CAPÍTULO 10
-Sebastián-
—¡Maldita sea! ¡Todos estos años solo estuviste preparándome para mi propia sentencia!
—¡Solo será así si tú lo permites!
—¿Por qué a mí? ¿Por qué demonios me elegiste a mí de entre todos? —vociferé aquella vez golpeándolo con brutalidad.
—Esa…es una pregunta que ni quiera yo puedo responder del todo, solo me limité a prepárate como lo hicieron conmigo en el pasado, ¿acaso no notas que tus sentidos son más agudos que el resto de las personas? Tienes una sensibilidad distinta—me abalancé sobre él volviendo a golpearlo, esta vez derribándolo pues cayó al suelo con brusquedad.
—¡Levántate! —gritaba enfurecido, envuelto en un colera que ni siquiera podía controlar.
—Uno como tú nace cada cien mil personas, te han sentenciado, de hecho yo lo estoy haciendo a través de estas palabras, un cazador no es cualquier individuo, pero tú Sebastián no eres cualquier persona y eso créeme te hace diferente…y —me observó a los ojos su voz temblaba conteniendo cierta emoción e ira mezcladas—aquello me abruma demasiado pues estoy a punto de conocer la justicia que tanto he deseado por años y no he logrado conseguir.
Y se levantó, trenzándonos a golpes.
—Tienes que dejar odiarme, y más aún si ni siquiera sabes cómo es la persona que aparecerá ante ti.
—¡Sé bastante sobre esa persona, tú te encargaste de ello enseñándome a distinguir, me has formado para cuando llegue el momento!
—¡No! Estás equivocado.
—Si de supervivencia se trata —deslicé mi puño sobre mi boca ensangrentada en una mera pausa de nuestra pelea —no te preocupes, ahora soy más débil que tú, tengo dieciséis años, y me estás diciendo que debo cargar con una maldición, ¿cómo creerías que iba a tomar algo así? Ni siquiera puedo decírselo a mi propios padres, eres tan bueno que prácticamente están ciegos contigo. No tengo chances, además: ¿Quién carajo me entendería?
—¡Nadie, va a creerte, solo me tienes a mí! —me dio otro puñetazo derribándome por completo abalanzándose sobre mí.
—Te odio… — mis nudillos palpitaban y ardían lastimados, para entonces mi voz se relajó sentía dolor en mi garganta por haber vociferado, enloquecido, la aspereza de mis palabras coincidían con mi desolación —te odio…te odio…—repetía levantándome del suelo pues Artur ya había aflojado su agarre.
—¿Por qué me elegiste a mí y no a uno de mis hermanos? —insistí conteniendo un llanto aterrador.
—Porque si elegía a alguno de ellos, en ese caso : ¡Tú habrías sido un estorbo para mí!, pues, tienes un jodido carácter protector, habrías pillado todo al segundo, y vamos…¿Quién es capaz de cargar a sus propios muertos para poder seguir viviendo? Soy tan humano como tú Sebastián…
Lo empujé con fiereza separándome de él por completo.
—Yo seré capaz, sí, seré capaz…me has contado mucho sobre esa persona, aprendí muy bien, y voy a identificarla, algún día, lo haré antes que esa desconocida lo haga conmigo, y la engañaré y ese será su final, más no el mío.
—¡Necio! ¡un cazador jamás se fía de su presa! ¡aunque creas saberlo todo!
—Solo el tiempo lo dirá…
—El tiempo te matará.
—El tiempo matará a quien yo atrape.
Con el correr de los años me preparé e instruí, nunca más volví a hablar de aquello con Artur y rechacé todo tipo de palabra con él, al punto que me olvidé de su existencia, enterrándolo en lo más profundo de mi ser. Me dediqué a formarme, mi familia no era cualquier familia poseíamos un nivel alto ante la sociedad debido a nuestro linaje heredado por nuestros ancestros. Mis padres eran jueces y mis hermanos ocupaban cargos políticos demasiado influyentes para mi gusto. Mientras tanto yo solo iba a contracorriente.
Construí una trampa, inmensa, llena de flores, árboles que se alzaban a lo alto bajo un cielo maravilloso, los cristales de algunos sectores hacían las veces de paredes transparentes, sabía muy bien que esa persona admiraba la belleza esa misma que muchas veces no tenía permitido disfrutar.
Cada detalle en la construcción de ese señuelo estaba diseñado para atrapar, y una vez terminada solo me restaba esperar…solo esperar.
Hasta que un día en una fiesta apareció a quien yo creía debía tener entre dientes…
—¿Cuál es tu nombre? Eres el único hombre aquí en esta fiesta fabulosa que se encuentra sentado bebiendo solo.
—Sebastián—respondí sin prestarle mucha atención a su voz risueña. Dejé mi copa sobre la mesa de cristal, había desajustado el moño negro de mi smoking.
—He notado que muchas personas se te han acercado, y mi padre me ha enviado a por ti, así que si no te parece mal—comenzó diciendo de manera divertida —mi nombre es: Sofía, —extendió su mano hacia mí.
—Un placer—respondí estrechando su mano, ella aún seguía sonriéndome jovial, más yo llevaba una seriedad de tumba.
—¿Un secreto Sebastián? —me murmuró animada acercándose hacia mí colocando una de sus manos con delicadeza cubriendo parte de su boca en forma tal de que aquello que fuese a decir quedara como un secreto—Estoy aquí para protegerte…
Editado: 01.04.2025