Después de una mañana ajetreada con Elía, y la tarde ocupada con Haneul, me senté en el balcón de mi casa. Me acomodé en la hamaca, y me sentí sintiendo la brisa fresca de la noche.
Cuando mi teléfono comenzó a sonar, respondí escuchando la voz de Yoongi al otro lado.
—¿Molesto? —preguntó con esa calma suya que a veces sonaba como abrazo.
—Nunca molestas —respondí, con una sonrisa que él no podía ver, pero que se sintió en mi voz.
—Estás mejor —dijo, como quien observa un paisaje que cambia poco a poco. No hizo una pregunta, estaba afirmando mi situación.
Me acurruqué un poco más en la hamaca, dejando que la brisa me enredara el cabello y las palabras se abrieran paso despacio.
—Sí… algunos días. Otros no. Pero ya no me asusto cuando me siento bien —confesé—. Antes sentía que era algo que me podían quitar.
Del otro lado, solo escuché su respiración durante un segundo. Luego, su voz volvió más suave:
—Eso es lo más honesto que te he escuchado decir en mucho tiempo.
Me reí, bajito.
—Debí venir antes. A este lugar. A este silencio.
—No. Llegaste justo cuando tenías que llegar.
Cerré los ojos. La noche era perfecta. El sonido lejano de las olas, el rumor de hojas en los árboles. Todo se sentía como si el mundo hubiera bajado el volumen por un rato.
—¿Y tú, cómo estás? —pregunté, queriendo devolverle un poco del alivio que me regalaba con su “presencia”.
—Yo… sobreviviendo también —admitió, sin dramatismo, sin máscaras—. Pero verte volver a ti, aunque sea desde lejos, ayuda más de lo que crees.
Mi pecho se apretó, pero de ese modo dulce, como cuando uno entiende que la conexión real no se rompe con la distancia.
—¿Está todo bien? — pregunté más atenta a la conversación.
—Más o menos —respondió Yoongi tras una pausa breve—. El trabajo me mantiene ocupado, ya sabes… canciones que no salen, ideas que se quedan a medias. Pero no es solo eso.
El tono de su voz cambió apenas, como si lo que venía le costara más de lo que estaba dispuesto a admitir.
—Desde que te fuiste, algunas cosas ya no se sienten igual —confesó—. No solo para él… para todos.
Me quedé en silencio, sabiendo exactamente a quién se refería.
—No me fui para afectar a nadie —susurré, sintiendo esa punzada de culpa que aún latía en algún rincón de mí.
—No lo hiciste —dijo de inmediato, con firmeza, sin dejar espacio a la duda—. Te fuiste para salvarte. Y eso, Rory… es lo más valiente que has hecho.
Mi garganta se cerró por un segundo.
—¿Y él…? —pregunté, más por necesidad que por curiosidad— ¿Sigue sin hablar de mí?
Yoongi suspiró al otro lado.
—Habla menos que antes. Pero te piensa más. Lo noto. En los silencios, en cómo se va cuando alguien menciona tu nombre, o cuando ve algún comentario por ahí. En las canciones nuevas… hay versos que no necesita explicar. Ya sabemos de quién habla.
—No sé si algún día… —comencé, sin saber cómo terminar.
—No tienes que saberlo —me interrumpió Yoongi, con esa calma suya que todo lo envuelve—. Solo vive tú ahora. Y si algún día el destino quiere hacerlos coincidir otra vez, que no sea para reparar algo roto… sino para abrazar lo que ya sanó.
Sonreí, aunque mis ojos se aguaron un poco.
—Es difícil volver a confiar en que el pasado no vuelva, ya lo intenté muchas veces, y cuando intenté confiar y dar todo de mí… solo me di cuenta de que di mi corazón demasiado pronto —dije bajando la voz.
Hubo un breve silencio al otro lado de la línea. De esos que no incomodan, sino que envuelven. Como si Yoongi supiera que no hacía falta llenar el espacio de inmediato.
—A veces damos el corazón antes de que el otro sepa cómo cuidarlo —dijo al fin, su voz serena, casi un susurro—. Pero eso no significa que hayas hecho mal. Solo significa que fuiste valiente antes que él.
Me llevé una mano al pecho, como si pudiera calmar esa punzada sutil que aparecía al escucharme reflejada en sus palabras.
—¿Y si la próxima vez no me alcanza el valor? ¿Si ya no me queda fe? Yoongi, yo confié en las personas equivocadas, en las que solo rompen mi corazón, ya no quiero huir, pero tampoco quiero enfrentarme a esas realidades…
Yoongi tardó un poco más en responder esta vez. Podía imaginarlo sentado en algún rincón de su estudio, con la luz tenue, con esa mirada suya que parecía mirar más profundo de lo que decía.
—Entonces no corras hacia la próxima vez —dijo, con una suavidad casi fraterna—. Quédate en el ahora. Quédate contigo. Si alguna vez decides volver a amar, que no sea porque te falta algo… sino porque te sientes completa.
Cerré los ojos, dejando que sus palabras entraran despacio, como quien se recuesta en una cama recién tendida.
—Me siento cansada —confesé—. No de él. Si no de mí. De la que intenta todo. De la que aguanta. De la que siempre cree que si da más, las cosas van a funcionar, que da su corazón pensando que lo van a cuidar igual que lo hago yo.