Eres mi salvación

10. Amenaza

Al día siguiente, estaba de pie frente a la tienda de Martha, la cual tenía poco tiempo de haber sido inaugurada, y era aún solamente visitada por algunas personas de clase media con ingresos un poco más altos de la media. A pesar de que no parecía encajar del todo con la heredera de lo Noix, me permití entrar.

—Señorita, ¿está segura de esto? —murmuró Dorothea a mi lado, quien le brindaba miradas desconfiadas al lugar.

La observé de reojo mientras ella intentaba encubrir sus verdaderos sentimientos.

—Claro que sí. Es mi deber como la próxima modelo de la sociedad descubrir nuevos talentos y explotarlos.

Dorothea abrió los ojos y asintió frenéticamente, como si estuviera apuntando mis palabras y memorizándolas de todo corazón.

—Buenas tardes, ¿en qué puedo ayud…? —se detuvo a mitad de la oración la encargada.

Sonreí, como si no entendiera el motivo de su sorpresa y comencé a pasearme por la tienda. Antes del anuncio de mi compromiso con Owen Hudson, muy pocas personas conocían el rostro de Amelia Noix, pues solía pasar la mayor parte del tiempo recluida en la mansión. Mis padres, quienes creían que relacionarme con otras personas de poder podrían nublar mi juicio o hacer que perdiera el camino, se encargaron de monitorear estrictamente toda la gente que se ponía en contacto conmigo, lo que ocasionaba que nadie nunca me visitara más de una vez. En el pasado, me lamenté muchísimo no haber hecho tan siquiera una amistad, pues pasé aquellos veinte años sola, ahogándome en mi miseria sin tener a nadie en quien confiar.

—Me gustaría ver sus nuevos modelos, sino es mucha molestia.

Martha, quien se veía bastante más joven de lo que la recordaba, corrió sin reparos hasta el interior de la tienda y minutos después, me invitó a pasar.

—En poco tiempo será mi fiesta de compromiso, así que vine a pedir un diseño exclusivo de usted para el evento.

—¿P-pero cómo? ¿en serio?

Entendía bastante bien su desconcierto, pues era algo inaudito. Antes de que Ophelia la descubriera y causara todo un revuelo con aquel vestido original de una diseñadora desconocida, nadie jamás se hubiera atrevido a pisar un sitio como ese. Y no porque la ropa fuera mala, pero en un mundo tan cruel y repleto de personas que solamente se fijaban en el exterior, nadie se podía dar el lujo de experimentar a lo tonto, o sería excluido fácilmente.

—Sí, estoy siendo bastante sincera.

—Señorita, ¿en verdad usted lo hará?

Encaré a Dorothea, quien parecía más nerviosa que la mismísima Martha y le sonreí con calidez.

—Por supuesto, ¿qué no ves lo fabulosos que son sus diseños? Seguramente el vestido que me diseñe será todo un éxito. Es más, seguro que a ti te gustaría elegir cualquier cosa de aquí, ¿no es así? ve a echar un vistazo y elige todo lo que quieras, yo pagaré por ello.

Dorothea, quién era muy diferente a la modesta y humilde Nora, pronto su rostro se iluminó y se echó a andar hacia la otra habitación. Realmente feliz de saber que podría vestirse como una de las chicas que salían en las revistas. Y aunque uno de mis motivos principales para malcriarla era asegurarme de que no pensara en traicionarme, todavía no estaba segura de esa lealtad, así que era mejor mantenerla alejada del que sería mi diseño exclusivo, por miedo a que esa información se filtrara y alguien intentara ganarme en mi propio evento. Me senté en el sofá frente a una de las mesas de presentación que Martha Moon tenía y le expliqué con lujo de detalles lo que deseaba vestir. Cuando finalicé, ella estaba demasiado anonadada.

—No puedo creer que usted haya tenido una idea tan similar a mí, ¡hasta podría abrir su propia tienda! —aseguró eufórica.

Me sentí un poco avergonzada, debido a que originalmente ese diseño era suyo, pero no estaba en condiciones de explicarlo. Terminé de manera cordial las preparaciones de mi ropa y salí de la tienda con Dorothea, quien cargaba con felicidad las bolsas de sus compras.

—Señorita, ¿realmente cree que me veré bien en esto?

—Por supuesto, te prometo que serás tan encantadora como ninguna otra chica de la mansión.

Caminamos por la avenida, mientras esperábamos que el chofer nos recogiera. Lo había mandado a pasear por un rato, debido a que sabía que tardaríamos bastante y no necesitaba más espías de mis padres cerca de mí. No quería tener aún más vigilancia si descubrían que estaba actuando diferente a lo que solía hacer en el pasado. Sabía que lo más conveniente hubiera sido lograr que Martha fuera personalmente a verme, pues ahorita mi rostro era reconocido por casi cualquier persona que tuviera acceso a internet o los periódicos, pero necesitaba un poco de aire fresco o me volvería demente. No fue hasta que sentí una mano jalar mi brazo que realmente me arrepentí de haber salido.

—¡¿Quién eres?! ¡Suéltame! —empecé a gritar.

Dorothea, quien dejó caer las bolsas en un impulso, intentó quitarme al hombre de encima, y cuando su capucha se movió debido al forcejeo, lo reconocí.

—¿Qué demonios haces aquí? —le espeté a Damián, quién parecía estar demasiado enojado.

—¡No te hagas la tonta! realmente estaba sorprendido cuando desperté aquel día y no te encontré en la cama. Pero lo que más aún me desconcertó, fue levantarme y encontrarte encima de otro hombre. ¡¿Es qué no tienes vergüenza?!




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