Jimin no tenía intención de seguir dando vueltas al tema.
- Si lo dejas ahora saldremos ganando ambos mamá.
Su madre no dijo nada solo apretó los labios y deseo con todas sus fuerzas que su hijo entrara en razón.
- Esto no es una serie de televisión, Jimin. Es tu vida.
- Si, lo es.
Y en efecto era si vida y era ese el motivo por el que no estaba dispuesto a dejar que nadie quisiera cambiarla.
- Ya no tengo diez años mamá - le recordó. Llevaba algunos años siendo hombre.
- Si tuvieras diez años... - su madre entrelazó sus manos sobre la mesa - Entonces no estaríamos teniendo esta conversación, se suficiente de leyes para saber que no te puedes casar a los diez años, ni en este país joven ningún otro.
- Y definitivamente no estamos teniendo esta conversación, solo cambiando opiniones. - dijo el en un tono bromista, levantándose de la silla y dirigirse a su madre para darle un beso en la mejilla.
Su madre suspira al oler su fragancia favorita de jazmín en el.
- Tengo mucho trabajo esta tarde.
Su madre reprimió una sonrisa, pues ella sabía muy bien que trabajo tendría esa tarde, y también sabía algo que el desconocía.
- Mi hijo, el mejor abogado del país - dijo con un toque burlón.
Jimin se detuvo un momento y la miro fijamente, hubiera jurado que se traía algo entre manos.
- ¿Sabes mamá? Para muchas madres eso es más que suficiente.
Theresa tuvo que callar, algún día conseguiría juntar todas las piezas del puzle, pero aún no era tiempo.
- Yo no soy una madre cualquiera, Jimin, soy tu madre.
Él la miro con una mirada de sospecha.
- Y como soy tu madre...- añadió la mujer.
- La he pasado muy bien contigo madre - dijo él rápidamente son dejar tema la que ella iba a decir - Adiós, de verdad tengo que irme. - finalizó y comenzó a andar.
- Jimin..
Su voz lo hizo detenerse. Se dió la vuelta y espero.
- ¿Qué?
Cómo siempre había sido una persona sincera y más tratándose de sus hijos, Theresa sintió que tenía que ser franca y en este caso la franqueza pasaba a tener que decirle que el fin de semana anterior había estado en una comida benéfica junto a Anne Steven, la madre de Lily Steven.
Anne le había dicho que su hija Lily estaba de vuelta en el país y que estaba buscando un abogado desesperadamente.
Nada más oír la noticia, el corazón de Theresa se había disparado a mil...
Más que nada, quería decirle a su hijo que le había dado su número a Anne, quería decirle que esa misma tarde vería a Lily, aquella chica con la que había salido en la universidad.
Sin embargo, como sabía que Jimin le pasaría el caso a Kate nada más enterarse de la pequeña trampa que le había tendido, esbozo una sonrisa y se despidió de su hijo como si nada.
- Que pases una buena tarde, hijo...
Él le devolvió la sonrisa.
- Gracias madre, eso espero.
Jimin dió la vuelta y se dispuso a empezar la tarde.
<<Con un poco de suerte, hoy también empezará el resto de su vida>>, pensó Theresa.
Lily Steven no sabía si sería una buena idea, antes de salir de casa había agarrado el teléfono en varias ocasiones para llamar al bufete y cancelar la cita. Sin embargo, cada vez que comenzaba a teclear los números algo la hacía detenerse, si cancelaba la cita entonces tendría que comenzar a buscar otro abogado. Y tendría que buscarlo rápidamente.
El tiempo se estaba agotando. No podía cerrar los ojos y fingir que todo estaba bien, porque no era cierto. Nada había estado bien desde aquel día en que había abierto la carta de Elizabeth Dalton, aquella carta la había hecho volver, prácticamente huyendo de aquella mujer.
Y había sido en vano... Sus tentáculos podían llegar a cualquier lugar.
Poco después de llegar había recibido otra carta, llena de palabras condescendientes, sarcasmos y algo peor, amenazas.
No podía dejar que aquella amenaza se hiciera realidad, estaba dispuesta a darle batalla a esa mujer, aunque se le fuera la vida en ello. Pero eso significaba pasar por los tribunales, buscar un abogado que ganará ... A costa de lo que fuera.
Ella quería ganar la batalla de manera limpia, pero también sabía que Elizabeth era capaz de utilizar cualquier cosa para salirse con la suya. Viuda de un hombre que había heredado un imperio farmacéutico, detestaba a la gente que le llevaba la contraria y estaba acostumbrada a hacer siempre su voluntad.
Estaba acostumbrada a ganar siempre. Lily no tenía la menor duda de que la rica viuda y si abogado usarían los trucos las sucios para conseguir lo que querían.
Y era su hijo a quien querían.
El nieto de Elizabeth.
El problema era que no conocía ningún abogado ni bueno ni malo, había dejado la carrera en el primer año de universidad y hasta ese momento nunca había precindido de la ayuda de un abogado, no tampoco conocía a alguien que hubiese necesitado uno en el pasado.
Pero si conocía a Park Jimin. Sabía que era bueno, cariñoso... Y eso era un comienzo. Él si se había graduado, seguía viviendo en el país y quizá fuera la persona que podía ayudarla.
Quizá la suerte estuviera de su lado, por una vez.
Diez minutos antes de la cita Lily detuvo el auto en el aparcamiento de Park&Makenzi. Asio con fuerza el volante e inclino la cabeza, ¿Estaba haciendo lo correcto? ¿Era buena idea?
Saco el teléfono por enésima vez, marco el número y justo antes de apretar el botón de llamada, cambio de idea. Apagó el teléfono, lo guardo en el bolso y bajo del vehículo. Respiró hondo y echo a andar hacía el alto edificio de oficinas, atravesó el vestíbulo y entro al ascensor, se sentía como un alma condenada, recorriendo los últimos metros hasta el lugar de su muerte.
<<Yahel... piensa en Yahel... Yahel es todo lo que importa, tienes que protegerlo de esa mujer Lily, si no quieres que se convierta en alguien Igual a lo que fue su padre >> se dijo nerviosa.
Editado: 28.08.2021