Después de pasar los siguientes días sin salir del hotel y completamente incomunicados, llegamos al último fin de semana de la estadía. Owen había salido temprano al gimnasio, como solía hacer todos los días y yo me recosté a tomar el sol en la piscina, mientras descansaba del enorme estrés que había estado acumulando en ese tiempo. Pensé un momento en Nuria y Jack y reparé en que desde esa noche, nunca más los volví a mirar por los alrededores, sonreí mientras pensaba en que logré ahuyentarlos y por un momento deseé que lidiar con Lucinda y Ophelia pudiera ser así de sencillo, cosa que no sería para nada posible.
—¿Señora Noix? —preguntó uno de los trabajadores.
Bajé mis gafas de sol para mirarle y asentí. Se sentía bastante bien conservar mi apellido, pues lo más lógico sería que fuera la señora Hudson, sin embargo, yo lo había rechazado, pues mi sueño era convertirme en la heredera legítima de los Noix, no en la esposa de un ex beisbolista famoso y extravagante.
—Me acaban de avisar que su familia tiene preparado un auto para usted y su esposo. Es un viaje de ida y regreso a una cabaña que tenemos al otro lado de la isla, espero lo disfruten.
El señor terminó de darme las indicaciones antes de marcharse y miré las llaves que me entregó con detenimiento. ¿Sería posible que Owen y yo consiguiéramos convivir como solíamos hacerlo? la manera tan nostálgica en que me sentía cada vez que recordaba esos días me hacía experimentar cierta vergüenza. Ni siquiera había pasado tanto tiempo desde la primera vez que le conocí como para estar comportándome como colegiala despechada, pero no podía evitarlo, aun si no quería, Owen realmente era una persona que apreciaba y me dolía que por culpa de mis secretos y conspiraciones él se alejó de mí.
“Es tan difícil tener un amigo…” pensé mientras le daba vueltas con el dedo índice a la llave. Sin ánimos de continuar pensando en eso, me puse de pie y me dirigí a la habitación.
—¿Qué haces acá? llegaste temprano —dijo Owen quien salía de la ducha. Noté como la toalla se pegaba a su parte inferior y me resistí a mirarle directamente, pues no deseaba delatarme.
—Estoy cansada —mentí.
Caminé a su lado como si no fuera consciente de que estaba semidesnudo y me dejé caer en el colchón con fuerza. Las llaves cayeron a un lado y rebotaron, captando la atención de mi esposo falso.
—¿Y eso?
—Es un regalo de mi familia, al parecer. Algo de una cabaña.
Me limité a decir solamente lo necesario, pues no había necesidad de entrar en detalles si de todos modos él no aceptaría.
—¿Y a qué hora nos iremos?
Abrí los ojos rápidamente cuando le escuché. Lo encaré atónita y él se encogió de hombros.
—¿Piensas venir conmigo?
—Bueno, si tu deseo es ir sola a buscar aventura yo no me atravieso en tus planes —soltó irónico.
Quise responder a su ingenio pero continuaba demasiado confundida.
—Creí que ya no querías tener nada que ver conmigo.
—Y no creíste mal, es solo que si vamos a pretender estar juntos por un poco más de tiempo, será un dolor de cabeza no poder ni vernos la cara.
Sin poder discutir, suspiré y esperé a que Owen se colocara algo encima.
—Eres realmente insufrible, ¿sabías?
—Me lo han dicho muchas veces en la cama.
Apreté la mandíbula y deseé no ser una chica con tan poca experiencia. Era en realidad mucho mayor que esta versión de Owen, y por esa misma razón sentía mi orgullo herirse cada que el parecía haber experimentado todo en la vida.
—Pues ten por seguro que de mí nunca lo escucharás —aseguré.
Owen dejó los zapatos que acababa de tomar a un lado del piso y alzó la vista. La enorme sonrisa que se posó en su rostro me cegó por un momento.
—Nunca digas nunca, o terminarás mordiéndote esa rica lengua tuya.
Opté por maldecirle en voz baja y voltear hacia otro lado fingiendo indiferencia, cuando en realidad experimenté un tremendo bochorno. Después de que terminara de cambiarse, tomó las llaves nuevamente y se dirigió a la salida trasera. Procuré aumentar la velocidad para alcanzarle pero era difícil, dado a las tremendas proporciones con las que contaba.
—Podrías ser un poco más caballeroso.
—Y tú podrías ser menos maquiavélica y entonces me lo pensaría.
Fruncí el ceño ante la manera en que me había llamado, pero en realidad me gustaba escucharlo.
—Bueno, por lo menos soy malvada y no una mujer que merezca la lástima de otros —dije en voz baja, segura de que Owen no me escuchó.
Bajamos las escaleras que llevaban al estacionamiento subterráneo y él apretó el botón de la alarma, para saber dónde se encontraba el vehículo estacionado. Luego de observarlo con detenimiento un rato, nos subimos y tomamos pronto la desviación a la carretera, una libre de altos y semáforos, que según las instrucciones nos facilitarían el camino.
Pero eso no duró mucho tiempo.
—¿Estás segura de que vamos por buen camino? —preguntó Owen por milésima desde que nos subimos al automóvil. Continué comparando mi GPS con el integrado en el automóvil, pero algo no parecía coincidir.
Habíamos estado más de una hora dando vueltas por la zona sin saber exactamente a donde nos dirigíamos. El día que en la mañana estuvo soleado y delicioso, pronto comenzó a nublarse y un fuerte viento le acompañó. El pronóstico no parecía jugar a nuestro favor y cada vez me ponía más nerviosa.
—Estoy siguiendo las instrucciones al pie de la letra.
Volví a intentar ingresar, con la esperanza de que nos hubiéramos equivocado de dirección pero cuando quise reiniciar la página, perdí por completo la señal.
—Está muerto —dije con pánico.
—Maldita sea.
Owen intentó detenerse y comprobarlo por el mismo, pero por algún motivo solo frunció el ceño.
—¿Qué pasa? ¿Por qué no te estás orillando?
Los minutos pasaron y Owen no me respondía, la lluvia comenzaba a caer encima del vidrio y un silencio sepulcral nos invadió. Con el alma en la boca, volví a preguntarle hasta que reaccionó.