Luego del caos que ocasioné, las cosas se distorsionaron a tal punto que nadie prestó atención cuando me colé por la salida de los empleados y me paré en medio del jardín trasero. Era tan refrescante tomar aire fresco luego de la alocada escena que había hecho y me pregunté si no me volví loca. Comencé a reír cuando recordé la cara distorsionada de Ophelia y Lucinda, y me imaginé cuanto me estarían maldiciendo en su mente en ese momento.
Verdaderamente yo no hice nada que no se merecieran. Estaba cansada de sus complots contra de mí, de su envidia, su rencor, su mala vibra. Iba a sacarlas de raíz de contienda para que comprendieran de una vez por todas quien las tenía de ganar, y para su mala suerte, en esta vida era yo esa persona.
Continué bebiendo de la copa que me robé antes de escaparme, cuando escuché una voz helada detrás de mí.
—¿Así que esto estabas planeando desde el principio?
Aquel tono lleno de rencor me hizo fruncir el ceño y me di media vuelta rápidamente. Era Lucinda quien me miraba echa una furia.
—¿Perdona? —solté fingiendo inocencia—. Creo que no nos conocemos tanto como para que sepas que pienso o que no.
Ella arrugó la frente, sin disimular ni un poco su disgusto.
—Creo que es hora de que dejes de actuar como una maldita niña buena, que es lo que menos eres.
Quería carcajearme por su intrépida acusación.
—Yo creo que mejor cuides tus palabras o vas a terminar escupiéndote en el rostro. Puede que seas la media hermana de mi querida amiga Ophelia y que ella haya decidido aceptarte en su familia, pero yo no soy tan amable, mucho menos con una hija ilegítima y tan deshonrosa.
Sabía lo mucho que aquellas palabras le dolerían, por lo que cuando observé su ego desquebrajarse, una enorme sensación de regocijo me envolvió hasta la más pequeña célula de mi cuerpo.
—¡No tienes derecho a burlarte de mí! —gritó con las mejillas enrojecidas—. ¿Crees que eres mejor que yo por haber nacido de un matrimonio legítimo?
Me miré las uñas, bastante acostumbrada a lidiar con Lucinda y sus chantajes emocionales donde siempre se hacía la víctima por sus humildes orígenes.
—Sí —dije simplemente.
Lucinda guardó silencio, sin poder creerse mi cinismo y me eché a reír. Era tan gratificante poder devolverle un poco de las humillaciones que me hizo durante años, siempre había soñado con tratarla como se merecía, pero el miedo a que Damián interviniera y todo se viniera en mi contra me detenía. Pero ahora no estaba casada con ese bastardo, y esa mujerzuela no había entrado a mi casa ni lo haría.
—No te saldrás con la tuya.
—Cariño, te equivocas, claro que me saldré con la mía. Porque con la clase y el linaje se nace, no se puede adquirir ni aunque tengas todo mi maldito dinero.
La manera brutal en la que su pecho subía y bajaba, como si su frustración hacia mí no pudiera ser controlada me dejó pensando.
—¿Por qué actúas como si yo te debiera algo? —murmuré—. Dime, lo he estado considerando en este momento, pero… ¿acaso te robé o me quedé con tu herencia? Realmente considero que te has equivocado de persona, y a quien deberías castigar porque se adueñó de lo que te pertenecía es Ophelia y no yo, ¿correcto? ¿o tu única neurona no es capaz de pensar en eso?
Me di media vuelta, verdaderamente sospesando su reacción. ¿Por qué demonios Lucinda actuaba de esa forma conmigo? Era entendible que odiara a Ophelia y sus padres por el trato que recibió y como la dejaron sin nada, pero, ¿por qué me atacaba? Al principio creía que se debía simplemente a que como yo estaba casada con Damián y ella quería quedarse con él, aquello le provocaba su hostilidad y su complejo de inferioridad hacia mí.
Deseaba que ella respondiera y me sacara de la duda, pero conociéndola, simplemente fingiría no saber de qué le estaba hablando y comenzaría a llorar para hacerme quedar como la mala del cuento. Decidí que era mejor idea hacer que Damián confesara de su propia boca sus fechorías y como esas dos mujeres también estaban incriminadas y me moví en dirección a la salida, para finalmente escapar de esa horrible celebración.
Pero parecía que el destino tenía otros planes más terroríficos para mí.
No fui capaz ni siquiera de defenderme, cuando unos enormes brazos me tomaron del cuerpo y me atraparon con fuerza. Era un hombre más alto y fornido que yo, lo que me imposibilitaba zafarme de su agarre. Intenté morderlo y arañarle, pero con mi elegante y hermoso vestido, me era casi imposible tener el movimiento suficiente como para lograrlo.
La desesperación comenzó a embargarme.
Cientos de diminutas imágenes volaron a mi cabeza y la única persona que se me vino a la mente en un momento tan escalofriante y espantoso como ese era mi falso esposo. Aquel que puso su vida ante la mía, sin siquiera pensárselo dos veces.
“Te necesito” pensé mientras el hombre metía los dedos gruesos de su mano en mi boca. Era tan desagradable la forma en que me tocaba que quise morirme. No sabía que podría pasarme si no podía escapar pronto, y al parecer, no podría hacerlo.
Las lágrimas comenzaron a salir, no por el miedo, sino por la frustración de no poder ayudarme a mí misma y me imaginé quien pudo haber organizado eso.