¿ Eres Mi Regalo De Navidad?

1.ELYSIA

 La campanilla de la puerta tintineó una melodía triste cada vez que un cliente esporádico entraba en la librería  “El Refugio de los sueños”. Con cada sonido, Elysia levantaba la vista de su libro, esperando ver un rostro familiar, pero lo único que recibía era el eco de sus propias expectativas desvaneciéndose entre los estantes repletos de historias que conocía de memoria Elysia.

La librería era un reino encantado para ella, un santuario construido por sus padres con amor y sueños, donde cada rincón olía a papel antiguo y aventuras por vivir. Sin embargo, ese reino se estaba desmoronando, pedazo por pedazo, página por página, mientras el mundo exterior giraba hacia lo digital, dejando atrás el crujir de las páginas.

Elysia recordaba cómo sus padres le contaban cuentos de hadas cada noche, cómo la envolvían en abrazos cálidos y promesas de finales felices. Ahora, esos recuerdos eran fantasmas que vagaban entre los pasillos vacíos, susurros perdidos en el silencio que se intensificaba con cada día que pasaba.

La soledad se había convertido en su única compañera fiel, esa misma soledad que le susurraba que era hora de cerrar, no sólo la librería sino también el capítulo de su vida que había permanecido inmutable durante demasiado tiempo. Con un suspiro que parecía cargar el peso del mundo, Elysia tomó la decisión. Esta Navidad no sería como las otras; no habría más sombras ni silencios. Esta Navidad, se regalaría a sí misma el viaje que siempre había anhelado pero nunca había tenido el coraje de emprender.

 Elysia era una silueta etérea entre estantes y páginas amarillentas, una presencia casi fantasmal para quienes raramente levantaban la vista de sus dispositivos electrónicos. Sus grandes espejuelos de montura gruesa descansaban sobre la nariz, y detrás de ellos, unos ojos verdes miraban el mundo con una curiosidad que rara vez se atrevía a cruzar el umbral de su propia reserva. 

Su cabello castaño, largo y liso, estaba siempre meticulosamente recogido en una trenza que caía por su espalda, como el lazo de un regalo que nadie se había tomado el tiempo de desatar. 

Aunque había una belleza innegable en ella, se disfrazaba con ropa holgada y práctica que no hacía justicia a su figura, como si intentara mezclarse con el papel y la tinta que la rodeaban. Elysia tartamudeaba al hablar, un baile vacilante de palabras que surgían con cautela, reflejo de una timidez que la mantenía a menudo con la mirada baja, esquivando los ojos ajenos. 

 Para el mundo, ella no era más que la chica de la librería, un ser que se desvanecía tras las portadas y los lomos de incontables novelas, alguien cuya existencia parecía tan ficticia como las historias que custodiaba.  La decisión estaba tomada. La librería —El Refugio de los sueños— cerraría sus puertas antes de la Navidad. 

Mientras Elysia se preparaba para cerrar la librería, sus dedos se deslizaron sobre los lomos de los libros, una despedida silenciosa a sus compañeros de toda la vida. Entre ellos, un volumen antiguo y desgastado llamó su atención. No recordaba haberlo visto antes, y mucho menos haberlo colocado en ese estante. 

Era un libro de tapas duras, con el título —Leyendas del Castillo Morgenstern— grabado en letras doradas que aún brillaban a pesar del paso del tiempo.

Al abrirlo, una serie de mapas y relatos sobre un castillo encantado cobraron vida ante sus ojos, hablando de un poblado remoto rodeado de bosques espesos y montañas nevadas. Según la leyenda, el castillo Morgenstern había sido hogar de una nobleza misteriosa, cuyos destinos se habían perdido en las brumas del tiempo y ahora eran sólo susurros entre los lugareños que evitaban el lugar, temerosos de los espíritus que decían habitaban allí.

La curiosidad de Elysia se encendió como una llama en la oscuridad. Aquel libro parecía una invitación, un portal a una aventura como las que siempre había anhelado vivir a través de las páginas. Con el corazón latiendo con una mezcla de miedo y emoción, Elysia tomó la decisión impulsiva de hacer de ese castillo su destino.

  Y así, tras un viaje lleno de anticipación y maravillas invernales, Elysia se encontró frente a las imponentes puertas del Castillo Morgenstern. El silencio del lugar era casi tangible, como si el mismo aire esperara su llegada. Empujada por una fuerza que no podía explicar, entró.

 El interior del castillo era tan majestuoso como los cuentos lo describían, y mientras Elysia exploraba, no pudo evitar sentirse como la protagonista de una de sus novelas favoritas. De repente, en el gran salón adornado con decoraciones navideñas que parecían esperar a ser admiradas, una voz profunda e inesperada rompió el silencio:

—¿Eres mi regalo de Navidad?

 Sobresaltada, Elysia giró para encontrarse con los ojos más intensos que jamás había visto, pertenecientes a un hombre cuya presencia parecía tan antigua y misteriosa como el propio castillo.

 Elysia había esperado encontrar polvo y sombras en el gran salón del castillo, pero en su lugar, una luz insólita danzaba a través de los vitrales, jugando con las motas de polvo en el aire. Y allí, en medio del salón, estaba él. Un hombre cuya belleza parecía desafiar la realidad misma, como si hubiera saltado de las páginas de uno de sus libros de fantasía. Su sonrisa era cálida, pero sus ojos ocultaban siglos de secretos.

—Perdone mi intrusión,— dijo él con una voz que parecía una melodía olvidada. —Este lugar... llama a aquellos con corazones valientes y mentes abiertas.




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