Mientras esperaba, saqué mi libreta del bolso. La misma que había llevado desde Seúl y que, curiosamente, aún no había abierto en este viaje. Las páginas estaban en blanco. Como si mi historia, a partir de ahora, pudiera escribirse sin miedo.
Tomé el bolígrafo, y después de unos segundos de mirar al mar desde la ventana, comencé a escribir, deshaciéndome del peso de las palabras que no le había contado a nadie. Cerré el cuaderno justo cuando el mesero volvió con la comida y una sonrisa.
—Aquí tienes. Que te haga bien —dijo.
—Lo hará —respondí, y por primera vez, lo creí de verdad.
Terminé de escribir en mi libreta y di el primer sorbo a la sopa, cuando escuché una voz suave, con un acento que no supe identificar de inmediato.
—¿Te molesta si me siento aquí? Está todo lleno.
Levanté la vista. Frente a mí había una chica de unos veintitantos, piel bronceada por el sol, cabello oscuro atado en una trenza desordenada y unos lentes redondos que le daban un aire curioso. Vestía ropa cómoda y llevaba una mochila colgada de un hombro.
Miré alrededor. Efectivamente, el pequeño restaurante se había llenado mientras yo escribía.
—Claro, adelante —respondí con una sonrisa amable.
—Gracias. No pensé que hoy habría tanta gente —dijo sentándose frente a mí—. Soy Elia, por cierto.
—Rory —respondí estrechándole la mano—. Encantada.
Ella pidió algo al mesero en portugués fluido, pero con un dejo extranjero.
—¿Hablas el idioma? —pregunté curiosa.
—Lo estoy intentando —rió—. Estoy de paso, soy ilustradora, viajo para inspirarme. Pero Madeira me atrapó más de lo planeado.
—Lo entiendo —asentí—. Yo también vine para quedarme un poco… pero creo que necesitaba más de lo que pensaba.
Elia me observó con esa calma que solo tienen las personas que han estado rotas y se reconstruyeron sin prisa.
—¿Corazón roto? —preguntó sin rodeos, pero con ternura.
Solté una risa suave, honesta, sin rastro de orgullo herido.
—Algo así.
—Bienvenida al club —dijo levantando su vaso como brindis improvisado—. Aquí nos refugiamos los que necesitamos comenzar desde cero… sin tener que explicarlo todo.
Y así, entre cucharadas, risas inesperadas y silencios cómodos, comenzó una conversación que duró más de lo que pensé.
Hablamos de libros, de ciudades, de cómo a veces una extraña te entiende mejor que alguien que conoces hace años. Me habló de sus bocetos, de los cafés que frecuentaba para dibujar gente que no conocía, de su forma de encontrar belleza en las grietas.
Cuando salimos del restaurante, el cielo ya estaba estrellado. Caminamos juntas unas cuadras hasta que nuestros caminos se separaron.
—¿Te gustaría ir mañana a un mercado local? —preguntó—. A veces hay músicos callejeros, y venden frutas raras. Podría ser… un buen día.
Asentí sin pensarlo mucho.
—Me encantaría.
Nos despedimos con un gesto sencillo, después de intercambiar números.
Camine en silencio el resto del camino, con pasos tranquilos por el sendero empedrado hacia la pequeña casa donde me hospedaba. Me sentí un poco más ligera esa noche, después de tantos meses, después de hablar con Haneul y encontrar a alguien más en este viaje.
Al llegar a mi habitación dejé mis cosas a un lado y comencé a revisar las fotos que había tomado ese día, publicando un par de ellas, sin palabras en la descripción, solo algunos emojis.
En la primera foto aparecía una mariposa sobre una de las bugambilias, y la segunda una foto mía, de perfil en el mar. Sin indicios del lugar exacto en el que me encontraba, sin temor a que alguien me juzgara. Hace tiempo también había quitado esa foto donde estaba con Hobi en las escaleras de mi casa, ahora solo estaba yo.
Una gorra roja, lentes de sol, atuendo veraniego en medio de las bugambilias con una sonrisa, esa sonrisa que tanto me había costado sentir real, pero ahí estaba. Deje escapar un suspiro más tranquilo. Cuando esa calma se vio interrumpida con una notificación.
V: Te extrañamos…
Y un mensaje directo de una cuenta que no conocía, pero supe identificar claramente por su manera de expresarse.
S_003: Vaya, te dije que le dieras tiempo, pero creo que te lo tomaste muy literal.
Dejé escapar una suave risa al recordar esa llamada con Yoongi hace algunos meses. Pero no respondí a ninguno de los dos.
S_003: Sé que leíste el mensaje, deja de ignorarme y desbloquéame, o en unos días estaré tocando a tu puerta.
Mi sonrisa se asomó, primero tímida, luego inevitable.
Yoongi y sus maneras poco ortodoxas de no soltarme, reconocería esa forma tan directa de hablar donde sea. Porque aunque no fuera de palabras dulces o frases largas, tenía una manera peculiar de estar ahí, aun estando tan lejos. Me llevaba muy bien con todos, pero algo en Yoongi, hacía que lo escuchara de verdad, que sintiera esa conexión.