Eres mi salvación

33. Justicia

Para el día en que se llevaría a cabo el juicio de Damián, él ya había confesado.

Todo lo que pasó después de que señalara a Ophelia Monique y a su media hermana Lucinda como sus cómplices, causó un enorme furor en las noticias. No existía una sola persona que no estuviera enterado del drama en el que estaba enredada la vida de Amelia Catria Noix Moretti, y de esa manera parecía que las desgracias que me rodeaban eran interminables, pero lo único que me dejaba tranquila, es que las cosas comenzaban a tomar su rumbo. Como que finalmente las culpables de mi sufrimiento pagarían por lo que me hicieron.

Al principio, ellas negaron las acusaciones, hasta que Damián no tuvo de otra que mostrar unas grabaciones que tomó de forma preventiva por si deseaban traicionarlo. Y justo después de que todas las revistas cubrieran de notas la infidelidad del señor Monique, ahora estas se llenaban de fotografías de sus hijas como presuntas asesinas.

Hubiera deseado ver sus caras cuando eran apresadas, pero por órdenes de mis padres y Owen, tuve que quedarme encerrada en la mansión, mientras toda la seguridad de los Noix estaba enfocada en protegerme.

Luego de la confirmación del intento de asesinato de Ophelia, todos los que apoyaban a la facción de mi tío y su hijo Austin, habían decidido dejar de hacerlo. Eran bastante conscientes del giro peligroso que las cosas tomaron, y que si continuaban brindándole una mano al hermano de mi padre, podrían terminar salpicados con esos delitos que habían cometido. Pues aunque a Austin Noix no se le ligó de manera directa con los planes macabros de su prometida para deshacerse de mí, si existían bastantes notas periodísticas en donde se tocaba el tema, mencionando la posibilidad de que él y sus padres también tuvieran algo que ver.

Eso yo también lo creía. No era tan estúpida ni bondadosa como para creer que mis familiares no llegarían a tal extremo con tal de quedarse con todo, sin embargo, no existían pruebas suficientes para inculparles, por lo que preferí no levantar acusaciones sin sustento y evitarme más dolores de cabeza.

O eso tenía planeado hacer antes de que se aparecieran sin previo aviso en mi mansión.

—¡Deseo una explicación de esto! ¡No puedes arruinarnos de esta manera! —escuché desde una de las salas donde usualmente tomaba el té, todo el estruendo que había en el primer piso.

—¿Qué está pasando? —le pregunté a Nora, quien parecía fruncir el ceño ante los gritos desconsiderados.

—No tengo la menor idea señora, pero saldré a averiguarlo en este mismo momento.

Colocó la jarra nuevamente en su sitio, mientras se encaminaba hasta la puerta, cuando de pronto alguien tocó con urgencia. La invité a pasar de inmediato y era Dorothea, quien tenía las mejillas coloradas y su pecho bajaba y subía con brusquedad.

—Señora…—comenzó a decir sin aliento—. Debe venir ahora mismo conmigo, es urgente.

Experimentando una rara sensación, me puse de pie y las acompañé por el pasillo, para saber que estaba pasando. Pero nada me hubiera prepara lo suficiente como para recibir aquella escena tan caótica. Estian Noix, estaba siendo controlado entre los brazos del mayordomo y uno de los guardias, mientras maldecía en voz alta e intentaba que lo dejaran pasar.

—¿Qué está sucediendo aquí? —pregunté.

Noté que ni mi padre ni mi madre habían llegado, así que en un susurro le pedí a Nora y Dorothea que los buscaran y los trajeran cuanto antes. Ellas asintieron y se escabulleron en un segundo.

—¡A ti es a quien estaba buscando! —espetó sin la mínima cortesía.

Abrí la boca para responder, pero preferí guardarme el comentario.

—¿Qué es lo que necesita entonces? —mantuve la calma, mostrándome como si su enojo no fuera nada para mí y su rostro enrojeció.

—¡¿Acaso no has escuchado todos los rumores que circulan acerca de mi familia?! ¡Hemos sido manchados por esos terribles rumores que propagaste!

Abrí los ojos a más no poder, demasiado sorprendida por su manera de acusarme.

—Creo que no escuché bien —declaré estupefacta—. ¿Estás diciendo que yo preparé todo esto?

—Lo dijiste tú, no yo.

Parpadeé varias veces, intentando asimilar sus acusaciones, pero no importaba cuanto le diera vueltas al asunto en mi cabeza, me seguía pareciendo demasiado increíble.

—Parece que el cerebro de mi tío no está funcionando correctamente el día de hoy.

Todos percibieron el cambio drástico en mi personalidad y se encogieron de hombros, probablemente recordando el día que los cité para despedir y castigar a aquellos que se atrevieron a ir contra mis órdenes.

—¿Por qué debería escuchar la petición incongruente de usted? Que hayan arreglado un compromiso con la persona que intentó asesinarme no es mi culpa. ¿O quiere decir que ya lo sabía de antemano y me estás regañando por darlo a conocer?

Nadie se atrevió a decir nada en su defensa, pues era algo que la mayoría ya pensaba pero no ponían en palabras.

—¡Eres una maleducada!

—¿Yo? —Cuestioné llevándome una mano al pecho—. Pero si la persona que ingresó en mi casa por la fuerza y causó un alboroto, fue usted. Y nadie más que usted.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.