El sol de la mañana se filtraba por las cortinas del departamento, pintando la habitación con un resplandor dorado. La calma de la ciudad contrastaba con la tormenta silenciosa en mi pecho. Era el último día de mi viaje.
Apenas abrí los ojos, sentí un peso en el pecho. Había deseado que este momento no llegara, que el tiempo se detuviera en cada risa, en cada paso a su lado, en cada mirada compartida bajo las luces de Bangkok.
Pero aquí estaba. Y pronto, tendría que decir adiós. Me giré en la cama y lo vi ahí, dormido, con la respiración tranquila y el rostro relajado. Hobi aún no se había despertado, y una parte de mí quería quedarme así, simplemente observándolo, memorizando cada detalle, cada línea de su expresión serena.
Con cuidado, deslicé mis dedos por su brazo, trazando líneas invisibles en su piel. Un simple roce, una súplica silenciosa para que este momento durara un poco más. Hobi se movió ligeramente y, como si sintiera mi presencia, entreabrió los ojos.
—Buenos días… —murmuró con voz ronca, aún adormilado.
Traté de sonreír, pero él me conocía demasiado bien.
—¿Qué pasa? —preguntó, su voz más clara ahora.
Bajé la mirada.
—Mi vuelo es en unas horas.
El silencio cayó entre nosotros. Ese silencio pesado, denso, que decía más que cualquier palabra. Hobi exhaló despacio, como si quisiera retener el aire en sus pulmones por más tiempo, como si soltarlo significara aceptar la realidad.
—Lo sé… —susurró, y en su voz había una mezcla de tristeza y resignación.
Se incorporó un poco y pasó una mano por su rostro, intentando despejarse. Luego, sin decir nada más, me atrajo hacia él y me envolvió en sus brazos.
Apoyé mi rostro contra su pecho y cerré los ojos. Quería grabar su calor, su olor, la sensación de estar en casa incluso en un lugar que no era mío.
—No quiero irme —susurré, con la voz temblorosa.
—No quiero que te vayas —respondió él, con el mismo nudo en la garganta.
Nos quedamos así, aferrándonos el uno al otro como si eso pudiera cambiar las reglas del tiempo. Pero no podía.
—Solo es un mes, y terminará la gira y volveremos a Corea—murmuró contra mi cabello—. Solo es un mes…
Me aferré a sus palabras, aunque ambos sabíamos que el mundo de Hobi estaba lleno de promesas difíciles de cumplir.
—Solo un mes —respondí, porque la verdad era que prefería creerlo.
El camino al aeropuerto fue silencioso. Nos tomamos de la mano todo el trayecto, sin soltarnos, como si aferrarnos físicamente el uno al otro pudiera retrasar lo inevitable.
Cuando finalmente llegamos, el peso en mi pecho se hizo insoportable. Nos detuvimos cerca de la entrada y Hobi suspiró, como si estuviera buscando las palabras adecuadas.
—Nos veremos pronto, ¿sí? —dijo, girándose para mirarme.
—Claro que sí —asentí, con la mirada nublada.
Hobi sonrió, aunque su expresión estaba cargada de melancolía.
—Sabes que, si pudiera, iría contigo.
—Lo sé.
Me acerqué y lo abracé con fuerza. Él me sostuvo igual, escondiendo su rostro en mi cuello.
—No llores, Rory —murmuró—. Si lloras, me harás llorar a mí.
Solté una pequeña risa entrecortada y negué con la cabeza.
—No estoy llorando. —Respondí con la voz ligeramente entrecortada.
—Mentira —susurró con una sonrisa triste.
Nos separamos un poco, y él llevó sus manos a mis mejillas, acariciando mi piel con delicadeza.
—Recuerda lo que prometimos.
—Siempre encontraremos la manera.
Hobi sonrió, y esta vez supe que era real.
—Exactamente.
El anuncio de mi vuelo resonó en el aeropuerto, y mi corazón se detuvo un segundo.
Era el momento. Dimos un último paso hacia el otro y, sin pensarlo, nos besamos.
Fue un beso lleno de emociones, de despedida, de promesas silenciosas, de amor. De todo lo que queríamos decir y no podíamos.
Cuando nos separamos, nuestras frentes quedaron pegadas.
—Ve, antes de que sea más difícil —susurró él.
Con el corazón encogido, di un paso atrás. Luego otro. Y otro.
Y antes de girarme, le dediqué una última sonrisa.
—Nos vemos pronto —dije antes de darme la vuelta y alejarme de ahí.
Cada paso que daba lejos de él se sentía como un pequeño desgarrón en mi pecho. Aún no estábamos lo suficientemente lejos y yo ya había empezado a extrañarlo.
El murmullo del aeropuerto me envolvió rápidamente, como si el mundo no tuviera intención de detenerse para mi corazón roto. Personas caminaban a mi alrededor, risas y voces en distintos idiomas llenaban el aire, y, sin embargo, yo solo podía escuchar el eco de su voz en mi mente.
“Nos vemos pronto.”