Érase una vez...Nosotros

Capítulo 9

CAPÍTULO 9

-Ana-

Había prometido al señor Arthur salvar a la persona por la cual él amaba como a un hijo.

Sus labios se movieron sobre los míos con desenfreno, abrí mis ojos encontrándome con su mirada que me penetró de tal manera que solo en ese momento descubrí la locura que estaba cometiendo, detuve en seco mis movimientos y como si aquello hubiese sido el puntapié inicial él ajustó sus manos sobre mi rostro al compás de su cuerpo acoplándose al mío, un suave jadeo salió de mí provocando que sus labios lo sofocaran con mayor intensidad antes de terminar de besarme para elevarse por completo , aquello se sintió como despertar a un guerrero dormido.

No es el mejor momento para arrepentirse…—le oí decir, separó su boca de la mía, los dedos de su mano rodearon mi nuca con firmeza provocado que me agache pues su otro brazo disponible no dudo en elevarse con fiereza sobre un tipo golpeándolo con dureza.

Caí al suelo me compuse y rápidamente me levanté aterrada.

Me atrajo tirando de uno de mis brazos para colocarme tras su espalda, pues la asistente del lugar había mandado a llamar a sus guardas para ir por mí, pero aquello sería difícil alguien me tomó por el cuello quitándome de su lado de forma feroz, resbalé buscando escapar ,grité aterrada, Sebastián golpeó a uno de ellos, aprovechando el descontrolado momento la asistente se abalanzó sobre mí, con gran habilidad me arrastró, sentí sus dedos clavándose sobre mi espalda, la tela de mi vestido se ajustó sobre mi pecho de tan brutal agarre alejándome de Sebastián.

—¡Devuelve ese jodido papel, muchacha! —aun lo sostenía como si tuviese a mi propia vida entre mis dedos, aunque pesándolo bien : ¡era mi vida!

—Irene: ¡quítale ese maldito contrato, ahora! —exclamó el tasador en un brote de colera monumental le oí decir mientras forcejeaba por evadir su violento agarre.

Me desplomé boca abajo, esa mujer realmente era fuerte, me venció con facilidad a pesar de mis tediosos intentos por escaparme me tomó por las piernas arrastrándome para luego ir sobre mí una vez más. Bien, en ese punto tenía todas las de perder en segundos mi cerebro tuvo un poco de lucidez que sin dudar utilicé.

—¡No me golpees más! ¡voy a devolverte el papel! —chillé jadeando exhausta.

—Levántate y entrégamelo: ahora—me ordenó, los ahogos de la mujer se hacían oír tanto como los míos.

Me puse de pie, observé a Sebastián detenerse por unos instantes pues había llamado también su atención.

—¡Pero qué haces! —bramó al verme de pie sosteniendo la arrugada hoja de papel entre mis dedos que se habían cerrado de tal manera que sería muy difícil quitarme aquel trozo sin antes destruirlo, uno de los sujetos aprovechó su distracción para golpear su rostro y una vez más tuvo que arremeter contra ese extraño. —¡No le devuelvas nada Ana! —me exigió intentando deshacerse de ese tipejo.

—¡Dejen de golpear a Sebastián y entregaré el papel!—al oír mi exigencia el tasador y al mujer dieron la orden de que todo se detenga, cuando noté que él se encontraba fuera de peligro sentí un alivio inmenso tanto así que mis sentidos una vez más comenzaron a aturdiese nuevamente.

—Devuélvenos el papel—reclamó con impaciencia el tasador.

Irene, su asistente, con rapidez arrancó el papel de mi mano.

—Muchacha tonta, ¿creías que este lugar era un juego? —se burló caminando hacia su jefe.

—¿Por qué hiciste eso? —me reclamó Sebastián viniendo hacia mí, sonreí con debilidad mientras movía mi boca incómoda.

Por ti y por mí…—balbucí con cierto hastío.—Te han lastimado; ¿te encuentras bien? Porque yo estoy ebria…—movía mi boca incómoda mientras que el rostro de Sebastián comenzaba a verse algo borroso.

—¿En serio? —me cuestionó con evidente sarcasmo—¡Es algo que se te nota a kilómetros!—lanzó enfurecido, su camiseta estaba totalmente desaliñada, su cabello revuelto y un par de magullones se hacían notar sobre su rostro.

—¡Maldita muchacha! —Sebastián se volteó hacia Irene que chilló enfurecida.

—¡En qué jodido momento lo hizo! —exclamó el tasador a la vista de muchos que aún se encontraban dentro del lugar.

—Ana:¿qué hiciste? —me susurró Sebastián girándose nuevamente hacia mí como un rayo.

—Nada, no hice nada, —desvié mi mirada hacia el innecesario público que nos observaba—por cierto; ¿Quién me dio goma de mascar? —pregunté, movía mis labios de forma lenta—sabe horrible…

Entonces observé una vez más a Sebastián, si bien mis sentidos estaban totalmente descontrolados y todo lo que me rodeaba se veía turbio, molesto e incluso irreal, él sonrió de forma sutil pillando algo que yo ni siquiera entendía.

—¡Más te vale que te tragues ese trozo de papel! —bramó la asistente apuntándome con un dedo.

¿Papel? ¿Qué papel?

Moví lo que consideraba era goma de mascar dentro de mi boca, y de pronto me sobrevino unas ganas de vomitar horribles.

—No es momento para que tengas náuseas—replicó Sebastián. Ambos observamos cómo el tasador revisaba el papel confirmando con sus propios ojos que efectivamente faltaba la pequeña punta donde se encontraban las dichosas firmas que sentenciaban nuestro trato.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.