Eres Mi Sol -J-Hope

Donde hay esperanza… siempre hay dificultades

Después de pasar la mañana junto a Elía, volví a mi alojamiento, para trabajar en la edición de fotos que tenía pendientes con Haneul. Volví caminando lento, sin mirar el reloj, con la sensación de que el tiempo se había estirado justo lo suficiente para permitirme respirar.

El regreso a mi hospedaje fue tranquilo. La colina ya no me pesaba como los primeros días. El aire fresco, cargado del salitre del mar y del aroma de bugambilias, parecía acompañarme con la delicadeza. Al entrar, dejé las sandalias junto a la puerta y abrí las ventanas de par en par. El mar entró como un viejo amigo. Colgué mi bolso, me recogí el cabello y preparé un vaso de agua con rodajas de naranja, como si esos pequeños gestos fueran la forma más íntima de volver a mí.

Encendí la laptop. El cursor parpadeaba sobre el archivo pendiente. Las fotos. Pasaron unos segundos antes de que pudiera concentrarme. Pero cuando lo hice, todo fluyó.

La galería se llenó de luz: retratos suaves, siluetas en movimiento, la textura de las telas capturando la brisa. El trabajo que había hecho antes de desaparecer, antes de cerrar mis redes, seguía siendo hermoso. Y ahora, me hablaba de una versión de mí que no quería perder.

Una versión sensible, cuidadosa. Capaz de ver belleza en lo cotidiano. Le mandé a Haneul un pequeño adelanto del archivo, junto con una nota en el correo:

“Ya está en proceso. Ve revisando por si hay algo que cambiar.”

Me estiré en la silla y tomé el cuaderno azul marino. Aún no escribía nada en él, pero el sol bordado me hacía recordarlo, por más que quisiera no pensar en él, no pude evitar traerlo a mis recuerdos. Y tampoco había podido preguntar por él.

El silencio del cuarto se volvió más nítido cuando cerré la laptop. No por incomodidad… sino porque, de repente, se sentía lleno. Lleno de imágenes. De memorias. De suspiros que no sabía que todavía estaban atrapados en mi pecho.

Miré el cuaderno azul marino sobre la mesa. Lo abrí con cuidado, como si se tratara de una herida que ya no sangraba, pero aún dolía al tocar.

La primera hoja seguía en blanco. Pero esta vez, no me asustó. Me pareció… respetuosa. Como si esperara a que yo estuviera lista.

Tomé el lápiz y me permití escribir lo único que podía salir con honestidad:

“Ha pasado tan poco tiempo… y es la primera vez que pregunto por ti, no has dejado de aparecer en mis pensamientos, y no sé si algún día dejarás de estar ahí. Pero hoy decidí no huir de esos recuerdos. Solo… dejarlos pasar, sin odiarte.”

Me quedé mirando esa frase un rato. Observando el sol de la tarde que comenzaba a colarse por la ventana. La luz se proyectaba en líneas doradas sobre el suelo de madera. Se movía, igual que yo, con lentitud.

Fui hasta la cocina a llenar otro vaso de agua, y al volver, sin pensarlo demasiado, abrí el navegador. No las redes. No los artículos.

Solo escribí su nombre. Jung Hoseok. Y esperé unos segundos hasta ver algo de información.

Lo primero que apareció fue una nota breve de una entrevista publicada hacía una semana. Decía algo sobre su nuevo mixtape, sobre las sesiones nocturnas en el estudio, sobre cómo había estado viajando poco.

Pero lo que me detuvo no fue su música, ni su itinerario. Fue una frase, casi escondida en el cuerpo del texto:

“Cuando algo importante se pierde, no siempre se reemplaza. A veces, solo se aprende a convivir con el espacio que dejó.”

Esa línea me golpeó más de lo que esperaba. Como si, de pronto, las palabras no fueran parte de una entrevista cualquiera, sino una respuesta directa a lo que habíamos sido. A lo que ya no éramos.

Volví a leerla y después cerré la laptop con suavidad. Esa frase, había sido suficiente, al menos por esa tarde para saber de él.

Me recosté sobre el sofá pequeño junto a la ventana, sosteniendo un libro en mis manos. Desde ahí, se veía el océano rompiendo suave contra la costa, como si murmurara que el mundo no se detiene por nuestras pérdidas, pero sí nos da espacio para dolerlas.

☀️

El paso de los días fue inevitable, salir a recorrer lugares con Elía se estaba volviendo parte de mi rutina en Madeira. Después de hablar con Haneul casi todos los días, Elía era la persona con la que más estaba… Y en medio de esos paseos sencillos, esa rutina sin pretensiones, fui recuperando partes de mí que ni siquiera sabía que extrañaba.

Las caminatas junto al mar, las visitas al mercado con canastas llenas de pan y frutas, los silencios compartidos mientras dibujábamos o escribíamos bajo el mismo cielo… todo eso empezó a parecerme suficiente. Nada de pretensiones, apariencias o la necesidad de volver a ocultarme, aquí podía estar en cualquier lugar y sentirme bien, encontrando así esa paz y calma que hacía tiempo no sentía.

Una tarde, mientras recorríamos una pequeña librería escondida entre callejones empedrados, Elía me pasó un cuaderno con hojas de acuarela.

—Lo vi y pensé en ti —dijo con esa naturalidad suya que no necesitaba adornos.

—Gracias, aunque no soy muy buena con el dibujo —susurré, rozando la textura rugosa del papel con la yema de los dedos.

—No importa si eres buena o no —respondió Elía con una media sonrisa—. Lo importante es lo que se libera cuando dejas que las manos hablen por ti. A veces el arte no es para mostrar… es para sanar.



#7101 en Fanfic
#40247 en Novela romántica

En el texto hay: btsjhope, bts fanfic, jhope bts

Editado: 06.09.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.