Eres Mi Sol -J-Hope

Es normal huir

Por la mañana, me dirigí a pasos lentos, tranquilos, por los callejones del pequeño lugar hasta el mercado local que me había comentado Elía. El lugar se veía tranquilo, con las personas recorriendo el sitio. Mire alrededor, hasta que la vi entre la pequeña multitud viendo unos cuadernos y me acerqué a ella.

Elía vestía una blusa blanca ligera y una falda larga de lino que se movía con el viento de la mañana. Tenía el cabello recogido en un moño desordenado, y cargaba una bolsa de tela con frutas frescas que despedían un aroma dulce. Estaba concentrada hojeando un cuaderno de tapas artesanales, con dibujos de flores bordadas a mano. Parecía parte del paisaje, como si hubiese pertenecido ahí desde siempre.

—¿Eso es lo que buscabas? —pregunté al llegar a su lado, con una sonrisa tímida.

Ella alzó la mirada y sus ojos se iluminaron al verme.

—¡Rory! —exclamó con calidez—. Justo estaba pensando que te gustaría este lugar. ¿No es precioso?

Asentí, dejando que mi mirada recorriera los puestos coloridos, las cestas llenas de productos frescos, las voces en portugués suave mezcladas con el sonido del mar no tan lejano.

—Tiene algo… familiar —murmuré.

—Madeira tiene esa forma de abrazarte sin apurarte —dijo, sonriendo con los ojos—. Y tú… pareces necesitar ese tipo de abrazo.

Me encogí de hombros, agradecida por su forma de leerme sin presionarme.

—Hoy es el primer día que no me siento como una extraña aquí —confesé.

—Eso es porque estás empezando a pertenecerte de nuevo —dijo sin pensarlo demasiado, y luego me ofreció un cuaderno—. Elige uno. El que más te guste. Lo podrías usar para dibujar, escribir o lo que más te guste.

Lo tomé entre las manos. Era simple, con hojas ásperas y portadas de papel reciclado teñido de azul marino. En la esquina inferior tenía un pequeño sol bordado.

—Este —dije con una sonrisa apenas temblorosa.

Elía pagó sin dejarme protestar y luego me ofreció su brazo.

—Vamos por café. Hay un sitio frente al puerto que sirve el mejor espresso de la isla.

Asentí y tomé su brazo.

Mientras caminábamos, me sentía tranquila, escuchaba a Elía contarme del lugar, de las zonas turísticas, y de las zonas que muy pocos conocían que eran más tranquilas para relajarse. Y cuando nos quedamos en silencio, parecía normal, no era incómodo en absoluto.

No necesitaba aparentar nada, ni hablar del pasado, solo estar ahí, en el ahora.

Nos sentamos en una terraza sencilla, frente al puerto, donde los barcos se mecían al ritmo de la marea lenta. El aroma del café se mezclaba con el salitre del mar, y por un momento, me pareció que todos los ruidos del mundo quedaban apagados por ese instante de quietud.

Elía cruzó las piernas, se acomodó en su silla de mimbre y me observó con una mirada serena, como quien no necesita hacer preguntas para entender.

—¿Sabes qué me gusta de este tipo de lugares? —dijo mientras removía el azúcar en su taza—. Que no esperan nada de ti. Puedes ser nadie… o volver a ser tú.

La miré, conmovida por la sencillez de sus palabras.

—Creo que eso es lo que más necesitaba —dije—. Dejar de sentir que todo el tiempo tengo que explicarme. Que tengo que justificar por qué me rompí… o por qué decidí no volver.

Ella asintió, bebiendo un sorbo lento de su café.

—Aquí no estás rota, Rory. Estás reconstruyéndote, y eso es muy distinto.

Me quedé en silencio unos segundos, mirando el cuaderno en mi regazo. Deslicé la yema de mis dedos por el bordado del sol, como si pudiera absorber su calidez.

—¿Y si ya no sé por dónde empezar? —pregunté con honestidad, como quien teme enfrentarse a una hoja en blanco.

—Empieza por lo que sientes ahora. No por lo que pasó o por lo que dolió. Si no por lo que este momento te está regalando —dijo ella, señalando con la cabeza el mar, el cielo abierto, la brisa que nos enredaba el cabello y me dio otra galleta.

—Eres muy buena dando consejos —dije respirando hondo. Muy Hondo para después darle una mordida a la galleta.

Elía sonrió, encogiéndose de hombros con humildad.

—Tal vez porque también tuve que aprenderlo a la fuerza —respondió, con esa calma que solo da el haber sobrevivido—. Cuando llegué aquí por primera vez… no podía ni mirarme al espejo sin sentirme ajena. Así que, en vez de intentar ser la que era antes, decidí empezar de cero. Sin expectativas. Sin presiones.

La miré con nuevos ojos. No era solo una desconocida amable. Era una mujer que, como yo, había tenido que reconstruirse en silencio. Y, de alguna manera, eso me hizo sentir menos sola.

—¿Y funcionó? —pregunté con una curiosidad que salía desde lo más hondo.

—No de inmediato —admitió—. A veces los días eran solo eso: días, y eso fue lo mejor que me pasó en mucho tiempo, no tener que dar explicaciones, no había nada más, solo yo un mundo nuevo. Y poco a poco, comencé a disfrutar el hecho de despertarme sin tener que sostener el mundo sobre mis hombros. Y cuando dejé de buscar señales, la vida me regaló pequeñas certezas.



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Editado: 06.09.2025

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