Creí que nunca me lastimarías.
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—Kaela, ven con tu padre —El extraño hombre extiende su mano hacía mí. Lo cierto es que soy muy parecida a él. Es alto, su piel es tan pálida como la mía y nuestros ojos son del mismo tono gris.
—¿Padre? No puede ser cierto —la duda se apoderó de mí —. Si eres mi padre, ¿por qué me abandonaste?
—Es algo que te explicaré en otra ocasión, ahora escúchame muy bien —Bajo su mano al ver que no intentaba cogerla —. Al final del bosque, cerca del lago que se encuentra en el este de la manada encontrarás un sendero de rosas muertas, estas te guiarán a un castillo; ahí me encontrarás. Solo tienes que decir tu nombre y nada malo te pasará.
—¿Cómo sé que puedo confiar en ti? No te conozco y si dices ser mi padre, mucho menos querré estar cerca de ti —frunzo mi ceño en desconfianza. Su boca se tuerce en una pequeña sonrisa.
—Eres igual a tu madre —dice con nostalgia —. Tendrás que confiar en mí, es peligroso que estés sola en esa manada. Alex puede ser muy cruel si se trata de vengarse por la muerte de sus padres.
—¿Tú cómo sabes eso?
—Porque yo los maté.
El chirrido de la celda abrirse de una forma brusca hace que salga de ese extraño… sueño. Un Alex con los ojos dorados y respiración acelerada es lo que me encuentro.
—¿Qué…?
—¡Todo esto fue tu plan desde el principio! —me apunta con el dedo dando grandes zancadas —. ¡Es tú plan y el de tu padre desde el principio! —La vena de su cuello palpita, las garras y sus filosos dientes salen a relucir; me tiene acorralada.
—¿Ahora de qué mierda me hablas? —Puse mi manos en su pecho tratando de empujarlo, sin embargo, las tomó entre las sueñas girándola en una extraña posición —. Me l-lastimas, Alex —solte un quejido de dolor, pero él no hizo caso.
—Dirás todo lo que sabes, tú decides si serán por las buenas o por las malas —abrió la cadena que me impedía moverme como quería, aunque no quitó los grilletes de plata que maltrataban mi piel. Su mano derecha se enroscó en mi cabello y tiró de el con fuerza. Aprieto mis labios para evitar gritar y en un descuido cuando salimos al pasillo del calabozo, golpee con fuerza su cara con mi cabeza. El agarre que tenía en mi cabello se aflojó y aproveché para salir corriendo.
Mi pequeño triunfo duró poco, su cuerpo impactó con el mio tirando al suelo, provocando que mi nariz chocara contra este y comenzara a sangrar.
El dolor recorrió toda mi cara y maldije por lo bajo. Alex con fuerza levantó mi cuerpo volteandome en el proceso. Su cara se encuentra frente a la mía, un pequeño hilo de sangre baja desde su labio inferior y me llena de satisfacción ver cómo aprieta la mandíbula con furia. Levanto la cabeza en un claro desafío; que se joda si piensa que me amentrare.
—Bien, elegiste por las malas.
—Jo-de-te —le escupo la cara con desprecio. No hace nada para limpiarlo y me arrastra con él. Lo golpeó, grito por ayuda, aunque eso no sirve para nada.
Me amarra en una silla de metal, pone en mis muñecas y pies otros grilletes más gruesos que el anterior sujetados por la misma silla. La plata quemó mi piel y tuve miedo de lo que Alex iba hacer.
De su espalda extrajo dos dagas filosas, mi cuerpo entró en tensión al ver que se dirige a mí.
—¿Qué demonios vas hacer, Alex? —me remuevo bruscamente, no importa el dolor de los grilletes, lo que viene será peor, lo noto en su mirada. Con unas de las dagas destruye la blusa que llevaba puesta, dejando mis pechos al aire.
—¿Qué planea tu padre al mandarte infiltrada a mi manada? —inquiere entre dientes pasándome la punta de la daga por la cara.
—No sé de qué me hablas, toda mi vida estuve en un orfanato de Australia.
—Claro, y por casualidad del destino terminaste aquí en Canadá —alega sarcástico.
—¿Crees que me arriesgaría a infiltrarme en un lugar donde me pudieran matar? Te recuerdo que fuiste tú quien me secuestró, tú me trajiste a la manada contra mi voluntad, muchas veces quise irme, pero lo impediste.
—Ni si quieras siente algo por mí, ¿cómo creerte? —Justo en este momento, no valía la pena contradecirlo.
Cuando una persona a las que creías conocer rompe tu confianza, ya nada vuelve a como era antes, mucho menos si es la persona que querías. Verlo clavar la daga sin ningún tipo de remordimiento en mi piel, dolió más que la misma herida.
Todo lo bueno que sentía es reemplazado por odio, un odio tan intenso que tenía miedo a que me consumiera.
—Habla, no hagas esto más difícil para los dos —fije la mirada en el techo, silenciosas lágrimas bajan por mis mejillas, tiñéndose de sangre. No quería ver como la persona que llegue a querer me destruía.
Otro corte atravesó mi piel, mordí mi labio para no gritar, mis manos se presionaban fuertemente de la silla, esto dolía como el infierno. Al estar atada no podía hacer nada, ser vampira no me estaba sirviendo de mucho, al contrario solo me estaba trayendo problemas.
—¿Por qué no confiesas la verdad? —No dije nada, no merece la pena —. Tuve que enterarme por una maldita carta. ¿Sabes? Si me lo hubieras dicho tú, te habría perdonado, estoy tan enamorado de ti que no me habría importado.
—Si esa es tu manera de amarme, no quiero imaginarme cómo sería que me odiaras —hable con dificultad, cada vez mas me costaba mantener los ojos abiertos, la cantidad de sangre que salía de mi era alarmante y me siento débil.
Quizá haya pasado minutos o tal vez horas, pero la oscuridad me llama; no siento nada.
Unos gritos y jadeos se escucharon por todo el calabozo, la daga ya no cortaba mi cuerpo, pero antes de perder la conciencia, puedo vislumbrar a James y la bruja Abigail.

—¡¿Qué te pasa, Alex?! —el fuerte gruñido de James detuve lo que estaba haciendo, no me dio tiempo de reaccionar cuando mi cuerpo salió volando por los aire. Sostuvo mi cuello estampandome contra la pared, mi puño impactó en su mandíbula alejandolo unos metros de mí.