Los días transcurrieron luego de que le pidiera al detective investigar la relación entre Ophelia y Lucinda, y finalmente parecía tener algunos resultados. Estaba bastante agradecida de haber tomado la decisión de averiguar que había detrás de su repentina amistad, pues después del accidente que tuve con Owen, decidí que no volvería a dejar pasar mi mal presentimiento y que haría algo al respecto con ellas. Sin embargo, mis manos no dejaban de temblar mientras sostenía aquellos documentos, los horrorosos momentos que había vivido parecían colarse y me impedían revelar la verdad.
—¿Quieres que lo lea primero? —preguntó Owen a mi lado.
Ambos habíamos pasado más tiempo juntos esos días, pues Fred tenía bastante en cama y se negaba a salir de ella, así que no nos quedaba de otra que hacernos cargo de la hacienda mientras este encontraba sus ganas de salir adelante.
—No, creo que debería ser yo quien lo haga.
No me faltaba decisión y mis ganas de derrumbarlas a ambas continuaba latente, pero ahora me asustaba demasiado pensar en involucrarme en su sucio complot de nuevo. ¿Cuánto tiempo tendría que seguir viviendo de esa manera? ¿desperdiciaría toda mi vida en hacerlas caer? ¿A qué precio conseguiría eso? No obstante, rendirme nunca fue ni sería una opción, no luego de que perdí a mi hijo.
—¿Estás segura?
Asentí, mientras me recargaba en su hombro.
—Nunca había estado más segura.
Con las manos temblorosas, rompí el sobre y tomé una gran bocanada de aire. Examiné el largo documento, con las imágenes adjuntas y sentí que el suelo se removía debajo de mí.
—No lo puedo creer.
Owen tomó los papeles que casi se deslizaban de mi agarre y comenzó a examinarlos detenidamente, cuando por fin entendió porque reaccioné de esa manera, suspiró.
—Mierda.
Las cosas habían estado tan claras todo ese tiempo y nunca fui capaz de verlo.
Eran hermanas.
Ophelia Monique y esa maldita escoria de Lucinda eran medias hermanas.
Observé la fotografía de la supuesta madre de Lucinda y lo primero que noté fue su traje de criada. Aquella mujer había sido la amante del padre de Ophelia y de esa relación inmoral nació ella. Pensé en lo orgullosa que era Ophelia y en lo mucho que defendía el linaje de su familia y casi estallé en risa, cuan avergonzada estaría de saber que su peor enemiga conocía su mayor secreto. Me llevé una mano al mentón, maquinando la venganza perfecta, donde hundiría de una vez por todas, su reputación. La conocía mejor que la palma de mi mano, y sabía que jamás se recuperaría a ser mancillada en público como la heredera con una hermana bastarda.
—Pero… —murmuré sintiendo que algo se me estaba escapando—. No puedo entender como alguien tan esnob fue capaz de presentar a su media hermana a la sociedad, es imposible.
Y realmente lo era. Ophelia era el tipo de persona que sería capaz de lo que sea con tal de que Lucinda jamás saliera a la luz pública. Y ahora que era consciente de su parentesco, entendí porque ella terminó trabajando como prostituta, pues seguramente Ophelia le amenazó para que desapareciera de sus vidas y no le quedó otra alternativa para sobrevivir. ¿Pero entonces? ¿cómo había terminado una mujer como esa siendo la amante de Damián? ¿Dónde demonios la conoció? ¿estuvo enterada de mi desde el principio o simplemente fue una casualidad que fuera yo a quien quisieran quitarle todo?
La cabeza me daba vueltas, ahora me sentía más expuesta que nunca.
—Creo que deberías tomarte un momento.
—No es necesario —contesté de manera dulce.
Owen era un hombre realmente considerado y eso me hacía sentir bastante bien. Sin embargo, por más que deseaba quedarme ahí con él, lejos del veneno y la ambición, necesitaba comenzar a tomar las riendas antes de ser engullida viva.
—Esto no puede continuar así.
—¿Qué cosa?
—Esto —me señalé—. No puedo seguir dándome el lujo de desaparecer mientras todos intentan tomar lo que me pertenece.
—¿Entonces? ¿qué planeas hacer?
Medité acerca de las cosas que necesitaba arreglar, pero eran tantas que no sabía exactamente como comenzar.
—Creo que lo más prudente será que hable con mis padres para que aplacen la reunión de la sucesión y así presentarme.
—¿Vas a empezar otra batalla con tus familiares?
Sabía que Owen solamente estaba preocupado por mi condición mental pero no importaba que tanto yo no deseara pelearme con los demás, si simplemente lo dejaba pasar y me descuidaba, mis tíos y primos me arrebatarían todo.
—No me queda de otra —me sinceré—. Necesito volver cuanto antes a la mansión Noix.
—Iré contigo.
Anhelaba más que nada en el mundo que Owen se plantara a mi lado y me ayudara a hacerle frente a esos que querían hacerme daño, pero no podía pedirle algo como eso a él, menos ahora que tenía que velar por la salud de Fred.
—Sabes que no es posible —me di media vuelta para quedar directamente viendo su cara, era tan guapo que siempre me quitaba el aliento y me acerqué un poco más para depositar un tierno beso en su boca—. Necesitas cuidarlo, Owen. Eres todo lo que tiene.
Su mirada se oscureció y supe que estaba recordando a Pris. Su ausencia siempre estaría presente y no había manera de que él llenara ese vacío, pero por lo menos podía hacer que Fred encontrara una forma de seguir con su vida.
—Te prometo que pronto te acompañaré.
Asentí mientras colocaba mi frente junto a la suya y cerraba los ojos. En ese instante lo único que buscaba era tomar la energía necesaria para darles pelea a mis enemigos, y justo eso mismo conseguí.
***
—¿Segura que esto es lo que quieres? —preguntó mi madre mientras esperaba junto conmigo en la sala de juntas.
Decidí no esperar más después de esa tarde donde me enteré de que Ophelia y Lucinda eran hermanas y me puse de acuerdo con mis padres sobre mi regreso. Sabía que no estaban muy entusiasmados con la idea, pues el duelo por el que seguía pasando era demasiado enorme como para que me encontrara en la mejor condición, pero por más que ellos desearan protegerme y mantenerme alejada de esa toxicidad, eran conscientes de que si seguía desaparecida iban a tomar eso como que estaba descuidando mis responsabilidades como la futura heredera y nadie estaba dispuesto a dejarlo pasar. Así que me armé de valor, volví a casa de mis padres con la frente en alto y me paré luciendo serena en la que fue mi residencia. Noté que el cambio de personal que solicité se hizo de acuerdo a mis gustos y nada me dio más satisfacción que ver que Nora estaba a cargo de todo. Ella era mi mano derecha y mi más fiel sirviente, siempre daría todo por protegerle y jamás dudaría de esta, pues fue la única que estuvo junto a mí cuando los demás se giraron a apoyar a Lucinda. Pensé en Dorothea, quien seguía sin ganarse mi confianza, pero por lo menos estaba segura de que ella comprendía a quien debía obedecer, pues aunque era ambiciosa, no era tan estúpida como otros que se creían capaces de pasar por encima de mí.