Haneul nos guío a la sala donde fue sacando poco a poco el contenido de la bolsa.
—¿Para qué queres todo eso, Hani? —pregunté tomando algunos de los objetos en mis manos.
Haneul sonrió con ese brillo travieso en los ojos mientras desplegaba sobre la mesa pequeñas luces de hadas, marcos de madera y rollos de tela color marfil.
—Para que tu exposición no solo sea fotos en una pared —respondió, acomodando cada cosa como si ya tuviera el mapa en la cabeza—. Quiero que la gente entre y sienta lo que yo siento cuando veo tus imágenes: calidez, verdad, un poquito de nostalgia… y mucha vida.
Me quedé observando el caos hermoso que estaba armando, entre telas extendidas y luces enredadas, y no pude evitar reír.
—Pareces más emocionada que yo.
—Lo estoy —replicó, levantando la barbilla con orgullo—. Porque esto no es solo un proyecto, Rory. Es tu renacer. Y yo voy a asegurarme de que todo el mundo lo vea.
Yoongi, apoyado contra la pared, nos miraba en silencio, con esa media sonrisa que parecía contener más cosas de las que decía.
—Tiene razón —dijo finalmente—. Las fotos ya hablan solas. Pero lo que ustedes están construyendo aquí… eso es hogar.
Sentí un nudo dulce en la garganta. Hogar. Qué palabra tan grande, y tan distinta en este lugar lejano, con estas personas que me sostenían sin pedírselo.
—Gracias, Haneul—murmuré, ayudándola a extender una de las telas—. No sé qué haría sin ti.
Ella me guiñó un ojo, mientras colocaba las luces sobre la tela como si fueran constelaciones.
—No lo sabrás nunca, porque no pienso dejarte averiguarlo.
La miré con una sonrisa y le di un corto abrazo.
Las horas empezaron a pasar sin que nos diéramos cuenta. La galería, que al principio era solo paredes blancas y silencio, se fue transformando poco a poco bajo nuestras manos.
Yoongi se encargó de mover algunos muebles pesados sin quejarse, aunque cada tanto soltara un comentario seco que hacía reír a Haneul. Ella, con esa energía suya inagotable, colgaba las luces como si estuviera dibujando constelaciones en medio de la sala. Y yo… yo me descubrí sonriendo mientras acomodaba las fotografías, una tras otra, tratando de encontrarles un lugar que no fuera solo estético, sino que tuviera sentido.
—Este rincón es perfecto —dijo Haneul, señalando la pared junto a las ventanas abiertas—. La luz natural las va a abrazar como si fueran parte del paisaje.
Asentí, y mis dedos rozaron el marco de una de las fotos del mar en calma. Había algo sanador en verla ahí, a punto de mostrarse al mundo.
Yoongi se acercó, observándola en silencio.
—Se siente… sincera —comentó, y luego me miró—. Y eso la hace poderosa.
Me quedé callada, con un calor suave instalándose en mi pecho. No era el tipo de halago que buscaba, pero era justo el que necesitaba.
Poco a poco, las paredes comenzaron a hablar. No eran solo fotos colgadas, eran fragmentos de mi historia puestos en orden, como piezas de un rompecabezas que, aunque no completaban todo, mostraban suficiente para entender la esencia.
Cuando Haneul encendió las luces de hadas, la sala se llenó de un resplandor íntimo, casi como si estuviéramos dentro de un recuerdo. Yoongi cruzó los brazos, observando el conjunto con esa calma suya que todo lo vuelve sencillo.
—Ahora sí —dijo—. Esto no parece una galería. Parece un refugio.
Me llevé una mano al pecho, como si pudiera contener lo que sentía en ese instante. No era nerviosismo. Era gratitud. Una gratitud profunda por estar ahí, no sola, sino con ellos.
—Gracias —susurré, apenas audible—. Por hacer de este espacio… un refugio. Por acompañarme en este instante.
☀️
Mis padres, Elia, Yoongi y Haneul estaban frente a mí cuando empecé con un breve discurso.
Las luces cálidas de la galería iluminaban los rostros familiares frente a mí. Mis padres, con esa mezcla de orgullo y ternura que siempre lograban transmitir sin necesidad de palabras; Elía, serena, como si entendiera que yo estaba a punto de dejar salir algo que había tenido guardado mucho tiempo; Haneul, expectante, con esa sonrisa que me sostenía aun desde lejos; y Yoongi, de brazos cruzados, observándome con esos ojos tranquilos que parecían leer más allá de lo que decía.
Tragué saliva, sentí mis manos temblar un poco, y aún así, avancé un paso hacia adelante.
—Gracias por estar aquí —empecé, mi voz apenas un murmullo, pero firme—. Esta exposición no nació de un plan, ni de un proyecto ambicioso. Nació de la necesidad de encontrarme a mí misma en medio de un caos que pensé que iba a consumirlo todo.
Miré alrededor, las fotos enmarcadas brillando con la luz de las guirnaldas. Cada una contaba más de lo que yo podía decir en palabras.
—Durante mucho tiempo… intenté encajar en lugares donde no pertenecía, en historias donde no era yo la protagonista, sino una invitada. Y me perdí. Pero llegar aquí, a Madeira, me enseñó que a veces hace falta perderse para volver a encontrarse.
Respiré hondo, dejando que la emoción subiera a la superficie sin miedo esta vez.