De repente, el estómago de Alma se revolvió.
Fue una sensación abrupta, profunda, que le subió desde el vientre hasta la garganta. Se llevó una mano a la boca y caminó rápido hacia el baño, con pasos torpes.
—No… —murmuró Alma, inclinándose sobre el lavamanos.
Respiró hondo, esperando las arcadas. El sudor frío le brotó en la frente. Cerró los ojos, apoyándose en la cerámica.
Nada.
No hubo vómito.
Solo un malestar extraño, distinto, que no se parecía del todo al miedo.
—Es por lo de esta noche —se dijo Alma en voz baja—. Es ansiedad.
Abrió el grifo y se mojó la cara. El reflejo le devolvió una imagen pálida, cansada, con los labios secos. Inspiró de nuevo… cuando algo la obligó a quedarse inmóvil.
Una sensación leve.
Profunda.
Como un movimiento interno, apenas perceptible.
Alma frunció el ceño.
—¿Qué…? —susurró.
Bajó la mano lentamente hasta su vientre. No fue dolor. No fue un espasmo. Fue distinto. Como un temblor suave desde dentro, breve, casi tímido.
El corazón empezó a latirle más rápido.
—No —dijo, negando con la cabeza—. No puede ser.
Se quedó muy quieta, conteniendo la respiración, como si cualquier movimiento pudiera borrar lo que acababa de sentir. Esperó.
Nada.
El silencio volvió a instalarse en su cuerpo.
—Estás sugestionada —se dijo, aunque su voz ya no sonaba tan segura—. Ha sido una noche horrible, nada más.
Se sentó en la tapa del inodoro, con una mano aún sobre el vientre, como si necesitara comprobar que seguía ahí. El miedo cambió de forma. Ya no era solo Gael. Era la duda.
Recordó, sin querer, las últimas semanas. El cansancio. El retraso que había ignorado. Las náuseas repentinas que siempre atribuía al estrés.
Nunca se había detenido a pensarlo.
—No ahora… —murmuró, con un nudo en la garganta—. Por favor, no ahora.
Se levantó despacio y volvió a mirarse al espejo.
—Cálmate —se ordenó—. No saques conclusiones.
Pero su cuerpo no le pedía calma.
Le pedía atención.
Salió del baño con pasos lentos. El apartamento seguía igual: silencioso, intacto, ajeno a lo que acababa de ocurrir dentro de ella.
Alma se sentó en la cama y apoyó ambas manos sobre el vientre, sin saber exactamente por qué.
El miedo regresó… pero no solo por Gael.
Por primera vez desde que se fue, entendió que tal vez no había huido sola.
Y esa posibilidad —pequeña, silenciosa, aún sin nombre— la dejó sin aire.
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Editado: 15.12.2025