Mi mundo se congeló cuando miré a Lucinda junto a Ophelia. Me quedé observándolas durante tanto tiempo que ni siquiera entiendo como no se percataron. El único que notó mi cambio de humor y expresión fue Owen, quien me instó a caminar hacia el podio donde seríamos anunciados de manera oficial a los invitados. Observé nuevamente a la multitud que nos abrazaba como un águila a su presa y aguanté las ganas de salir corriendo a un lugar más ameno y sin tanto veneno.
Pero no podía huir en ese preciso momento, ya las cosas comenzaron a moverse de la manera que buscaba y no había forma de retractarme. Continuaría hasta el último momento tratando de cambiar mi destino. Así que con eso en mente, subí del brazo de mi futuro esposo y sonreí como si fuera la persona más dichosa y orgullosa del planeta.
Realicé el discurso que ensayé miles de veces frente al espejo y actúe como la dama perfecta que quería que todos conocieran, les estaba dando la verdadera cara de la heredera Amelia Noix y buscaba que todos fueran conscientes de que mi compromiso con Owen se estaba realizando en ese momento formalmente.
La verdad era que nosotros ya estábamos comprometidos de manera oficial y teníamos fecha de boda, pero para todos los demás aquellos datos eran desconocidos. Simplemente organicé todo ese teatro de la fiesta porque necesitaba alzar mi reputación y no parecer una chica descarriada que tuvo una aventura con un chico de mala reputación.
Todo había ido perfectamente y como lo esperé desde el principio, menos el detalle de mi embarazo, eso era aquello que deseaba atrasar lo más posible y evitar el deshonor de que todos se enteraran del motivo de mi casamiento, pero con luz con todo el escándalo que Damián hizo, fue imposible seguir fingiendo ignorancia. Y aunque no podría recuperarme del todo de aquellas habladurías, por lo menos intentaría ir por el camino más decoroso que se pudiera, y ese era el que justamente estaba siguiendo.
Observé a la sirvienta que trabajó en mi contra mirarnos con resentimiento al final de la sala. A final de cuentas, resultó más útil de lo que pensé, y esperaba seguir escarmentándola mientras me veía comprometerme con el hombre que no era capaz de olvidar. Recordé el tiempo en que era joven y que no le deseaba el mal a nadie, pero lamentablemente crecer al lado de un esposo como Damián, me hizo convertirme en una persona diferente, una que le gustaba luchar por lo que quería y aplastar a sus enemigos de la peor manera posible. Así que por lo mismo, me regocijé a sobremanera con la caída de su familia y de su apellido. En el pasado, los Montiel ganaron mucho prestigio cuando nuestro compromiso fue anunciado. De un día para otro, Damián Montiel pasó de ser un don nadie, a un hombre exitoso y cotizado. Pues con la ayuda de los Noix, se hizo un camino en nuestra empresa y pronto fue nombrado heredero por el simple hecho de ser hombre y mi esposo.
Era consciente de que la intención de mi padre siempre fue hacer su sucesor a mi futuro marido, pero en ese entonces aun creía en el amor verdadero y pensaba que la persona que eligiera para compartir mi vida sería honesta y me cuidaría a mí y a nuestros hijos de manera digna. Sin embargo, aquello no fue así y el único niño que tuve, pasó toda su infancia sufriendo la frialdad y los regaños de un padre que le aborrecía con todo su corazón.
—¿Quieres que salgamos a tomar algo de aire fresco? —preguntó Owen, quien notó mi malestar.
Nuestra introducción había sido todo un éxito y miré los ojos de Ophelia posados en mí, seguramente asesinándome miles de veces en sus pensamientos. Recordar aquella escena, me generaba un inmenso placer, y esa noche sería la más satisfecha del mundo, sino fuera por el maldito malestar de ver a la ex amante de mi marido detrás de ella.
¿Cómo era que una prostituta de tan baja clase como Lucinda fuera la acompañante de una mujer tan esnob como ella? Nada de eso tenía el menor sentido, y por alguna razón, el pensar en ellas como aliadas me brindaba un terrible escalofrío. En aquella relación había gato encerrado y yo no estaba dispuesta a esperar que ellas atacaran primero.
—No —sentencié—. Agarraremos al toro por los cuernos, sígueme.
Me acomodé de manera cariñosa en Owen y lo insté a caminar hacia donde Ophelia y Lucinda descansaban. Ambas parecían demasiado absortas en algún tipo de conversación, por lo que no notaron nuestra presencia hasta que estuvimos demasiado cerca de ellas.
—Vaya, pero es todo un honor tener a la invitada principal aquí con nosotros —sonrió Ophelia, intentando lucir amigable.
En aquel entonces, cuando apenas hacía mi debut social, aquella chica fingió que le agradaba. Al principio me tragué todas y cada una de sus mentiras, pues era una mujer inexperta y que jamás había tenido amistades, por lo que fui una presa fácil, a la cual pudo arruinar de manera exitosa este mismo día en mi vida anterior. Aun podía recordar la escena en la que entró con un vestido casi idéntico al mío, pero más moderno, el cual causó furor y me convirtió en el hazmerreír de todo mundo, pensando en lo poco exclusiva que era mi ceremonia y que hasta una invitada era capaz de destacar más que la única heredera de los Noix. Todavía sentía aquel sentimiento de traición recorrerme, pues yo en mi estupidez, le había mostrado mi vestido de novia un mes antes, creyendo que como mi amiga ella me daría su sincera opinión, pero estaba tan equivocada.
Su meta desde el principio fue destruirme.