Él cerró los ojos y exhaló con frustración. Se quedó en silencio unos segundos, parecía pensar que era lo mejor que podía decir, pero yo me estaba cansando de escuchar sus palabras, de darle la oportunidad de seguir lastimándome.
—Querían estabilidad, Rory. Querían alguien que no estuviera rota.
El golpe fue directo a mi pecho. Abrí los ojos de par en par, sintiendo cómo la rabia y el dolor me recorrían como una descarga eléctrica.
—¿Rota? —repetí, mi voz apenas un hilo tenso de furia contenida.
Se Ryeon abrió la boca para decir algo más, pero lo interrumpí antes de que pudiera siquiera justificarse.
—¿Así me veían? ¿Así me veías tú? ¿Como alguien que tenía que ser "arreglada" antes de ser digna de estar contigo?
—No es eso…
—¡Sí lo es! —grité, sintiendo cómo toda la tristeza, la culpa, la rabia que había guardado durante tanto tiempo se desbordaba de golpe—. ¡Siempre sentí que no era suficiente, que tenía que cambiar para que tú te sintieras bien conmigo! ¿Y todo este tiempo fuiste tú quien no tuvo el valor de enfrentar a su propia familia? Me dejaste pensar que todo en mí estaba mal.
Se Ryeon me miró con el ceño fruncido, con el rostro marcado por una mezcla de culpa y desesperación.
—Te amé, Rory. Te amo.
Solté una risa amarga, sin un rastro de felicidad en ella.
—No. —Negué con la cabeza, sintiendo las lágrimas arder en mis ojos—. No me amaste, Se Ryeon. Porque si me hubieras amado, me habrías elegido, pese a todo, me hubieras hecho ver que lo malo no estaba en mí, me hubieras apoyado.
Se quedó en silencio.
Sabía que tenía razón.
Sabía que no había excusa suficiente para lo que hizo.
Me crucé de brazos, tratando de calmar mi respiración. No iba a derrumbarme frente a él. No otra vez.
—No me culpes por tus decisiones —susurré con voz firme.
Hubo un silencio denso entre los dos. Haneul se removió incómoda en su asiento, pero no intervino.
—No me buscaste para decirme esto por un sentido de justicia — continué, mi voz volviendo a la calma con un filo cortante—. Me buscaste porque ahora que he seguido adelante, quieres aliviar tu conciencia.
Se Ryeon tragó en seco, desviando la mirada por un segundo.
Lo había descubierto.
—Rory…
—No —lo interrumpí—. No necesitas mi perdón. Y yo ya no necesito tus explicaciones.
Él me miró, como si buscara algo más en mí. Tal vez la mujer que lo habría perdonado una y otra vez.
Pero esa mujer ya no existía.
Inspiré profundo y lo miré por última vez.
—Si me dejaste porque no era suficiente para tu familia, ¿qué estás buscando ahora?
Se Ryeon titubeó.
No tenía una respuesta.
Asentí lentamente. —Espero que algún día te perdones a ti mismo —murmuré—. Pero yo ya no voy a cargar con esto. No voy a cargar con algo que no me corresponde.
Hubo un silencio denso entre los dos. Se Ryeon me sostuvo la mirada por un momento antes de soltar un suspiro pesado.
—No vine a pelear —dijo dudando si quedarse en su lugar, o intentar dar otro paso hacia mí —Quería verte… y entender si alguna vez fui suficiente para ti.
Sus palabras dejaron una grieta en mi interior.
—Lo fuiste —admití con honestidad, aunque doliera—. Pero ya no lo eres, no entiendo a que viene eso, si ya habíamos hablado.
Se Ryeon apretó los labios, como si mis palabras le hubieran golpeado más fuerte de lo que esperaba. Su mirada se oscureció, pero esta vez no con enojo, sino con algo más cercano al agotamiento.
—Lo sé… —murmuró, desviando la vista hacia el suelo.
Por primera vez desde que entró, no parecía el hombre seguro de sí mismo que siempre había sido. Pero ya no me correspondía descifrar lo que sentía. Yo había pasado demasiado tiempo tratando de entenderlo, de encontrar razones que justificaran lo que hizo. Y ahora, simplemente, no quería seguir desgastándome en el pasado.
—Si lo sabes, entonces dime por qué estás aquí —insistí, sin suavizar mi tono. Se pasó una mano por el cabello, frustrado.
—Porque no dejo de pensar en ti —admitió, y sus palabras flotaron entre nosotros como una verdad incómoda—. Porque sé que lo arruiné, pero no puedo evitar preguntarme… ¿Y si las cosas hubieran sido diferentes?
Un amargo escalofrío recorrió mi espalda.
—Pero no lo fueron —le recordé con firmeza—. No lo son, no lo serán, y ya no tiene caso pensar en eso, si sabemos cuál fue el final del cuento.
Me miró otra vez, como si esperara ver en mi rostro un destello de duda. No lo encontró.
—Yo… —Se Ryeon hizo una pausa, tragando con dificultad—. No sé cómo seguir adelante sin ti.
Cerré los ojos un momento, respirando hondo.
—Aprenderás —susurré—. Como yo estoy aprendiendo, porque no pienso olvidar todo lo que sucedió, tal vez te perdone algún día, pero mientras tanto, no quiero verte de nuevo, no quiero más mensajes, no quiero más llamadas, no quiero seguir sintiendo el recordatorio de que para ti fue más importante lo que los demás decían, y no lo que sentíamos nosotros.