Érase una vez...Nosotros

Capítulo 5

CAPÍTULO 5

 

-Ana-

A pesar de que él tenía un notable carácter, en esos momentos estaba mostrándose con una calma pasmosa, su plato solo tenía ensalada, mientras el mío también además de carne. Bebió agua de su copa con tranquilidad, pinchaba las verduras con cuidado masticaba con serenidad era como si se hubiese olvidado de mi presencia, o quizás mi silencio provocaba eso. A decir verdad, después de lo que me había dicho digamos que algo en mí había enmudecido, desgraciadamente él parecía no notar esa extraña forma de ser que poseía que definitivamente irrumpía con su carácter tan llamativo.

—¿Te gusta? —me preguntó con cierta indiferencia llevando una vez más la copa de agua hacia su boca.

Asentí, daba pequeños bocados, ese innecesario nudo en mi estómago aparecía cuando menos lo necesitaba.

—Sabe muy bien, gracias…—él asintió desviando su mirada hacia la pared de vidrio que rodeaba el otro extremo de la sala.

—Intento no observarte para que puedas comer, a pesar de que en todo este tiempo he sentido tu mirada sobre mi frente.

¿Cómo se había dado cuenta? Si ni siquiera me prestaba atención ,bueno, o eso era lo que aparentaba.

—Es solo que no estoy acostumbrada, como dije antes, no es usual que me ocurran estas cosas…

Entonces él elevó su vista hacia mí, sus negras pestañas se abrían dejando ver la claridad singular que poseía el color amarillento de sus llamativos ojos.

—¿Dónde vivías?

—En casa del señor Artur, no tenía permitido ir hacia las casas de los empleados que circundaban su propiedad, entonces él accedió que pudiese quedarme en un especie de ático, no era muy grande, pero, pude acomodarlo para poder tener un lugar allí.

—¿Ático? —repitió en un sigilo de voz, sus cejas se curvaron y su mirada se achicó observándome de forma felina, apretó suavemente su mandíbula en señal de desagrado. —Viejo miserable…—murmuró por lo bajo dándole otro sorbo a su copa.

—Él era un hombre muy desconfiado, era exigente con su servidumbre, y no permitía que nadie ni nada saliese bajo sus órdenes, en cuanto a mí… me mantenía cerca porque no podía quitarme, no de buenas a primeras.

—¿Realmente eras su asistente?

Asentí.

—En algún punto, sí, lo asistía en todo lo que necesitaba cuando sus empeladas o enfermeras no estaban, algunas de ellas odiaban atenderlo. A pesar de ello conmigo fue el único que me permitió salir y buscar trabajo, dejó que fuese a su biblioteca a leer, y también me permitió tener mi propio lugar, con el tiempo supuse que lo hacía porque era más inteligente que los anteriores dueños que tuve, ya que mi sola presencia lo turbaba aunque él intentase mostrase resuelto, yo lo intimidaba.

—¿Por qué alguien como tú intimidaría al cretino de Artur?

—Como habrás notado , soy algo particular…—comencé diciendo pues mi condición me avergonzaba y mucho más aún frente a él—dentro de esa singularidad que poseo puedo indicar si la muerte de la persona enferma está cercana, nadie quiere morir, y eso produce miedo, los comprendo, por esa misma razón jamás me quejo, poseo siete vidas, bueno en realidad seis, una es la mía propia, ninguna de las personas que antes estuvieron conmigo se atrevieron a pedir algo de todo eso que me sobra ,tengo mala suerte…—admití con amargura.

 —¿Qué ocurriría si das todas tus vidas?

—Siempre y cuando no de la mía propia, porque en ese caso, moriría, puedo dar todas las demás a mi dueño, o en todo caso haciendo excepciones si es que la persona a la que me encomendaron decide qué hacer conmigo y esas vidas…por eso son mis “dueños”, el hecho de tener todo aun intacto en mí es peligroso, pues, he sabido que mi condición es buscada por otros que pueden reconocerme y eso sería muy peligroso para mi existencia. —él me observaba con detenimiento escuchándome con atención. —Es por esa razón que necesito encontrar a quien el señor Artur dejo mi guarda, pues, eso significa que tengo menos chance de caer en manos de la persona incorrecta.

—El camafeo que llevas colgando del cuello como un dije, ¿qué contiene?

Llevé una mano bajo la tela de mi ropa tocando suavemente mi collar.

—Es pequeño, no pensé que podía llamar la atención, casi nadie suele notarlo.

—Es singular…

Quité mis dedos de mi pecho bajando mi mano para llevarla sobre mi regazo.

—Me lo dio mi madre, ella murió en un accidente cuando yo tenía ocho años, este fue su último regalo, si bien, por muchos años consideré que fue un presente tétrico, luego con el tiempo aprendí que ella solo estaba protegiéndome del mundo que me rodeaba en aquel entonces y creo que aún lo sigue haciendo…

Un nudo en mi garganta producía una suave presión, no recordaba la última vez que había hablado de aquello.

—Llevas una cápsula con un líquido, o eso es lo que aparenta de buenas a primeras. —dentro del cristal del camafeo llevaba mis vidas pero él no tenía por qué saberlo.

Asentí.

—Así es, —sonreí suavemente, sino lo hacía pues lloraría—es…es…veneno. —Respondí en un murmullo casi inaudible bajando mi mirada por segundos sintiéndome apenada.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.