La inmensidad de la noche me acompañaba de una manera tan tranquila, como si supiera que esta calma no era del todo real, el viento despeinando mi cabello, atravesándome la piel, deseando que me llevara lejos, donde no susurra mi nombre.
El sonido de los autos que pasaban como una ráfaga lejana, indiferente al remolino de emociones.
Mis pasos sonando en medio de la gente, tan distantes, ajenos a todo lo que me rodeaba.
Y entonces, la pregunta surgió desde lo más profundo, atravesándome sin piedad:
¿Por qué tenía que ser así?
¿Por qué tenía que dolerme?
No era solo por él.
Era por todo lo que representaba.
¿Por qué amar a alguien tenía que venir con miedo? Con exposición. Con culpa.
¿Por qué no podía ser tan simple como dos personas que se eligen y ya?
¿Por qué el amor, cuando es real, a veces se siente como una carga?
Cerré los ojos por un momento, dejando que el aire frío me golpeara el rostro.
Tal vez porque el amor no es fácil.
Porque amar a alguien que vive en un mundo tan visible, tan exigente, es como sostener una flor en medio del huracán.
Y yo no era fuerte todos los días.
A veces… solo quería descansar.
Pero también recordé su risa.
Sus ojos cuando me miraba sin decir nada.
Sus manos, tibias, entrelazadas con las mías.
Y esa forma suya de decir mi nombre, como si fuera una canción que solo él conocía.
Lo nuestro no era perfecto.
Pero era real.
Tan real, que dolía.
Quizás ese era el precio.
Y yo aún no sabía si podía pagarlo.
Pero esta noche, bajo el cielo ancho y sin respuestas, me permití sentir.
Todo.
Porque antes de tomar una decisión, una parte de mí necesitaba romperse.
Y esta era mi grieta.
✿
Dejé mi teléfono alejado de mí, boca abajo sobre el escritorio, con las notificaciones silenciadas como si al hacerlo pudiera también silenciar el ruido dentro de mi cabeza.
No quería leer más opiniones sobre mi vida.
No quería mirar su nombre en titulares, ni el mío en comentarios que no entendían nada.
Pero tampoco podía pretender que nada había pasado.
No cuando mi pecho seguía apretado y la ausencia de su voz aún dolía en los espacios donde solía calmarme.
—Rory, los chicos están esperando —la voz de Haneul me sacó de mi espiral mental. Estaba en la puerta, con su tablet en una mano y expresión preocupada.
—La sesión está retrasada, amiga.
Parpadeé, regresando de golpe a la realidad.
—Lo siento, me olvidé —respondí, casi en automático, mientras tomaba la cámara que descansaba sobre la mesa.
El peso familiar del equipo en mis manos me dio una sensación efímera de control.
—Es al otro lado —agregó Haneul cuando notó que iba en dirección contraria.
Su tono fue suave, pero no exento de una cierta compasión.
Me detuve, giré hacia el pasillo correcto y caminé sin mirar atrás.
Estaba desconectada.
Como si mi cuerpo estuviera cumpliendo con lo que debía hacer, pero mi mente aún estuviera atrapada allá… en esa noche, en esa llamada, en su voz.
Al llegar al set, los asistentes ya estaban terminando de colocar las luces.
Los modelos conversaban entre ellos, y la marca esperaba con paciencia, revisando bocetos y paletas de color.
Todo seguía como siempre.
Todo, excepto yo.
Respiré hondo, puse la cámara frente a mis ojos, y al mirar a través del visor, algo en mí se alineó, aunque fuera por un instante.
Porque cuando fotografiaba, el mundo se encuadraba.
Había dirección, enfoque, luz.
Y hoy, más que nunca, necesitaba todo eso.
—Muy bien, chicos, posición uno —anuncié con voz firme, tratando de encontrarme en ese papel que conocía tan bien.
Sentí a Haneul observándome desde un rincón. Sabía que podía ver el cansancio en mis ojos, pero también sabía que no diría nada. Al menos por ahora, la conocía perfectamente.
Me dejaría sostenerme de mi trabajo.
Me dejaría respirar.
Y por eso, cuando disparé la primera fotografía y el clic resonó en el estudio, supe que al menos por unas horas, podía seguir adelante.
Aunque mi corazón estuviera partido en dos.
Aunque mi teléfono estuviera lleno de mensajes sin abrir.
Aunque, en lo más profundo, siguiera preguntándome si él también estaba mirando su pantalla… resistiéndose a escribir.
Al terminar la sesión, bajé la cámara con las manos temblorosas y la dejé sobre la mesa. Había logrado mantenerme entera durante toda la jornada: enfoque, indicaciones claras, paciencia, técnica. Lo que sabía hacer. Lo que me protegía del resto.
Pero por dentro, el vacío seguía ahí.
Los modelos comenzaron a despedirse, el equipo técnico guardaba las luces, y una playlist suave sonaba en el fondo del estudio. Todo el mundo se movía con normalidad, como si fuera un día más.
Entonces, Haneul se acercó a mí.
No dijo nada al principio. Solo caminó hasta donde yo estaba y me dio un suave apretón en el hombro.