Capítulo Dos
¿Conoces Acapulco?
Agustín subió a la chica al auto, en la parte de atrás, ella seguía dormida debido al sedante, se acomodó en el asiento del copiloto a esperar a su amigo que había ido a pagar la cuenta del hospital.
―Félix, muchas gracias ―estrecharon sus manos ―la cuenta ya está pagada y... te pido discreción.
―Estoy confiando en ti, por favor, no vayas a cometer...
—Voy a cuidarla y te prometo que si ella quiere levantar cargos hacía mi, no voy a hacer nada para evitarlo.
Asintió.
El 96% confiaba en él y el resto sentía que acaba de tomar la peor decisión, pero se lo debía a su familia.
Y si, probablemente el porcentaje debió ser al revés, pero confiaba mucho en aquel chico de ojos marrones.
—No voy a olvidar esto nunca —estaba agradecido —está de más decir que tienes entradas VIP para el estreno de la película —dijo para aliviar un poco la situación.
—¿Me estás comprando? —preguntó en broma.
—Sabes que jamás lo haría.
—Lo sé.
Thomas podía ser muchas cosas pero nunca sería capaz de comprar el silencio de una persona, por la posision que tenía muchos pensarin que lo hacía segudo, pero la realidad era otra.
Las personas se dejaban llevar por la apariencia y creían que Thomas Pritzker era grosero, egoísta, altanero, todo lo malo lo asociaban a él, porque aseguraban que esa pinta daba y que equivocados estaban.
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Empezó a manejar hacia su residencia, en el camino nadie dijo nada, había cierta tensión en el ambiente.
Por un lado, Thomas se sentía culpable por involucrar a su amigo, pero si esto llegaba hasta un tribunal, iba a deslindarlo de aquella situación.
A pesar de que era él quien iba al volante Agustín iba de copiloto y estaba involucrado.
Agustín por su parte no dejaba de imaginarse mil escenarios en su cabeza de lo que pasaría después.
Algo era claro, ambos estaban preocupados por las consecuencias que esto podría traer.
La chica podría denunciarlos o sacarles todo el dinero que se le diera la gana.
Los dos soltaron un suspiro al mismo tiempo.
Al llegar, bajaron con mucho cuidado a la chica y la llevaron hasta la habitación principal para que estuviera más cómoda.
Si algo caracterizaba la residencia de Thomas, era ese toque estadounidense, fácilmente se podría confundir con una residencia de Los Ángeles.
―Lo siento ―ambos tenían la mirada fija en la chica que estaba dormida en la cama de Thomas ―tenías razón... debí dejar que tú manejaras, yo estaba muy ebrio y más después de enterarme de que Vanesa me fue infiel.
―Eso ahora no importa ―pasó su mano por su cabello ―¿Qué vamos a hacer cuando despierte?
―Decirle la verdad.
―¡ESTÁS LOCO! ―volteó a verlo, su amigo no debía estar hablando en serio―nos puede demandar ―dijo en voz baja para no despertarla.
—¿Y que quieres? ¿Qué le mienta?
—Sería buena opción.
—Agustín...
—Solo piénsalo, le mentimos y luego le decimos la verdad.
Antes de que pudiera responder, vieron que la chica comenzaba a moverse, ambos se pusieran bastante nerviosos.
―Hola ―añadió Thomas al ver que despertaba.
A pasos lentos y pequeños comenzó a acercarse a la cama.
―¿Quién eres tú? ―preguntó mientras se sentaba en la cama ―¿Qué hago aquí? ¿En dónde estoy? ―miró a su alrededor y colocó su mano en su cabeza.
Estaba un poco desorientada debido al sedante.
La habitación era grande, predominaba el color gris, en cada lado de la cama había un buró, sobre uno estaba una lámpara y sobre el otro tres libros, a unos metros se encontraban dos sillones y una mesita de centro, también tenía una pequeña estantería de libros.
Observó dos puertas de madera, una era la del baño y otra llevaba al closet.
Miró las cortinas blancas que llegaban al piso mecerse de un lado al otro.
—¿Tienes frío? De ser asi puedo cerrar la ventana.
—¿Frío? ¿Aquí? —preguntó su amigo confundido.
—¿Quienes son ustedes?
—Agustín —se presentó sin mucho interés.
―Soy Thomas ―ella frunció el entre cejo ―y estás en mi casa
—Residencia —lo corrigió su amigo en voz baja —una casa no tiene los lujos que hay aquí.
La chica solo vio que le susurraba algo, pero no logró escuchar nada.
―¿Por qué estoy en tu casa? ―cuestionó mientras se quejaba por el dolor de cabeza que tenía.
―Escucha ―miró a su amigo y él negó con la cabeza ―ayer...
—Thomas, piensa bien lo que vas a decir —añadió entre dientes.
—Ayer en la noche... ―lo interrumpió.
―Yo salí a correr y... —trató de recordar —no recuerdo nada más.
"¿Quién sale a correr a esas horas?"
Pensaron ambos.
Había dos opciones, decirle la verdad o inventar algo, al fin, ella no recordaba nada.
¿Cómo iba a saber que mentían?
—Verás, alguien te atropelló y nosotros te ayudamos.
Negó con la cabeza al escuchar a su amigo.
―Fui yo, yo te empujé con mi auto —la cara de la chica cambió de inmediato.
―¡¿Qué tú qué?! ―añadió sin poder creerlo—. ¿Me atropellaste? —logró preguntar con dificultad.
—Ya lo tenía solucionado. ¿Qué ganabas diciendo la verdad?
Thomas y la chica lo miraron haciendo que él apretara sus labios y guardará silencio.
―Si, no fue intencional.
—Ya nada más eso faltaba.
—Agustín, por favor —extendió sus brazos en señal de rendición—. No te iba a dejar ahí, así que te llevamos a un hospital ―por unos segundos cubrió su rostro con sus manos ―¿Estás bien?
―Eso te pregunto yo a ti.
―El auto solo te empujó y el doctor dijo que estabas bien, con unos cuantos golpes, nada grave ―ella se quedó callada ―debes tomar eso ―señaló dos frascos de pastillas que estaban a un lado de ella, encima de los libros.
Se tardó unos minutos en procesar lo que acabada de escuchar.