algo más de energía para poder continuar—Como ya lo sabes; él es una persona centrada, metódica, justa, yo lo definiría como un pastor ya que es un innato protector. Has sido una buena muchacha. Y considero que tu nuevo dueño será definitivamente tu salvación…
¿Un pastor? Quizás iba al campo, y el hombre se dedicaba a cuidar de ovejas, pero, lo que más inquietaba era sin lugar a duda: ¿Mi salvación? Jamás había escuchado tal palabra no viniendo de quienes habían sido mis dueños.
En mi vida, había tenido dueños ancianos todos ellos provenían de familias fastuosas o bien con gran poder económico, en total contando a Arthur fueron cinco, dos de ellos mujeres una de ochenta y tres años cuando yo tenía apenas ocho, luego cuando murió fui a parar con un anciano de sesenta y nueve años cuando tenía doce, vivió muy pocos años, entonces, fui con la siguiente anciana de ochenta y cuatro, ella fue la más longeva pues vivió hasta los noventa y yo con dieciocho años cambiaba una vez más de dueño, un anciano de setenta y cuatro años, fue uno de los peores pues usualmente me golpeaba con su bastón cada vez que cometía un error por más pequeño que fuera , me daba de lleno con golpes rotundos, llegué a detestar a ese hombre malvado. Luego, murió y el señor Arthur me heredó según el árbol genealógico me correspondía estar con él, fue el más cordial y compasivo de todos, sentía algo de agradecimiento, no podía quejarme, me dejo dormir en el ático de su casa, donde pude improvisar una habitación sencilla, además, dejó que pudiese ir a la biblioteca a leer y a trabajar, era un hombre que poseía mucho dinero, pero, no tenía a nadie, solo a sus empleados y a mí. Nunca me pidió nada y con veintiséis años él me dejaba.
Una vez más me quedaba sola, y bajo esa incertidumbre que me convertía en eso que no deseaba, esfumándome para ser más insignificante de lo que era. Solo rogaba que el anciano que me recibiese no fuese cruel, porque no podía escapar teniendo que ser fiel a quien me entregaban.
Mi historia era de por si particular, yo era singular, tanto que ninguno de mis dueños jamás se había atrevido a pedir algo de vida para sustentarse en el tiempo, pues, así como me tenían como parte de su servidumbre, era también muy en lo profundo temida por ellos. Y no era para menos.
Los días de lluvia eran mi peor pesadilla, tan solo una gota de lluvia sobre mi cuerpo era mi cruel recordatorio de mi extraña y triste condición.
Fiel a mi condena no podía jamás abandonar a mi dueño a no ser que ellos decidiesen dejarme con quien continuase el linaje bajo su árbol genealógico, y hasta ahora todos habían aceptado pues mi presencia significaba que podía decirles cuándo morirían. Eso les daba cierta ventaja, para sacar provecho del tiempo, que jamás sabía estipular, solo aproximar, de esa manera podían aprovechar todo lo que se les viniese en gana, siempre estaba lista por si deseaban algo de mí, eso, que muchos anhelarían tener, pero…extrañamente jamás ocurría no por lo menos en mis veintiséis años de vida.
Ahora me encontraba dentro de una encrucijada, una vez más cambiaba de hogar, si es que se le podía decir así al ático en el cual vivía, mi mundo era pequeño, y se reducía a pequeñas cosas, vivir sin llamar mucho la atención, hacer lo que mi dueño me pidiese, y por sobre todas las cosas intentar sobrevivir, pues, mi presencia no era un milagro para nadie, al contrario, era un horrible presagio, mi condición era muy buscada y tristemente macabra, mi corazón, era deseado por personas que envejecían más lento que el común de la gente, pues, ellos devoraban la única parte que podían apoderarse para tomar mis seis vidas, pues, una ya la estaba ocupando con mi propia existencia. Y de esa manera extendían su propia vida por años y años…
Editado: 11.12.2024