Eres mi salvación

1. Traición

—¡Cómo te atreves a tocarla!

Sentenció el que pensaba era el amor de mi vida mientras me abofeteaba. La cara me zumbó por el enorme impacto y me sentía demasiado destrozada como para pronunciar palabra alguna. Nunca creí que mi esposo, el hombre que más adoraba y apreciaba en el mundo, fuera capaz de hacerme tanto daño. Lo miré correr hacia su amante y como abrazaba su vientre con cariño, protegiendo al bastardo que estaban a punto de engendrar y creí que perdería la cordura.

Me llevé una mano a la boca, para contener los quejidos de mi llanto y pensé en mi hijo, Lucas. Mi precioso y único hijo, que falleció en un extraño accidente hacía no más de dos meses. Recordé la manera fría en que actúo Damián cuando se enteró, y como siguió en su viaje de negocios sin intenciones de presentarse en el funeral. Aún podía sentir las miradas compasivas de mis familiares, todos aquellos que jamás aprobaron que un don nadie sin dinero se convirtiera de pronto en el jefe de la compañía de mi padre. Y es que los Noix, habían sido ricos desde hace generaciones, pues eran los dueños de las compañías petroleras más grandes del país.

Me mordí el labio al pensar la manera tan absurda en la que terminé casada con ese hombre y la sangre comenzó a hervirme de ira. Era la noche de mi cumpleaños veintiuno, y después de pasar años sobreprotegida, por fin había conseguido un banquete en mi honor, donde conocería a muchas personas de mi edad con las que podría formar amistad, y si tenía suerte, también encontraría pronto el amor. Siempre viví con la cabeza en las nubes. Mi padre, un hombre estricto que le llevaba más de veinte años a mi joven madre, solía consentirme al mismo grado que me negaba permisos. Era como un pájaro en una jaula de oro, y sin embargo, jamás intenté quejarme o rebelarme, pues entendía lo difícil que era criar a la única heredera del emporio que habían construido. Recibí todo tipo de clases de etiqueta, me educaron en casa con los mejores profesores que existían y me dediqué a ser la hija ejemplar, aquella que jamás defraudaría a los Noix.

Hasta que lo conocí a él.

Estaba sentada en la terraza de la mansión, mientras tomaba un poco de aire fresco y descansaba de la inminente atención que todos me brindaban. La cabeza me daba vueltas por la presión y sentía que pronto me desmayaría sino obtenía un poco de paz y tranquilidad. Fue entonces que un simpático muchacho se coló por la puerta y se sentó a mi lado. Sus lindas facciones, acompañadas de su cabello rubio lo hacían extremadamente bello, y acompañada de sus astutas palabras, quedé completamente embelesada. Mientras más conversábamos, no podía dejar de imaginar lo hermoso que sería compartir una historia de amor a su lado, y habría seguido succionada en esa fantasía, de no ser que después de mencionar su apellido, todo se vino abajo. Su nombre de soltero era Damián Montiel, hijo de una familia sin tanto dinero ni prestigio. En el pasado, su abuelo logró mucho éxito en los negocios, posicionándolos en un buen lugar, pero luego de que su padre se hiciera cargo de la empresa, comenzaron a perderlo todo. Ahora no era más que la sombra de lo que un día fueron, y era consciente de que mis padres jamás lo aprobarían. Me levanté con pesar, fingiendo encontrarme aún más indispuesta y quise alejarme, antes de encariñarme de alguien imposible.  Creí que el destino era cruel conmigo por hacerme aquella broma, y estaba también enfadada de tener que acatar siempre las reglas al pie de la letra. Lo único que deseaba era ser como las chicas de los libros que leía a escondidas en mi tiempo libre. Quería ese tipo de romance pasional y desmedido, donde su amor rebasaba cualquier tipo de obstáculos, y cuando Damián me alcanzó minutos después con una copa en la mano, supe que podría darle otra oportunidad, aunque fuera solo para ser amigos o fingir ser cenicienta por una noche.

Pero eso era todo lo que recordaba.

Lo próximo que supe fue que estaba desnuda en una de las habitaciones de empleados de mi hogar, con las sábanas blancas manchadas de sangre y Damián dormido boca abajo a mi lado. Me llevé las manos a la cabeza y grité. Estaba completamente asustada. No entendía como terminé de esa manera con él, ni lo que pasaría si alguien se enteraba. Y mientras lograba que mi cerebro aceptara la realidad, fue demasiado tarde. Mi grito alertó a todos los que me buscaron sin cesar después de mi desaparición y una ola de personas entraron al cuarto. Noté sus miradas de desconcierto y quise echarme a llorar, de pronto pasé de ser la hija modelo y perfecta, a la desviada chiquilla que arruinó la reputación de su familia.

—¡Maldito bastardo! ¡¿Qué le has hecho a mi hija?! —gritó con furia mi padre mientras se encargaba de correr a Damián de la mansión.

Lo miré ponerse la ropa sin decir nada, y antes de salir, noté la pena y tristeza brotar de sus ojos. Sentí un poco de compasión por él, creyendo que yo había accedido a eso y no se me hacía justo verlo siendo ser acusado de mancillar mi integridad. Pero yo no estaba en posición de defender a nadie, así que aguardé en silencio por mi castigo, por el cual fui confinada a mi habitación durante semanas. Fui tratada de una manera tan hostil y deshonrosa, que creía ser la peor pecadora en la tierra. Pasé días y noches sentada en la cama, pensando en cómo acabé de esa forma y ni las visitas nocturnas de mi madre para consolarme eran suficientes. No entendía por qué hice eso. Ni una sola de mis neuronas sabía cómo acabé en esa cama de aquella forma, y cuando creí que por fin todo acabó y que los demás actuarían como si nada pasó, tuve mi primer mareo.

Estaba embarazada.




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