Jimin miro a su alrededor, había algo que no encajaba muy bien.
- ¿No debería estar presente uno de sus abogados?
La sonrisa que hizo Elizabeth nunca le llegó a los ojos.
- Pensé que sería mejor de esta forma, pues el acuerdo que quiero proponerle sería entre usted y yo.
- Entre mi cliente y usted - aclaro Jimin.
La sonrisa de Elizabeth se volvió turbia.
- Señor Park, sería entre usted y yo - repitió la mujer - Usted es un joven brillante con futuro prometedor. Y yo puedo ayudarle a conseguir sus metas. Puedo proporcionarle contactos con los que jamás hubiera soñado. Puedo introducirlo en un mundo fuera del alcance de su imaginación.
En resumen, Elizabeth Dalton trataba de sobornarlo.
- Y todo lo que tengo que hacer es renunciar a mi cliente ¿no?
Ella frunció el ceño ligeramente, pero no tardó en controlar su carácter. La sonrisa incluso, parecía todavía más forzada que antes.
- Es una forma muy brusca de decirlo. No quiero que renuncie a nada. Quiero que la haga entender - señaló a su alrededor - Yo puedo darle todo a mi nieto. Ella en cambio, no tiene nada.
Jimin la miro directamente a los ojos.
- Tiene amor de madre.
Elizabeth Dalton se echo a reír, como si Jimin le acabara de hacer un chiste, y entonces se detuvo y mirándolo también con gesto incrédulo.
- Oh, por favor. De verdad lo cree, ¿no?
Jimin no estaba dispuesto a dejarse ridiculizar. Además, ya empezaba a ver por qué Erik había resultado ser un completo idiota.
- Si. Lo creo.
Todavía sentada, Elizabeth se puso erguida hasta proyectar una sombra intimidante.
- Entonces no tenemos nada más que hablar.
- Si. Eso me parece a mí también - le dijo Jimin, deseoso de abandonar aquel lugar envenenado. - Le diría que ha sido un placer, señora Dalton, pero ese hombre al que usted conoció también me enseñó a no mentir - le dijo recordándole a su padre.
Dio media vuelta y se dirigió hacía la puerta.
- No va a ganar. Lo sabe, ¿verdad? - le dijo la mujer justo cuando iba a atravesar el umbral de la puerta.
Jimin no se molestó en voltearse hacía ella.
- Ya veremos. - exclamó sin detenerse.
Creyó oírla mascullar alguna maldición, pero tampoco estaba seguro. Todo lo que quería en ese momento era salir de allí.
En el camino de vuelta, Jimin hizo todo lo posible por recuperar la calma. Elizabeth jugaba a ser algo como un dios en la vida de las personas y estaba acostumbrada a pisar cabezas para conseguir su propósito.
Tuvo que hacer un gran esfuerzo para recuperar la compostura y no lo consiguió hasta después de haber recorrido unos veinte kilómetros.
Ya no tenía que volver a la oficina, así que pensó en tomarse una cerveza.
O dos o tres...
Pero entonces tendría que esperar unas horas, antes de volver a casa y eso no le hacía mucha gracia. Sin embargo, si quería algo de compañía y, por lo menos una cerveza.
Al entrar a las calles ya conocidas para él, paro en una tienda multiservicios y compro un pack de seis cervezas y algunas cosas más.
Cuando subió de nuevo a su auto miraba su celular indeciso en si marcar alguno de los números guardados para tener algo de compañía. Al final no lo hizo.
Ya en marcha, decidió pasar por la casa de Lily para ponerla al tanto de las cosas. Quería contarle lo de la entrevista con la señora Dalton. Esa mujer parecía capaz de cualquier cosa.
También quería decirle que ya no tenía ninguna duda acerca de seguir o no con el caso. La misma señora se lo había dejado claro. Y por último, quería preguntarle cómo había logrado controlar las ganas de darle un puñetazo cuando le había ofrecido comprarle a su hijo.
Una mujer si podía golpear a otra mujer, mientras que un hombre no.
A veces las reglas resultaban muy molestas...
Cuando llego por fin a la casa de Lily, ya estaba anocheciendo. Detuvo el auto y espero unos segundos, preguntándose si haría bien presentándose en su casa sin avisarle.
Mientras se debatía entre una cosa y otra, contempló la casa, se veía tan acogedora, nada que ver con la abrumadora casona Dalton.
Respirando hondo, agarro la bolsa de la compra y bajo del coche.
Hoy era uno de esos días en los que Lily se sentía como si todo fuera en cámara lenta. Tenía tantas cosas que hacer que se estaba retrasando en todo, y la sensación era odiosa.
Una de las dependientas que trabajaba para ella en la boutique, se había enfermado esa mañana, y la otra joven había salido temprano para atender a unos familiares que llegaban de imprevisto.
Y así había estado sola ese día, ocupándose de los clientes y haciendo inventario. Tenía que terminarlo esa semana para no retrasarse con los pedidos. Si no llegaba a hacerlos a tiempo, al mes siguiente habría estanterías y perchas vacías.
Así que cuando se marchaba a casa, lo único que quería era llegar y encerrarse con su hijo, lejos de todo el mundo, pero no podía hacerlo. Todo podía derrumbarse a su alrededor en cualquier momento y tenía que seguir luchando.
Cómo estaba falta de personal llegaba tarde a casa casi todos los días. Por suerte sabía que contaba con el apoyo de su madre.
La mencionada se había marchado en cuanto ella llego, gracias a ella tenía la cena echa en la cocina.
Entrando a la cocina, miro había el horno encontrado lo que su madre había preparado, un pastel de carne que olía delicioso, sin embargo ella no tenía hambre. Tenía un nudo en el estómago que no se disolvía con nada. Su único incentivo para sentarse a comer algo hubiera sido acompañar a Yahel, pero su madre también se había ocupado de eso. El pequeño ya había cenado.
Después de darle un abrazo de oso a su madre, el pequeño se había ido a la sala para seguir jugando con su nuevo videojuego, regalo de la abuela.
Lily pensó que a lo mejor podía comer algo si se lo llevaba a la sala y le hacía compañía a su hijo mientras jugaba.
Editado: 28.08.2021