Me quedé observando la soledad de mi departamento por mucho tiempo, volteé hacia la puerta y noté que había caído, me levanté y tomé en mis manos la botella de mi jugo favorito. Algo tan simple como ver que él se había tomado la molestia de llevarlo para mí, hizo que después de una semana reprimiendo todo, me pusiera a llorar. Intenté llamarlo una y otra vez, pero no tenía respuesta
Lloré en silencio al principio, como si cada lágrima no supiera aún si tenía permiso para caer, pero luego vino la oleada.
Me deslicé hasta el suelo, con la botella aún en las manos, apretándola contra el pecho como si pudiera devolverme lo que acababa de perder.
Ese simple detalle —el jugo que él sabía que me gustaba— era más que un gesto. Era amor, era presencia, era cuidado. Y ahora estaba tendido en el suelo, igual que mi corazón.
Marcaba una y otra vez. Primero con ansiedad. Luego con miedo. Después con desesperación.
—Contesta, por favor… —susurré al vacío, sin saber si hablaba con él o con el universo entero.
Pero no hubo respuesta, solo el tono inerte del buzón que se volvió una tortura, un eco de todo lo que no pude decir a tiempo. Me quedé así por quién sabe cuánto tiempo. La pantalla del celular seguía iluminándose con mi reflejo distorsionado, con mis ojos hinchados, con la pregunta que más dolía:
¿Y si esto fue suficiente para romperlo todo?
La ansiedad me arañaba por dentro, pero debajo de ella, lo que más me dolía era la impotencia. Yo no había hecho nada, pero eso no importaba ahora, el dolor llegó sin previo aviso, sin lógica. Y las grietas no preguntan quién tiene la culpa. Solo se abren.
Volví a mirar la botella entre mis manos. Un regalo olvidado en medio del caos, un recordatorio de que, hasta hace un rato, él seguía eligiéndome, pero… ya no estaba tan segura de ello.
Respire hondo, con dolor, con el corazón roto y el alma partida en dos también, como si no fuera suficiente. Me levanté del suelo, me abracé los brazos, intentando juntar los pedazos de mi dignidad, de lo poco que quedaba de mí.
Tomé mi teléfono de nuevo y marqué a Nam, Jimin, Jin, Tae, Jungkook, Yoongi, pero nadie me dijo nada.
—Por favor, necesito hablar con él —dije con desesperación.
El silencio al otro lado de la línea fue más duro que cualquier palabra, lo intenté con cada uno, uno por uno. Con voz temblorosa, suplicante, rota
—Por favor… solo quiero explicarle… decirle que no fue lo que parece —insistí, como si repetirlo lo hiciera más real, más creíble, más urgente.
Pero ninguno me respondió con algo más que evasivas.
—Está descansando.
—No está para hablar ahora.
—Déjalo respirar.
Yoongi fue el único que me escuchó en silencio. Ni siquiera me interrumpió. Solo esperó a que terminara, y entonces, su voz bajó una octava, como si cuidara no lastimarme más:
—Rory… no creo que no te crea. Pero a veces, el dolor no necesita pruebas. Solo necesita espacio. Y tú se lo vas a dar.
—¿Y si no vuelve? —pregunté con la garganta hecha un nudo.
—Entonces vas a seguir —dijo, sin dureza, pero sin endulzar—. Porque lo que sientes es real, y eso no desaparece. Pero también lo es lo que él sintió al verte con otro.
Me quedé callada. Mirando la botella en mis manos como si aún pudiera decirme algo.
—¿Sabes qué fue lo peor? —murmuré— Que yo esperaba que confiara en mí. Que me creyera sin dudar. Porque yo sí lo habría hecho por él.
—Y quizá lo haga. Pero ahora no. Ahora está intentando entender su propia herida.
Una parte de mí quería gritar, otra, correr hasta donde estuviera y decirle, mirándolo a los ojos, que no había traición, que yo no respondí a ese beso, que odie ese momento.
Pero me quedé quieta. Porque hasta yo sabía que la desesperación no cura.
—¿Puedes decirle que lo amo? —susurré finalmente—. Que nunca elegí que esto pasara, que no fui yo. Que si él no vuelve… al menos sepa que me tenía entera.
Yoongi no respondió al instante. Y eso, de algún modo, me rompió otro poco.
—Se lo diré… cuando esté listo para escuchar —respondió por fin—. Pero mientras tanto, Rory, recuérdate tú. No te rompas por completo, ¿sí?
—Gracias —murmuré, con la voz ahogada por el llanto.
Colgué. Y esta vez, no fue una lágrima la que cayó, fueron muchas, pero esta vez no por debilidad, sino por todo ese amor que sentía por él, y que sentía que era mi culpa, por no reaccionar a tiempo, por no haber cerrado la puerta en cuanto supe que el pasado estaba ahí.
Entre lágrimas llamé a Haneul, esta vez no quería lidiar sola con el dolor, la desesperación y la ansiedad que me tenía contra la pared. Haneul no tardó en contestar. Su voz, apenas reconocible entre mi llanto, se volvió de inmediato esa ancla suave que me sostuvo antes de caer.
—¿Rory? ¿Qué pasó? ¿Dónde estás?
Intenté hablar, pero solo salió un sollozo quebrado. Y luego, entre palabras entrecortadas, lo solté todo. El beso. La llegada de Hoseok. El jugo en el suelo. Su silencio. Mi culpa.