Eres mi salvación

5. Una oportunidad

Miré con completa seguridad a Owen, creyendo que lo tenía en la palma de mi mano. Pensaba que solo era cuestión de minutos para que aceptara mi propuesta y pudiera darme la tranquilidad que buscaba con tanta desesperación, pero contra todo pronóstico, me observó con tanta rabia como si le hubiera ofendido de muerte.

¿Qué demonios hice mal? Me pregunté mientras veía la manera en que su actitud cambiaba.

—¿Acaso crees que necesito el dinero de una mocosa? ¿piensas que soy una especie de prostituto que busca que lo mantenga una pobre escuincla? No sé con qué tipo de vividor te has estado metiendo, pero deja tus insultos para otro idiota —se acercó a mí y me tomó del pelo, luego me encaminó hacia la cama y me dejó caer—. Ya no soy un maldito alcohólico.

No empleó una fuerza excepcional ni tampoco fue demasiado brusco, pero de alguna manera causó estragos en mi cuerpo con tan solos esos movimientos. Ahora me sentía intimidada y cohibida. Cuando creí que ese hombre no podía darme ningún sermón que me hiciera retroceder, me enseñaba esa faceta tan intensa que me dejó muda. Así que en medio de toda esa tempestad y confusión, comencé a recordar como pasaron en realidad los hechos y quise estampar mi cabeza contra la pared. Lo había estropeado todo, y duro. En aquel año, Owen Hudson tendría alrededor de ocho meses libre de alcohol, pues pude recordar una de las noticias que miré en un programa de espectáculos donde hablaban de su milagrosa recuperación y quise pegarme aún más fuerte cuando entendí que aún faltaba una semana para que se desencadenara la gran tragedia que llevaría a ese hombre a lo más profundo del abismo.

—No quise ofenderte, lo siento—solté realmente arrepentida por ser tan inconsciente.

Había estado tan cegada deseando salvar mi futuro, que no pensé en mis palabras ni en lo mucho que podrían herirle. Ciertamente, Owen tenía todo el derecho de tratarme aun peor, por todo lo que en menos de una hora le había atribuido y además, de la manera tan poco honesta en la que lo hice participe de mi plan sin su consentimiento. Tamborileé los dedos mientras buscaba algún tipo de solución en donde el no terminara odiándome por completo.

—A veces las crías resultan más picudas que los mismos gallos—espetó.

Yo quise echarme de rodillas e implorarle que no me abandonara a mi suerte con Damián, pero me tragué esa súplica por el poco orgullo que conservaba y pensé que no tenía otra alternativa que seguir siendo malvada para poder sobrevivir.

—Te salvaré la vida.

—¿Cómo?

—Así como lo escuchas. Si tú aceptas mi plan y te casas conmigo, yo te salvaré de caer en la desgracia. No seré la única que será rescatada.

Owen se llevó una mano a la boca, luciendo mortalmente apetecible. Y aunque todo en él gritaba “cómeme”, sus ojos me dictaminaban que no me acercara, eran una clara señal de advertencia. Podía ser que él no entendiera en ese momento lo que le decía, pero si aceptaba lo que tenía en mente, nunca pasaría por su etapa más oscura, en donde terminaba en un abismo tan oscuro y lamentable, que tendría que vivir un tiempo en las calles después de perderlo todo por las drogas. Pensando de esa manera ya no me sentía tan mal acerca de usarlo, pues el también ganaría algo de esto y yo jamás interferiría en su vida.

—¿Ah sí? ¿y qué es eso que según sucederá?

—No puedo decírtelo —empecé a decir con cautela—. No aún.

—Claro, todavía tienes esa alocada idea en mente —suspiró—. Bueno, muñequita, confieso que te has ganado mi interés. Hace mucho tiempo que no me han dejado tan intrigado así que te doy una oportunidad para demostrármelo, pero si descubro que me estás mintiendo, te dejaré que te monten a palos en tu casa por andar acostándote con quién sabe quién.

Asentí aliviada. Había conseguido por lo menos una oportunidad de convencerlo, y estando enterada de la tragedia antes de tiempo, podría ayudarle a detenerla. Recuperando mi confianza, me enderecé y le dicté el día que volveríamos a verlos.

—Nos vemos el domingo temprano en la plaza comercial de la Madrid.

—¿Segura? ¿Cómo demonios saldrás de este sitio después de esto? —enarcó una ceja.

Yo moví las manos en señal de despreocupación, ya que me encargaría de ello de alguna manera.

—Ya está solucionado. Solo…—comencé a decir—. No vayas a faltar, prométemelo.

Lo miré con seriedad y sin una pizca de humor. Verdaderamente estaba confiando en su palabra, y esperaba verlo a la hora indicada, pues si él no tenía la voluntad para hacerlo, jamás podría cambiar lo que estaba a punto de sucederle.

—Por supuesto, muñequita. Yo nunca rompo ninguna de mis promesas.

Pensé en añadir algo más, en caso de que estuviera timándome, pero los golpes insistentes en la puerta, me indicaron que era hora de salir.

—Ve, que parece te espera el regaño del siglo.

Tomé aire y abrí la puerta, un poco contenta de volver a tener a mis padres conmigo aunque estos estuvieran furiosos y decepcionados de mí.

—¡Esperen!, ¡esperen un momento! —vociferó un hombre mientras mi padre me reprendía.

Los tres volteamos hacia el imprudente que osaba interferir, y se me heló la sangre.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.