Eres mi salvación

30. Propongo un brindis

Empezó mi plan de venganza desde el momento que pisé decidida la fiesta de compromiso de mi primo y mi peor enemiga. Observé todas y cada una de las decoraciones del lugar y sonreí, percatándome de lo mucho que ella se había esforzado para opacar mi propia ceremonia. Toqué la falda de mi vestido con cuidado, sabiendo que después de que ella notara lo que llevaba puesto, querría morirse de la envidia. Mi traje estaba bañado en oro. Suaves cristales dorados decoraban en tiras mis brazos y pecho, mientras formaban hermosas figuras alrededor de mi cintura, para después continuar hacia la falda aperlada en corte de sirena, que me hacía lucir muy lujosa y elegante. Caminé por el pasillo principal, ignorando deliberadamente las miradas curiosas que los demás me brindaban y sus gritos ahogados, todos impresionados por la manera tan espectacular en la que me había presentado.

Lo mejor de ser Amelia Noix, es que nadie podía poner en duda mis intenciones. Como era una de las herederas más ricas del país, los demás eran conscientes de que siempre tenía que lucir bien y a la moda, sin importar la situación y por esas mismas razones no criticarían que llegara enfundada en un vestido que podría opacar a la misma protagonista de la noche, lo cual era completamente mi intención.

El evento se estaba llevando a cabo en una de las propiedades de la familia de Ophelia y casi me eché a reír, pues era bastante obvio que ella jamás podría estar satisfecha con el nivel de vida que mi primo podía darle si no se volvía la cabeza de la familia. Era cierto que las ramas secundarias de los Noix eran bastante ricos, pero no tanto como el original esposo de Ophelia en mi vida pasada, por lo que no cabía duda que su única intención para unirse en matrimonio con Austin era para quedarse con todo lo que yo tenía.

Vislumbré la sala principal de la fiesta y sonreí aún más, lo bueno estaba por comenzar.

En cuanto entré, los reflectores y las luces de las cámaras fueron reflejados hacia mí. Era la persona que más deseaban ver, pues desde hacía casi un año estaba rodeada de todo tipo de escándalos y rumores. Verme sin duda alguna les causaba algún tipo de morbo, pero aun con todo eso, no eran capaces de negar lo hermosa que era, y eso era lo importante.

Me dejé fotografiar durante un rato, para asegurarme de que mi imagen opacara las portadas que hablaran acerca de Ophelia y Austin, y como si ella entendiera mis intenciones, caminó hacia donde me encontraba con la cara pálida e intentó esbozar una sonrisa, que más bien solamente parecía una mueca de incomodidad.

—Amelia, llegaste —espetó, fingiendo rebozar de felicidad.

Aprovechó su falso saludo para acomodarse a mi par y posar junto a mí, queriendo que la atención volviera a ella, sin embargo, eso solamente empeoró las cosas porque las comparativas de nuestros atuendos estarían en todas las revistas de moda. Volví a sonreír radiante, mientras me imaginaba la reacción que tendría al día siguiente.

No es que Ophelia no fuera una mujer bonita. Tenían que admitir que lucía espectacular, pero mi aire inmaculado para su mala fortuna era muy complicado de vencer, sobretodo porque yo conocía sus gusto de antemano, después de la larga batalla a la que me sometí contra ella por veinte años y podía adivinar fácilmente que es lo que usaría, por lo que opacarla realmente no me costó tanto trabajo.

—Por supuesto, no me perdería tu gran noche por nada del mundo. Estás a un paso del altar y eso me hace bastante feliz.

La observé fruncir el ceño, no comprendiendo exactamente mis intenciones. Ophelia no era una mujer a la que uno podía subestimar, ella era bastante inteligente y calculadora, por lo que era bastante obvio que no consiguiera entender porque estaba apoyándole tanto cuando estaba a punto de casarse con mi primo para que este consiguiera mi posición. Pero como aún conservaba mi imagen de niña puritana e ingenua, se atrevía a pensar que estaba un paso por encima de mí, lo que me dio la libertad de preparar el discurso de esa noche justo como quería.

—Creo que es hora de que vayamos a saludar a los demás invitados, te presentaré al resto de mis amigas.

“Así que ahora sacarás a ese nido de arpías” pensé mientras la dejaba tomarme del brazo. Aquellas chicas que estaban del lado de Ophelia, eran las mismas brujas que me criticaron a mis espaldas durante todos mis años de matrimonio con Damián. Desde que tenía memoria, se encargaban de sabotear mis reuniones sociales, organizaban grandes eventos sin invitarme, ofreciendo la pobre excusa que las invitaciones se perdían en el correo y le comentaban a las demás mujeres que era una persona con la que no debían involucrarse. Muchos años estuvieron jugando a ser superiores, pero después de todo lo que viví, aprendí que sus trucos infantiles de fastidiarme no eran más que inútiles y ridículos, por lo que jamás volvería a dejarme afectar por ellos.

—¡Hola, Ophelia! ¡Te ves preciosa! —comentaron al unísono.

La mesa de ellas estaba en un área un poco alejada del centro, no tan a la orilla como para levantar rumores de que Ophelia trataba mal a sus amistades, pero si lo suficiente como para que ninguna la opacara.

—¡Oh! Pero quien viene contigo, ¿es tu dama de compañía? —preguntó una de las del fondo, pretendiendo ignorancia. Observé su cabello rubio brillar y la reconocí. Samantha.

Las demás contuvieron la risa y Ophelia tosió levemente.

—Claro que no —negó rápidamente—. Ella es mi querida amiga, Amelia Noix.




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