Eres mi salvación.

Capítulo I: Nuevo trabajo.

Voy de camino a mi nuevo trabajo. Esta mañana me llego un mensaje de mi nuevo jefe. “A las 10 pasan por ti. Encuéntrese lista.” Me prepare y espere. A las 10 en punto un auto negro estaba fuera de la casa de mis padres. Vivo con ellos desde que tengo memoria, han cuidado de mí, todos estos años. Ahora es mi turno de complacerlos. Los saludo con un fuerte abrazo, mientras tomo mi maleta. Me dirijo al auto y la ventanilla del auto se baja inmediatamente.

- ¿Señorita Somalander, Génova? - pregunta un hombre de unos cuarenta años y pelo con un poco de canas, lleva puesto unas gafas de sol donde puedo ver mi reflejo. Me quedo parada, estática, sin mover un musculo, este hombre me intimida de gran manera. Carraspea su garganta y yo asiento con la cabeza repetidas veces. – Suba. No necesita la maleta. Allá tiene todo lo necesario. – miro mi maleta unos cuantos segundos y niego. Me niego a dejar mis cosas personales.

Levanto mi pequeña maleta y la abrazo. Él señor me mira, baja sus gafas por unos segundos escudriñándome, y luego vuelve a su posición anterior. Hace una seña con la cabeza para que, al fin, pueda subir al auto. Abro la puerta y me introduzco, un poco temerosa. Él hombre prende el auto y avanzamos por mi pueblo.

-El viaje es largo, póngase cómoda. – me dice mientras mira por el espejo retrovisor. Asiento con la cabeza, y vuelve a dirigir la mirada a la carretera.

- ¿Cuántas horas de viaje son? – pregunto después de unos cuantos segundos. El señor vuelve a mirar por el espejo retrovisor y no dice nada. Entiendo, no va a decirme más nada. Genial.

No sé cuántas horas han pasado, pero todo sigue de la misma forma. Los mismos arbustos desolados, y la misma arena en todas las direcciones. ¿Qué habrá pasado aquí? Esta más desierto que el Sahara. Después de tomar, una siesta. Despierto y refriego mis ojos para sacar la pesadez del sueño. Miro hacia la ventana. Y me encuentro con un pueblito, parecido al mío. Pero no hay nadie esta vacío, solo. Mi cara cambia a espanto.

-No hay nadie. La compañía, para la trabaja compro todo el pueblo. – dice el conductor del auto. Al escucharlo me sobresalto. No esperaba que me hablara. Yo poso mi mirada en él, pero no me mira. Tampoco por el reflejo del espejo retrovisor. Me quedo pensando en lo que me acaba de decir el hombre. Y cuando voy a preguntar ¿por qué? El auto se detiene. – Llegamos. – dice concluyendo la conversación rara que tuvimos.

-Gracias. – digo más para mí que para él. El señor solo asiente una vez con la cabeza. Bajo del auto y me espera una señorita rubia con ojos marones, saltones. Lleva puesta una camisa y una pollera en tonos azules, muy delicadas, me mira de arriba hacia abajo, y hace una mueca de asco. Se queda mirando la pequeña maleta que tengo en mis manos. Y niega con su cabeza mientras hace una mueca rara con su boca.

-No se permites objetos personales. Está escrito en el contrato que firmo cuando la empresa contrato sus servicios. – pronuncia tajante. – Debe dármelos o dejarlos tirados aquí afuera. – termina poniendo cara malvada. – Leyó el contrato señorita… - dice haciendo un ademan con la mano intentando acordarse.

- Somalander. – concluyo. – Somalander, Génova.

-Claro. – dice después de unos segundos. Estira su mano y a regañadientes, le entrego la maleta. – Bien. Sígame. - dice empezando a caminar hacia una puerta que parece de concreto. Pasa una tarjeta que cuelga de su cuello por una ranura. Y la puerta se abre haciendo gran ruido. La rubia sigue caminando contorneando sus caderas hacia los lados. La sigo de cerca por un pasillo que parece interminable.

Voy mirando a mi alrededor, y no hay nada. Nos topamos con una puerta parecida a la primera. La rubia vuelve hacer lo mismo que con la primera y se abre.

-Vas a cambiarte, y bañarte allí. Cuando salgas tiras tu… ropa en ese contenedor. – dice mostrándomelo. – tus cosas personales también van a estar ahí. Cuando te vayas te las devolverán. – concluye. – te espero de este lado de la puerta para guiarte por las instalaciones y decirte que es lo que tienes que hacer.

La miro intentando comprender que es lo que me acaba de decir. ¿Por qué tendría que dejar mi ropa? ¿Qué me voy a usar? La chica que está enfrente de mí, mira sus uñas despreocupadamente. Cuando ve que no me moví ni un centímetro, hace una mueca de disgusto y zarandea su mano para que vaya a el cuarto.

Hago lo que me pide de una manera tímida. Cuando agarro la manija para poner abrir la puerta, este esta helada. Manda escalofríos por todo mi cuerpo. Ingreso a la habitación. Es un baño muy bonito. En un estante hay ropa. Una camisa igual a la chica que se encuentra afuera, un pantalón azul de lino, al lado se encuentran unas zapatillas blancas. Es todo de mi taya. Me desnudo y me meto a la bañera. El agua cae en forma de lluvia. Esta tibia.

Cuando termino de vestirme con la ropa que está preparada para mí. Doblo la que traía puesta hace unos segundos. Y salgo del cuarto. La rubia sigue en el mismo lugar. Cuando me ve me entrega un sobre. Lo tomo algo tímida. Ella empieza a caminar muy rápidamente. Dejo la ropa donde me pidió, y la sigo a pasos ligeros.




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