Capítulo Tres
Fue mi culpa
Alessia había dormido en la habitación principal, mientras él se quedó en una de las tantas habitación de la residencia.
Ella era la invitada lo menos que podía hacer era dejarla dormir en su cama.
Thomas se despertó primero y luego de ducharse fue a la cocina a preparar el desayuno.
Si algo le gusta hacer era cocinar y sabía hacerlo bien.
Disfrutaba el proceso de preparación de los alimentos, de vez en cuando experimentaba con nuevos platillos, algunos resultaban un éxito y otros un fracaso.
Decidió preparar unas tostadas con algún aderezo, un poco de fruta cortada en pequeños cuadrados y un jugo de naranja.
Acomodó todo en la barra, rara vez comía en el comedor.
―Buen día ―la saludó al verla caminar hacia la barra de la cocina, él se encontraba del otro lado —¿Cómo dormiste?
—Bien, gracias —se sentó en aquella silla, era más alta de lo normal.
—¿Jugo? —asintió mientras se acomodaba y ponía sus manos en la barra.
Él sirvió el jugo en el vaso de vidrio y se lo dio.
—Es natural —bebió un poco y lo miró.
—En tu imaginación —sonrío.
—Si, bueno, hay personas que lo creen —ella negó —Preparé esto de desayunar, come lo que quieras.
—Gracias.
Tomó una tostada y comenzó a comerla.
A él le pareció extraño que no le hechara algún aderezo, pero no dijo nada.
―¿Ya tienes una respuesta? ―mordió la tostada ―¿Te quedas o te vas?
―Decidí... ¿Quedarme?
Frunció en entre cejo, no se escuchaba segura.
—Si, quiero quedarme —dijo más decidida.
Desayunaron tranquilamente mientras él le decía que tenían que ir al hospital.
Alessia no pidió explicaciones, supuso que era para algunos estudios.
Entró a la habitación y luego de unos segundos regresó con algo en las manos.
―Por cierto, te quería preguntar algo ―dijo al estar enfrente de él ―¿Para qué es esto? ―preguntó mientras sostenía una pomada en su mano.
―Lo olvidé por completo ―expresó un poco culpable ―Félix ―ella frunció el entre cejo ―así se llama el doctor que te atendió ―explicó y luego continuó ―me dijo que tenías que ponerte pomada en tu cuello, tus brazos y tu espalda.
―¿Es necesario?
—Si, va a ayudar a que cicatricen más rápido tus heridas.
—Bueno, tendré que ponérmela hasta que llegue a casa ―añadió mientras caminaba de regreso a la habitación principal.
―El doctor dijo que la usaras de inmediato ―dijo mientras caminaba detrás de ella.
―Y quien me la va a poner ¿Tú?
―¿Por qué no? ―quiso saber.
―Es broma ¿No? —Tomó la jarra de agua que estaba en una mesita, sirvió un poco en un vaso y la bebió para poder pasarse la pastilla que tenía en su boca ―me acabo de tomar mi pastilla y hace que me dé sueño...
―No te voy a hacer nada.
—Pues...
—Dormiste aquí y no te hice nada.
Asintió, a decir verdad antes de dormir le puso seguro a la puerta, era un lugar desconocido, no sabía que clase de persona dormía en la otra habitación.
Negó, sintió que la estaba orillando a hacer algo que no quería.
—Mira, si no quieres que yo te la ponga, está ben, lo respeto, pero necesito que comiences a usarla.
Asintió.
—Podría hablarle a una masajista para que venga y ella lo haga, para que te sientas cómoda.
―Está bien —le sonrío.
Luego de media hora llegó.
Hablaron un par de minutos en la estancia y al escuchar lo que iba a cobrar casi se le cae la quijada.
—¿Podemos hablar? —asintió y se alejaron de ahí —mira, siento que es mucho dinero.
—No importa, si tú te sientes cómoda está bien.
—O sea, si, pero no. Vas a pensar que soy tacaña pero la verdad es que hay que cuidar el dinero. Esta cobrando como si me fuera a operar, cuando lo único que hay que hacer es poner un poco de pomada y extenderla por la espalda.
—Es una masajista profesional.
—Si, eso lo entiendo, pero aún así el precio es muy elevado.
—¿Y entonces? Puedo hablar con otras masajistas.
Bostezó, la pastilla ya estaba haciendo efecto.
Thomas le dio las gracias por haber venido y le dijo que ya no necesitaban de su servicio.
Habló a un par de agencias más y los precios que le daban eran igual o más elevados.
Y el problema aquí fue que cuando él decía su nombre y apellido, las personas subían por mucho el costo de sus servicios.
Sabían que Thomas Pritzker le sobraba dinero y pensaron que sería como quitarle un pelo a un gato.
—Te juro que no hay problema si yo pago el servicio.
Sus ojos comenzaban a cerrarse.
—Gracias pero no, me voy a sentir en deuda contigo.
—No tienes porque, no quiero que me lo pagues.
—Peor aún, mejor hazlo tú.
—No quiero que te sientas incómoda, puedo pagar el servicio, no me voy a quedar en la ruina por esto.
—Ponlo tú y ya.
—¿Segura? —asintió.
Fueron a la habitación, antes de acostarse se quitó la blusa que tenía.
—Me sentiría más segura si tuviera un arma —bromeó mientras se acostó boca abajo.
—Espera —salió un par de segundos y al regresar le entregó un pica hielo en su mano —para que te sientas segura.
—Eres increíble.
—Es algo que ya sé, pero nunca está demás que me lo digan.
Él se subió a la cama y para estar más cómodo pasó una de sus piernas por la cintura de ella y empezó a ponerle la pomada.
Con el masaje y la pastilla poco a poco empezó a quedarse dormida, aunque al principio no estaba de acuerdo con que él le pusiera la pomada, fue la mejor decisión, ya que se dio cuenta de que él tenía unas manos de ángel.
Él siguió masajeándola sin darse cuenta de que ya estaba dormida, le pareció escuchar algo pero no le tomó importancia, después de unos segundos se abrió la puerta.
―Thomas, yo... ―fue lo único que alcanzó a decir al verlo a él encima de una chica ―¿Tan rápido me reemplazaste? ―añadió molesta.