Miré el pasillo del tercer piso de la mansión con ansiedad, había llegado el día esperado. Mi habitación estaba ubicado en el último piso, por lo que resultaba realmente difícil escapar por el balcón. Sabía que no contaba con muchos aliados en ese lugar, pues la mayoría solo obedecían las órdenes de mi padre, así que tuve que recurrir a mi última opción, mi madre. Serenna era una mujer romántica y dulce, y aunque a ella también le dolió bastante conocer mi faceta rebelde, comprendía que si le explicaba la situación y los motivos que tenía, ella me ayudaría sin dudarlo. Así que confiando en eso, le di un mensaje a mi única sirvienta, quien me acompañó lealmente hasta el fin de mis días, y le pedí que se lo entregara sin falta a mi madre, la cual se presentó en mi cuarto esa misma noche.
—¿Realmente crees que estás en posición de pedirme algo? —espetó mientras cerraba la puerta con sumo cuidado.
Debió ser tremendamente difícil para ella escabullirse, más aún porque eso significaba desafiar la autoridad de mi padre, pero después de escribir que estaba tan deprimida que no tenía más ganas de vivir y que solamente su ayuda podía devolverme aquella fuerza, ella no dudó en jugarse su matrimonio y ponerse de mi lado. Avancé hacia Serenna con prisa y la abracé. Había deseado tanto hacerlo desde que la miré nuevamente cuando renací. Estaba tan hermosa y alegre como la recordaba, con su característico cabello rubio que me heredó y sus labios mullidos y rosados. Mi madre fue la mujer más popular en su momento, aquella con la que todos se querían casar, y a la que las demás envidiaban a muerte, pero ella con su corazón bondadoso, no perdió el tiempo en cosas innecesarias y simplemente vivió una vida nómada al lado de su padre, un famoso investigador. Y aunque Serenna parecía una muñeca sin personalidad, dada a su increíble apariencia, era en realidad demasiado inteligente y honrada, cualidades que terminaron por enamorar a Angus, el terrible heredero de los Noix.
—Te he extrañado mucho, madre —susurré mientras apoyaba mi mentón en su hombro.
Ella me correspondió mi abrazo y me apretó hacia ella.
—Mi dulce niña, ¿por qué estás actuando así? no es como que sea el fin del mundo para ti.
En mi primera vida, si llegué a creer que ya no había futuro para una deshonrada como yo. Creí que mis padres nunca más serían capaces de amarme porque los había defraudado, pero conforme me hice mayor y estuve en su posición, comprendí que su enojo solo duraría un tiempo, pero que nunca me darían la espalda, pues me atesoraban más que a nada en el mundo. Era realmente triste que un hijo nunca se diera cuenta de estas cosas, tenías que esperar a madurar y tener tus propios bebés, para así comprender las acciones que antes pensabas injustas de tus padres. Deseaba quedarme en esa posición durante toda la noche y disfrutar de su compañía, pero el tiempo estaba corriendo y necesitaba asegurar mi nuevo futuro cuanto antes. Ya tendría después momentos para compensar el pasado con mis padres, así que dejé de lado mi añoranza y volví a ponerme seria.
—Sé que te he defraudado, pero necesitas ayudarme.
—¿Qué necesitas? —me vislumbró preocupada.
—Tengo que salir de aquí el domingo en la mañana.
Ella abrió mucho los ojos.
—¡¿Piensas fugarte?!
Negué rápidamente con la cabeza.
—Para nada. Es solo que debo encargarme de un asunto y no puede esperar a que mi padre se le pase el enojo. Temo que si no queda arreglado este fin de semana, mi vida quede arruinada para siempre. Por favor, confía en mí, madre.
Observé como se debatía internamente, de seguro escatimando en todas las consecuencias que traería cuando se enteraran los demás de que me escapé. No obstante, cuando volvió a mirarme, noté su decisión y suspiré de alivio, pues sabía que estaba de mi lado.
—Cuenta conmigo.
Seguí a la mucama que mi madre encomendó para auxiliarme, mientras ella se ocupaba de distraer y mantener ocupado a mi padre en su despacho. Me colé a una de las habitaciones donde casi nadie entraba y me volví a poner un uniforme de sirvienta. Luego de que ella me hiciera una señal y me dejara saber que el área estaba despejada, corrí hasta el cuarto de lavandería, donde me metí en uno de los grandes contenedores de ropa sucia que mandaban a una elegante tintorería y me quedé echa un ovillo por un largo rato hasta que por fin me sacaron de la mansión sin ser vista. Lamentablemente, no llevaba otro cambio de atuendo conmigo, así que Owen tendría que lidiar con eso. Agradecí al encargado que manejaba el camión por el aventón al centro comercial y comencé a caminar al sitio donde me vería con Owen. Experimenté una extraña sensación a mis espaldas, y supe de inmediato que era el objeto de atención de todos los presentes. Pero actuando con la dignidad y orgullo, como toda mi vida me inculcaron, estaba segura que para ellos daba la imagen de que no me afectaba en nada sus miradas.
—Al parecer tienes un extraño fetiche con los trajes del servicio—soltó con diversión aquella voz ronca que reconocí al instante.
Volteé a verlo, sintiéndome una modelo en pasarela y di una pequeña vuelta.
—No puedes decir que me queda mal.
Noté como Owen me escaneaba sin pena y sonrió.
—Debo darte la razón. Pero, lamento decirte que no tengo mucho tiempo que perder, así que muéstrame eso que supuestamente me salvará.